En más de un debate televisivo, en sus épocas de economista mediático antes de convertirse en uno de los dos argentinos que puede llegar a la Presidencia en dos semanas, Javier Milei hizo referencia a la “falacia del hombre de paja“. Es que sus oponentes apelaron a esa estrategia tramposa para desacreditarlo varias veces, lo que ahora hacen incluso muchísimo más. Esto se trata de cuestionar, no la idea concreta del rival, sino atacar una falacia que no tiene que ver con el argumento de la otra persona.
Con un escenario reñido, e incluso encuestas que muestran como favorito al libertario, en varias universidades se ha instalado una campaña de miedo alrededor del sistema de vouchers, propuesto por Milei. Militantes kirchneristas empapelaron las universidades públicas y entraron a varias clases para decirles a los alumnos que cuando se implemente el sistema, ellos tendrán que pagar por las cursadas y las carreras.
En algunas de las alocuciones se llegó incluso a sugerir que si los estudiantes no podían pagar la totalidad de las materias, podrían llegar a vender sus órganos como para que les alcanzara el dinero. Con esta impunidad total, el kirchnerismo y la izquierda se dedican a fomentar el terror y la desinformación en las aulas.
Pero, ¿qué es el sistema de vouchers? ¿Tiene alguna relación con un arancelamiento? ¿Tendrán que pagar los alumnos de las escuelas y universidades públicas, total o parcialmente a partir de ahora? Nada de todo esto.
El sistema de vouchers, en cualquier prestación subsidiada total o parcialmente por el Estado, lo único que cambia es el receptor del recurso económico. El sistema como funciona actualmente, el Estado subsidia a la oferta. Es decir, pone el dinero en las organizaciones públicas, que prestan el servicio al público, que lo adquiere sin abonar absolutamente nada. Los vouchers proponen mantener el recurso para que los estudiantes no tengan que abonarlo de sus bolsillos, pero no le da el dinero directamente a las instituciones. Divide el total de la inversión y los ofrece a los estudiantes, que pasan a tener un bono con el que abonarán, en este caso los estudios.
Ante esta modificación, las instituciones educativas que deseen adquirir el recurso económico deberán operar en un mercado. Si los alumnos las eligen, podrán hacerse de los vouchers para cambiarlos por el dinero. Al poner el subsidio en la demanda, la competencia genera buenos incentivos para un mejor funcionamiento. Comienzan a controlarse los gastos, se corta con cualquier despilfarro o ineficiencia y el foco se pone en el público consumidor. Con el voucher en la mano, un alumno podría elegir incluso si desea estudiar en una institución de gestión pública o privada.
Por lo tanto, se sigue financiando mediante el Estado, los alumnos no pagan tampoco nada de su bolsillo, pero se incrementa la posibilidad de elegir, mejorando los incentivos para un mejor servicio.
Claro que es válido y necesario el debate. Sin embargo, los que cuestionan este sistema y su implementación, deberían debatir y argumentar en contra del sistema de vouchers. No inventando lo que no es y distorsionando, para crear miedo en el votante.
Pareciera que los que quieren que nada cambie, por intereses que no reconocen, consideran que la reforma sería virtuosa. Por algo la disfrazan y la pintan como lo que no es, para poder atacarla.