HUGHES,
Quique Peinado, periodista y conciencia crítica, causó ayer cierto revuelo por haber declarado que «ser rojeras le ha cerrado muchas puertas». Lo dijo en la SER —de modo que pudo ser en un programa llamado así, SER rojeras— y al locutor Aimar Bretos. El cambio de España está en haber pasado de la voz de Bobby Deglané, cantarina y alegre, a la voz de Bretos, aterciopelada y sensible, que lo oyes en un taxi y parece que te habla a ti directo al pinganillo. Es una voz de programa de radio nocturna que se hace diurna, voz muy personal, voz de guardia psicológica, incorporando la radio toda sus posibilidades sensitivas. No es una radio que habla, es una radio que además te escucha. Las palabras susurrantes del locutor son también escuchantes.
Y esta vez le tocaba ser escuchado al bueno de Quique Peinado, bueno en el sentido estricto y moral de la palabra. Al ir a responder, Peinado, como si tuviera el apellido por condena, se lleva la mano al flequillo, que aplasta de modo instintivo. Es exactamente el tic femenino pero en sentido opuesto: las mujeres se orean el pelo al iniciar su parlamento, le dan vuelo como lo hacía Carmina Ordóñez, pero Peinado hace lo opuesto: aplasta el flequillo en la frente, lo convierte en cataplasma frontal, y al hacer lo opuesto resulta sacerdotalmente viril. Ese aplastamiento piloso es lo no-femenino.
De resultas de ello, el rostro de Peinado es un poco peninsular: está todo lleno de pelo salvo en un extremo, que no es el istmo sino el pómulo. Alguien podría decir ¡qué cara tiene don Quique! pero la cara no se le ve: la frente y el maxilar son todo pelo, la nariz y los ojos son todo gafas y solo queda libre un trozo de rostro entre la gafa y la barba quedando reducido lo facial (seguramente por pudor) a lo puramente cigomático.
Peinado es conciencia crítica, pero no lo es del modo pesado y reflexivo habitual, previo examen. Eso tendría poco mérito. Su conciencia no necesita examen, es refleja, intuitiva, salta sin él querer. Todos tenemos un demonio urgente y un angelito ponderativo luchando sobre nuestros hombros, pero él no, él tiene un ángel bueno y otro aún mejor que le lleva a seguir arriesgando su posición, su carrera y su dinero. Tiene mucho, pero ¡cuánto podría tener!
Ahora han criticado al periodista, como siempre por quedarse en el titular. Él lo explica. Lo que se le cierra es la publicidad. Peinado tiene la SER, tiene La Sexta, tiene ahora Relevo —que lo he visto yo—, es muy multimedia, pero es tanto lo que no tiene… No tiene los anuncios de Revlon, por ejemplo, ni los de Kerastase, ni los de Dior; no puede anunciar coches alemanes, ni seguros, ni cruceros por el Mediterráneo… ¿por qué? ¿Acaso no tiene derecho y acaso no se lo merece como periodista, presentador, humorista, autor, y conciencia crítica a su pesar? España ha avanzado mucho, pero aun nos queda trecho. Los hombres y mujeres de Prisa pagan un alto precio por ser los progresistas oficiales (qué culpa tendrán ellos si la oficialidad los eligió); salen en los exámenes del Selectivo, dan nombre a las estaciones de tren y se llevan los premios y las páginas de los suplementos de la —digamos— competencia, pero no podremos decir que España ha alcanzado la normalidad hasta que no protagonicen también los anuncios con total naturalidad. Ya está bien de represalias, de techos de cristal. Levantarse, echarse unos cereales Chocapic en el café y ver allí, en la caja, el rostro (lo cigomático) de Quique Peinado será por fin una España moderna. Hasta entonces, queda seguir avanzando.