viernes, noviembre 29, 2024
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Adictos a la atención

ALONSO DE MENDOZA – BRUSELAS,

Recientemente me topé con uno de esos vídeos virales de Tik Tok en el que una joven se grababa a sí misma en un gimnasio quejándose amargamente porque el chico que tenía detrás le echaba algunas miradas. La mujer iba vestida con un conjuntito de short y top generosamente ajustado y escotado que, en tiempos no tan lejanos, se habría considerado licencioso incluso como ropa interior. Aún así, se extrañaba y se lamentaba de que alguien del sexo opuesto la mirara de refilón –¡llegó a contar hasta cuatro miradas!– mientras ella hacía su ejercicio.

En el mundo de mentira en el que vivimos, prácticamente todo el mundo ha aceptado –aunque nadie se lo cree realmente– que si una chica se viste así en el gimnasio no es para llamar la atención sobre su figura, sino que simplemente se siente más cómoda con esa ropa. Y, en todo caso, tiene todo el derecho a vestirse como quiera sin atraer la mirada curiosa o lujuriosa de ningún hombre.

Al final del vídeo, el muchacho osa incluso acercarse a ella y se ofrece a ayudarla para colocar bien la barra que patosamente ella intentaba levantar nada menos que con el pubis. El gesto de él –tal vez de amabilidad, tal vez un intento de ligar con ella, da igual– al parecer cruzó todas las líneas y la chica se puso a hiperventilar y a decir a sus followers que se sentía «insegura». Todo ello en una escena grotesca en la que realmente no se sabe quién está más pendiente de quién.

El vídeo generó dos tipos de reacciones en las redes sociales. La de quienes se solidarizaron con ella por el «acoso» sufrido (recordemos: cuatro miradas fugaces y una oferta de ayuda) y la de quienes no vieron problema en el joven y sí una clara sobreactuación e intento desesperado de ella por victimizarse a costa de alguien al que estaba grabando sin su conocimiento.

El vídeo daría para un debate sobre el profundo desequilibrio que hay entre lo mucho que el nuevo orden feminista espera hoy de los hombres y lo poco que espera de las mujeres. En un caso se exige autocontrol total de las pasiones ante la imagen de una chica en ropa interior meneando su bajo vientre. En el otro se acepta y se celebra dar rienda suelta a la expresión de cualquier emoción primaria sin la menor limitación, aunque ésta sea falsa o sobreactuada.

Pero al margen de eso, esta escena refleja uno de los grandes problemas de nuestros días: la creciente necesidad de recibir atención. Necesidad que cada vez más se está convirtiendo en una adicción y una enfermedad social, hasta el punto de que ya no basta el casito recibido inicialmente por mostrar chicha, sino que luego hay que quejarse y victimizarse para seguir obteniendo nuevas dosis de atención y casito.

Esta adicción a la atención es algo que hoy ataca a la sociedad desde varios frentes y que la izquierda y el feminismo están sabiendo explotar con maestría, ofreciendo a los adictos una vía de escape para liberarse de la autocrítica y seguir alimentando su ego.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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