Hughes,
Se pensó que el número estaría entre los 60.000 y los 200.000, y ahora un informe de la universidad CEU San Pablo afina más: 180.000 españoles abandonaron el País Vasco entre 1977 y 2022. Si le restamos quienes se fueron por cuestiones económicas, nos acercaríamos a la cuantificación del éxodo vasco provocado por ETA y la hostilidad ambiental e institucional del nacionalismo vasco desde que la, así llamada, democracia española echó a andar. Poco o nada democráticas fueron las elecciones vascas, celebradas sin igualdad para concurrir y en plena persecución, cuando no exterminio (UCD), de las opciones políticas no nacionalistas.
A esos 180.000 españoles habría que añadir los hijos y nietos de quienes se fueron, descendientes de un éxodo del que no se habla y del que nada quieren saber las autoridades. Nada, por supuesto, el Gobierno vasco, y nada el español, aunque PSOE y PP hicieran, allí y aquí, ademanes o gestos que en eso quedaron.
Estas personas no sólo tuvieron que emigrar sino que al hacerlo transformaron el censo electoral. Perdieron sus derechos de participación política, nunca restaurados, como sí sucede con los descendientes de vascos que abandonaron su tierra a lo largo del siglo XIX y XX, a los que el Estatuto de Guernica reconoce el derecho al voto en su artículo 7.
No ha habido la misma voluntad con quienes salieron del País Vasco por la presión nacionalista, casi un 10% de la población en 1977. La mal llamada democracia nació en el País Vasco mermando de manera decisiva las opciones no nacionalistas. Y sin este hecho, sin el reconocimiento y reparación de este hecho, no cabe hablar de normalidad democrática alguna. ETA renuncia a las armas, pero no a sus fines ni, sobre todo, a sus frutos, que no se expían con perdones ni frases cursis sino con acciones claras, pero aquí el Estado español (y usamos expresión de etarras porque, en realidad, en esto aciertan), el Estado Español, que es Estado Antiespañol (¡socio de ETA, contertulio de ETA, terrible ente antiespañol, traidor puro, hediondo entramado!), no ha querido nunca reparar esta cuestión. La reparación se limita a la indemnización a las víctimas, pero no a la reparación política. Entonces, digámoslo claro: la ganancia política de ETA queda íntegra, y ahora disfrutan de su fruto sanguinolento limpiado y aclarado por las instituciones.
Y es aquí donde el pacto con ETA es traición pura porque quienes lo firmaron y mantuvieron se cobraron el dividendo político de la mal llamada paz, pero dejaron sin pasar la factura por los derechos políticos de los exiliados y, con ello, sin reparar la gran herida política de ETA, que al abandonar las armas encuentra un chollo: macera a la población, prepara a su antojo el censo vasco para, décadas después, y con la vitola de «demócratas» concedida por el terrible consenso español (¡logia de logias!) entrar en el sistema político con un censo a punto de caramelo, tras haber estado a punta de pistola.
Esta indignidad sería la primera cosa a reparar. No puede haber un tratamiento español de la cuestión vasca sin el reconocimiento del éxodo y su reparación política. Es un asunto capital.
Nada esperamos de «Madrid» (salvo quizás que salga, si no ha salido ya, Ayuso abriendo una Oficina del Éxodo Vasco en Moratalaz a cargo de un «ciudadaner» arrepentido) y como nada es posible sólo cabe esperar la acción reparadora del Tiempo, magro consuelo, y su cómica justicia poética: el hundimiento demográfico vasco; la región española que más ha envejecido y en la que más cayó la tasa de fecundidad y el saldo vegetativo. En el País Vasco son más «vascos» menos vascos, aunque su deterioro demográfico y económico queda enmendado por el privilegio fiscal que sufraga el resto de España.
Cada región que expulsa lo español se va así necrosando lentamente y a su manera, pero el Consenso —que ahora es Consenso con ETA— consiste en que los propios españoles expulsados sostengan su «apartheid» con sus impuestos. La indignidad es insoportable, hace temblar, provoca espasmos de humillación y oprobio, pero al menos vamos teniendo claro que toda reacción debería partir de ese éxodo, de su reconocimiento y plena reparación.