Edgar Cherubini Lecuna,
El choque de las civilizaciones que planteó Huntington (The Clash of Civilizations, New York, 1996), se ha intensificado a niveles dramáticos, ya que el único objetivo que se ha propuesto el islam es el de conquistar el mundo a sangre y fuego. La historia ha comprobado que la religión es un elemento movilizador más eficaz que el nacionalismo. La noción de “choque de civilizaciones” ideada por Toynbee y popularizada por Huntington, está siendo alimentada por la variable de la guerra religiosa dentro de la concepción de la Yihad o guerra santa contra los infieles, que pretende la creación de un califato mundial.
Las amenazas de Irán y los ataques de organizaciones terroristas contra Israel conducidos por Hamas, como el sucedido el siete de octubre en la frontera con Gaza, tienen la intención de exterminar a los judíos y hacer desaparecer del mapa a Israel, extendiéndose por igual a los cristianos en el Medio Oriente, África y Europa, blancos de ataques y masacres. Como bien lo afirmó el periodista Thierry Desjardins: “Este odio hacia los cristianos ya no se trata de una cuestión de fe, atacando las iglesias, a sacerdotes y fieles, los islamistas pretenden destruir la civilización occidental, la democracia, lo que ellos llaman el neocolonialismo, los derechos del hombre, la igualdad entre hombres y mujeres, el progreso como nosotros lo concebimos”. (Le Figaro, La guerre de religion a comencé, 03/01/11).
Occidente no ha entendido aún que los fanáticos de las organizaciones terroristas islámicas libran una guerra mística. La teología musulmana en sus Jadiz proclama que un mesías llamado el Mahdi o Soberano de los Últimos Días implantará el reino del islam en la Tierra. Los yihadistas afirman que ya se cumplió la profecía y se encuentra a la cabeza de los combatientes en el mundo. Esto ha sido una de las razones esgrimidas por imanes y dirigentes de la Yihad como un atractivo anzuelo para el reclutamiento de miles de jóvenes de todas las capas sociales de la población musulmana mundial. Nos encontramos ante una creencia muy arraigada en el milenarismo musulmán, que habla del fin de los tiempos y la instauración del reino o sociedad islámica perfecta en la tierra antes del Yaum al-Qiyamah o día del juicio final, por eso han acelerado el comienzo del apocalipsis. Cuando observamos a estos fanáticos destruyendo cruces, quemando iglesias y bibliotecas, demoliendo los museos, degollando y quemando vivos a los cristianos o a quienes no se plieguen a sus creencias, en realidad están despejando el camino para el Mahdi y la refundación del mundo. No pasemos por alto que tanto Irán como su brazo armado, la temible Hezbollah, proclaman la llegada de El Mahdi. Los extremos del integrismo Chiita y del extremismo sunita se unen al beber de la misma fuente, el Corán, interpretándolo a su manera ambas facciones desean destruir la cultura y civilizaciones occidentales.
Las recientes decapitaciones de maestros y las terribles masacres de años recientes en Francia son apenas muestras de la escalada de violencia organizada en la mundialización de la Yihad, con el propósito de desatar los demonios de una guerra de religiones. Según Toynbee (Guerre et civilisation, Gallimard, 1962), las guerras religiosas son el punto de quiebre de los sistemas: “Significativamente las líneas de fractura entre civilizaciones son casi todas religiosas. Son los primeros empujones que una civilización le da a otra, la que a su vez responde de la misma forma y así sucesivamente hasta que una de ellas termina paralizada o derrotada”.
En los últimos años, Francia ha sido el blanco de cruentos atentados yihadistas, siendo asimismo el escenario de una temeraria y franca relación de la extrema izquierda con el islamismo. Los que no piensen como los extremistas de izquierda son unos “fascistas”, “ultraderechistas”, “racistas”, “islamofóbicos”. Son incapaces de pronunciarse contra el reclutamiento y utilización de “niños-bombas” por Hezbollah o de civiles como escudos humanos por Hamas en Gaza mientras lanzan misiles sobre Israel, amén de guardar un silencio cómplice ante los ataques terroristas en su propio país o afirmar, tras la reciente masacre de familias enteras en la frontera con Gaza, que “Hamas no es una organización terrorista” (Melenchon dixit). Para Pascal Bruckner, el odio a Israel y el apoyo a la causa palestina dirigida por los terroristas de Hamas, se han convertido en símbolo de la nueva lucha de liberación: “Un pensamiento de izquierda, huérfano de ideales, ha encontrado en el islam un substituto a la idea del ‘proletariado’ y un ‘modelo revolucionario’. Además, el carácter antioccidental del islam les procura el aura de una religión del Tercer Mundo”. (Pascal Bruckner, Un racisme imaginaire, 2017).
Pierre Vermeren, historiador de la descolonización de Argelia, escribe sobre la “política del avestruz” de los dirigentes franceses: “El caso francés, después de los atentados de Mehra en marzo de 2012 (joven musulmán, francés de segunda generación, que asesinó a niños judíos en un kínder disparándoles a la cabeza), ilustra la exitosa estrategia de los terroristas: islamización y conversión, radicalización religiosa previa al paso a la acción, banalización del crimen y del horror, frivolidad de la élites mediáticas y de los notables, compasión y cultura de la excusa de parte de sociólogos mediatizados, cobardía de la élites políticas”. (Face au terrorisme, il faut arrêter la politique de l’autruche, Le Figaro, 20.08.2017).
En Occidente, tanto la miopía de los analistas by the book, como la ceguera de sus políticos han obviado lo que Graeme Wood, califica de una metodología profética: “La religión predicada por sus seguidores más fervientes se deriva de las interpretaciones coherentes de los eruditos del Corán y de las enseñanzas del islam. Prácticamente todas las decisiones importantes y la ley promulgada por el Estado Islámico se adhieren a lo que denominan ‘la metodología profética’, que es detallada meticulosamente en sus pronunciamientos y en su propaganda, significando y proyectando así la profecía y el ejemplo de Mahoma. Los creyentes musulmanes pueden rechazar el Estado Islámico, muchos lo hacen, pero pretender que no es un grupo religioso y milenarista es obviar la realidad, generando falsas interpretaciones en Europa, y a los Estados Unidos a subestimarlo, estableciendo necios esquemas para contrarrestarlo”. (Graeme Wood, What ISIS Really Wants, The Atlantic, March 2015).
La realidad es que estos psicópatas asesinos sumidos en el oscurantismo del siglo VII, se creen los agentes del apocalipsis. Su estrategia se engendra en una teología que alienta a sus combatientes invisibles diseminados por todo el mundo, a apuñalear y degollar a los infieles en las calles, iglesias, escuelas, mercados y museos, a accionar el gatillo de la Kalachnikov del fin de los tiempos y engrosar así el ejército de mártires guiados por El Mahdi. Se trata de una batalla mística por Alá y la instauración del Reino del Islam sobre la Tierra. ¿Cómo luchar contra un ejército con un concepto metafísico de la guerra, dirigido por un ser mítico? En Occidente proliferan los idiotas útiles transformados en colaboracionistas del islamismo radical, incluyendo a sus “dirigentes” democráticos que continúan alimentando el buenismo, el multiculturalismo y la política del avestruz. Al religioso fanatizado, es imposible llevarlo al terreno de diálogo y de la negociación, es como intentar convencer con argumentos filosóficos y humanistas al verdugo que ya alzó el hacha para decapitarte. Para Francia, como para cualquier otro país occidental, se plantea de nuevo el dilema que Churchill resolvió al afirmar: “Nunca debes intentar pactar con los que te han declarado la guerra”.