LA HABANA.- En algún momento del otoño de 1998, mientras daba cobertura periodística a un acto de repudio programado por la policía política del régimen de Cuba al líder opositor doctor Oscar Elías Biscet, recuerdo cómo en camiones y ómnibus del transporte público llegaban cientos de estudiantes, empleados estatales y reclutas del ejército vestidos de civil. Los concentraban en un terreno de softbol cerca de la casa donde reside Biscet, en la barriada habanera de Lawton. Allí, oficiales de la Seguridad del Estado le decían al populacho lo que debían hacer y las consignas a gritar.
La puesta en escena que antecede a un acto de repudio funciona en Cuba como un reloj suizo. Es una coreografía del terror. Desde bien temprano en la mañana sitúan autos patrulleros frente al domicilio del opositor o periodista independiente, con la intención de intimidarlo.
Para cualquier persona despistada y ajena al contexto, el ambiente parece festivo. En el caso de aquel acto de repudio a Biscet, horas antes, montaron una feria agropecuaria e instalaron bocinas donde a todo volumen se escuchaba música salsa.
Un exoficial de la inteligencia cuenta a DIARIO LAS AMÉRICAS que los “actos de repudio o de ‘reafirmación revolucionaria’ son una estrategia aprendida de la KGB soviética y la STASI de Markus Wolf en la desaparecida RDA [República Democrática Alemana]. Antes fue usada por Mussolini y las hordas nazis en la Noche de los Cristales Rotos contra negocios de judíos. El objetivo de esos actos es amedrentar al oponente. En la Alemania de Hitler sus acólitos tenían barra libre para golpear y matar. En Cuba fueron perfeccionados. Se permitía injuriar, apedrear, lanzar huevos y golpear. Cuando más caldeado estaba el ambiente, aparecía la policía para ‘evitar que el pueblo indignado con los apátridas y mercenarios al servicio del imperialismo yanqui los lincharan’. El mensaje es simple y directo: si sigues molestando, podemos matarte”.
Biscet, médico especialista en medicina interna, encabezaba entonces la lista negra de los disidentes a calumniar por la propaganda estatal. El 9 de junio de 1998 le envió una carta al gobernante Fidel Castro denunciando los métodos abortivos con la utilización del medicamento Rivanol. Al año siguiente fue despedido del sistema nacional de salud pública.
Ya estaba bajo el colimador de los servicios especiales cuando en 1997 creó la Fundación Lawton, con la finalidad de promover pacíficamente la defensa de los derechos humanos, con estrategias enmarcadas en el uso de la desobediencia civil no violenta. El régimen actuó con saña en contra del doctor Biscet. Entre 1997 y 2011 estuvo en total doce años tras las rejas en pestilentes y húmedos calabozos de dos metros por dos.
La dictadura veía en Biscet, un joven mestizo, formado dentro de los cánones de la enseñanza marxista, un cáncer al cual debían extirpar. La lucha ideológica, después de la llegada al poder de Fidel Castro, se basó en la táctica de que aquellos que se oponían a su revolución eran desclasados, fueran batistianos o burgueses. Oscar Elías no era ni lo uno ni lo otro.
Gracias a la popularidad y el cheque en blanco que le entregó el pueblo, Castro gobernó a su libre albedrío. Mintió y manipuló a los cubanos. Cuando estuvo alzado en la Sierra Maestra y posteriormente, al ocupar el cargo de Primer Ministro, alegaba que no era comunista, que era un demócrata y ratificaba que en Cuba se iban celebrar elecciones libres.
Dos años después, se alió al eje soviético, prohibió la prensa libre y progresivamente confiscó los negocios privados. Los cubanos aplaudimos a un estafador político. En los primeros años, sus oponentes utilizaron las mismas tácticas del castrismo para llegar al poder: el sabotaje y la lucha armada. Veintisiete años después, el 28 de enero de 1976, Ricardo Bofill, un profesor universitario de filosofía, funda el Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH) junto a Martha Frayde, entre otros activistas.
Cuando Bofill comenzó a denunciar las groseras violaciones a las libertades políticas y de expresión por parte de la dictadura verde olivo, el apoyo al régimen era mayoritario en Cuba. La mayoría de los ciudadanos estábamos adoctrinados. Muy pocos conocíamos cómo funcionaba el modelo democrático. Ni siquiera sabíamos sobre los derechos humanos y el respeto a las diferencias políticas.
El principal aporte al pensamiento político cubano de Ricardo Bofill y el CCPDH fue diseñar y asumir una resistencia pacífica en el enfrentamiento a la dictadura. Perseguidos y sin recursos, acopiaban denuncias de los abusos del Estado y luego las distribuían en las agencias de prensa extranjera y embajadas occidentales. De forma clandestina repartían ejemplares de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento considerado ilegal, a pesar de que Cuba fue signataria el 10 de diciembre de 1948.
Bofill y los integrantes del CCPDH fueron precursores. La oposición pacífica, que al contrario de la lucha armada no ha podido ser derrotada, siguió aportando líderes como Oscar Elías Biscet, Leonel Morejón Almagro, Vladimiro Roca Antúnez, Félix Bonne Carcassés, Martha Beatriz Roque Cabello y René Gómez Manzano. Después llegaron otros de corrientes políticas diversas. Son los casos del socialdemócrata Manuel Cuesta Morúa; los que están favor de mantener del embargo como Antonio Rodiles, José Daniel Ferrer y Ángel Moya; los partidarios de la emancipación ciudadana desde la ley como Oswaldo Payá Sardiñas e intelectuales que apuestan por un socialismo democrático como la profesora Alina Bárbara López.
A pesar de las diferencias políticas, todos coinciden en el respeto de los derechos humanos. Entre los cubanos de a pie, que paralizados por el miedo no apoyaban los proyectos democráticos de la oposición pacífica, también ha habido un cambio progresivo de mentalidad.
Si hace 25 años los hombres y mujeres que participaban en el acto de repudio contra Oscar Elías Biscet gritaban ‘abajo los derechos humanos’, con la llegada de las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información, el desgaste del ineficiente modelo económico y la mediocridad de la actual clase política en Cuba, la narrativa es otra. Durante las protestas del 11 de julio de 2021 y otras posteriores, la gente que salió a las calles reclamaba libertad, abajo el comunismo y pedían la renuncia de Díaz-Canel y los dirigentes incapaces.
El cambio de pensamiento en la ciudadanía es notorio, incluso dentro de la propia disidencia. Recuerdo que antes, por precaución o temor, muchos periodistas independientes utilizábamos la palabra gobierno en nuestras notas al referirnos a la longeva autocracia castrista. Ahora no. Consideramos al sistema cubano una dictadura dura y pura.
El 8 de marzo de 1991, cuando fui detenido junto a cuatro jóvenes del barrio, acusados de propaganda enemiga, a uno de ellos ‘el material subversivo’ que le ocuparon fueron dos periódicos Novedades de Moscú y una Declaración Universal de los Derechos Humanos. Estuvimos dos semanas encerrados en una celda tapiada de Villa Marista, sede del Departamento de Seguridad del Estado. La fiscalía amenazó con sancionarnos a ocho años de cárcel. El interrogador estaba convencido que “ese mamotreto espurio -la declaración universal- formaba parte de una campaña de diversionismo ideológico de Estados Unidos”.
El régimen alardeaba que Cuba era el país más democrático del mundo. Algunas personas entendían que los derechos humanos era tener garantizada salud y enseñanza gratuita. Hablar de libertades políticas, económicas, de prensa y expresión era un tema tabú.
Si criticaban el modelo político o a Fidel Castro lo hacían en voz baja. Los chistes contra el gobierno podían ser un delito. Todavía a fines de 2010, la gente en la calle observaba en silencio la represión feroz y las golpizas a las mujeres de las Damas de Blanco, quienes con gladiolos en las manos exigían la libertad de padres, hijos, esposos o hermanos encarcelados en la oleada represiva de marzo y abril de 2003.
Pero eso ha cambiado. Hoy, las personas, en voz alta, critican al partido comunista, ofenden a los mandatarios y le gritan ‘abusadores’ a la policía cuando detienen a alguien con uso excesivo de la fuerza.
Hace una década, un amigo discrepaba conmigo sobre el tema de la democracia. “La democracia no se come”, me dijo. En víspera del 75 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, la mayoría de los cubanos de la Isla ha cambiado de parecer. Ahora están convencidos de que la libertad es lo más importante.