sábado, diciembre 21, 2024
InicioOpiniónVenezuela: ¿En el camino de las premoniciones?

Venezuela: ¿En el camino de las premoniciones?

Luis Beltrán Guerra,

En las fuentes de la lingüística el sustantivo “premonición”, no deja de aterrorizar, tanto en singular, como en plural, “premoniciones”. Y la aprehensión es, en principio, legítima, pues los sinónimos son “presagio, intuición, corazonada, barrunto, conjetura, presentimiento, agüero y vaticinio”. De allí la cuestionable pregunta o aseveración en lo concerniente a Venezuela, un país otrora pujante, gente educada, con cuarenta años de democracia liberal, partidos políticos con merecida dirigencia y militancia, escenario que pareciera habérnoslos tragado y sin pensar en las consecuencias. La pregunta, tan preocupante, como la respuesta, lo cual, no puede negarse, que genera frustración, desencanto, fatalidad y desventura.

Es como para afirmar a gritos, pensando que muchos nos escuchan, que Venezuela no ha salido y si lo logró ha abrazado nuevamente a “la anarquía”, pero, inclusive, atípica, pues se trata de una mezcolanza extraña en la cual no se sabe a ciencia cierta quiénes son los fuertes y los débiles. La vida, como se percibe sin mucho esfuerzo es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Habremos regresado, parecieran preguntarse los más leídos a la era de Thomas Hobbes, convencidos de que “el único derecho que nos queda es el de la propia conservación”. Nos conduce, consecuencialmente a “un monstruo que nos comerá, inclusive, después de la vida”. Sí al “demonio”, al “leviatán de Don Thomas”. ¿La razón para que nos coma? Para el filósofo “ser pecadores”. En Caracas, bastante más que ello. Puede no estarse de acuerdo en el aserto, pero lo que sí es extraño negar es que “el encapsulamiento del país es una verdad incuestionable. ¿El diagnóstico?, hay consenso de una enfermedad grave, pero disenso en lo atinente a las causas y mucho más en el tratamiento y a la escogencia del galeno. Aquello que fue “republica” está bajo las indicaciones de un radiólogo “respire, no respire”. Y la luz, como lo demanda la técnica, apagada. La sala a oscuras.

Un fenómeno particularísimo (“de su género y de su especie”), para algunos cuántos pareciera que hasta anhelado, al cual faltan días para un cuarto de siglo, inserto en lo que pudiera llamarse “el abuso castrense”, consiguiera hoy calificarse como “la brasa que encendió la hoguera”. En la búsqueda de su justificación las sorpresas no dejan de analizarse, una, la concerniente a que después de más de cuarenta años de vida democrática se hubiese generado un alzamiento militar para derrocar a un gobierno electoralmente estatuido. La segunda que el coronel Hugo Chávez, jefe de la intentona, se haya convertido en un líder político capaz de “destejer los hilos de una democracia formal” y acceder a la primera magistratura a través del voto popular, convocar a una Asamblea Constituyente y dotar al país de una nueva Constitución y del “pacto social” en ella estatuido. Una nueva república en la mente del conductor, la cual apellidó “bolivariana”.

Al “apartado” ha de agregarse que el destino, por cierto, no muy bien atinando, indujera a “la tarea” en dos etapas, la primera “person to person” y la segunda por intermedio de su discípulo, Nicolas Maduro, quien hoy manda a Venezuela, entre ambos desde 1999 y, por tanto, a la fecha ya por más de dos décadas. Pero con la decisión tomada de proseguir un poco más allá de 2024, fecha para elecciones presidenciales. Hoy una gran mayoría de venezolanos y la comunidad internacional cuestionan la gestión, tanto, la imputada al coronel, como al alumno. Pero, también, a “la oposición”. El New York Times, en septiembre de 2020, reseña que “desde que unió fuerzas el año pasado, la oposición fragmentada de Venezuela ha probado con protestas y huelgas, y ha promovido sanciones internacionales, ofertas de amnistía y un golpe de Estado. Incluso consideró una invasión de mercenarios para derrocar a Nicolás Maduro. Todo eso ha fracasado y ha dejado desmoralizados y acosados a los opositores y la nación petrolera que alguna vez fue rica se hunde cada vez más en la ruina” (Mariana Martínez y Anatoly Kurmanaev). Apreciación esta que induce, en aras de una categorización del fenómeno a calificarlo, cuánto menos, cómo “el barrunto venezolano”. La premonición con la cual carga y no sabe como domesticarla.

A la fecha no ha logrado imponerse, en efecto, un único liderazgo por parte de una oposición que presuntamente ha de ser numéricamente mayor o por lo menos igual a los afectos al régimen. Pero, adicionalmente, el país no escapa de una exagerada minipartidización que afecta, por lo menos, a toda América Latina, acompañada por la poca o ninguna credibilidad en los dirigentes políticos. Por lo menos media docena de candidatos han levantado la mano gritando: “Yo aspiro” en unas elecciones primarias, una especie de “referendo” sustentado en el voto directo del electorado que postula un cambio de gobierno y, por tanto, para seleccionar a aquel que competiría con Nicolas Maduro, entre ellos, María Corina Machado, a quién la providencia ojala induzca a su comando a insuflarle lo bueno de Margaret Thatcher, de Angela Merkel y de Giorgia Meloni. Y que no termine en una “conjetura”.

Da la impresión de que le está yendo bien y que se ha rodeado de un buen equipo, en principio, coordinado por nuestro querido amigo y compañero de gabinete en el segundo gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, Carlos Blanco. Mención que justifica decirle “manos a la obra” y con las restantes frases elogiosas al “magistrado demócrata”, “vaya de frente y dé la cara”.

Carlos porta, también, en sus alforjas, la coordinación de “la reforma del Estado” y la Ley de Elección Directa de los gobernadores de estado, así como demostrando su capacidad de buen negociador para que se aprobara en el Congreso de dos cámaras (Senado y diputado) que pinteara el constituyente de la democracia de 40 años, hoy tan sacudida que no sabemos dónde encontrarla. Sus dotes serán, sin lugar a dudas, útiles para acuerdos entre la media docena de candidatos a las primarias en ciernes. Y de “un gobierno de integración nacional”.

El régimen ha de estar convencido de que el ejercicio del poder desgasta, por lo que a la fecha no pareciera tener el otrora en sus manos y que de no observarse en Venezuela las pautas constitucionales atinentes a la titularidad de la soberanía por parte del pueblo, este pudiera implosionar con las nefastas consecuencias que ello supone, como pareciera demostrarlo la historia. Es otra “premonición”.

Comentarios, bienvenidos.

Fuente: Panam Post

ARTICULOS RELACIONADOS

Avellana

Estado moral, estado total

El nuevo periodismo

REDES SOCIALES

585FansMe gusta
1,230SeguidoresSeguir
79SeguidoresSeguir

NOTICIAS POPULARES