HUGHES,
Se cumplen los cincuenta años del asesinato de Carrero Blanco —que fue el de dos personas más—. Hablaremos de ello, saldrán libros y ya se emite una serie documental, Matar al presidente. Si algo nos han enseñado los últimos años es que los conspiranoicos siempre tienen razón y entonces cabe preguntarse: ¿interesa al inmenso jijijaja de Movistar que se sepa algo profundo sobre la Transición?
La serie está bien. Se han emitido dos episodios y el segundo, aunque se titula La CIA en España, parece llevarnos por otro lado. Hubo como mínimo negligencia en la seguridad alrededor de Carrero. No sale bien parado Arias Navarro, ministro de la Gobernación con gran influencia en el embajador en Francia, que desacata una orden y viaja a Madrid desentendiéndose de París, donde estaban los jefes etarras. Arias sería presidente y el embajador ministro. Pedro Cortina Mauri, así se llamaba, padre de Los Albertos y consejero delegado de San Miguel, la cervecera. En las conversaciones desclasificadas, Kissinger elogia su dureza negociadora, el más duro en opinión del Rey de Marruecos.
Eran los años de la revolución portuguesa y Kissinger le pide ayuda sin renunciar al humor: «Nunca leo el Washington Post. Salvo los Deportes y la sección de Estilo». Cortina saca nuestro tema, pero Kissinger bosteza: «El mundo puede sobrevivir sin el Sáhara Español». Hay un par de diálogos dignos de recordar:
Kissinger: Hubo un momento en mi vida en el que no sabía dónde estaba el Sáhara Español y era feliz
Cortina: ¡Antes de que se descubrieran los fosfatos!
Kissinger: Por pretensiones históricas, Marruecos puede hacerse con la mitad de España
Cortina: Por los califas de Córdoba, nosotros tomar todo Marruecos
Cortina defiende a la población saharaui. «No podemos tratarlos como a un grupo de camellos solo por la avaricia territorial de Hassan», pero Kissinger, que da dinero a Marruecos, hace como que se mira una uña: «Mi postura personal es que una nación llamada Sáhara Español no es algo exigido por la historia». Cortina sería el último ministro de exteriores del franquismo.
En la serie se discute la presencia de la CIA en España. Pilar Urbano llega a afirmar que los explosivos que matan a Carrero (y al chófer y al escolta) los ponen dos de sus agentes. Eran muchos los militares y políticos untados. ¿Cuántos? ¿Cuántos hoy? Hablar de ello no es conspiranoia, estuvo siempre en la conversación. Mariano Ozores incluso rodó una película, ¡Qué tía la C. I. A.!, en la que Fernando Esteso se ve envuelto en un asunto de espías saliendo de Cuenca. Va a casarse, pero le infiltran un microfilm con unos datos cruciales sobre la unificación de Alemania. En la película, los rusos y americanos tratan de impedirlo y Fernando Esteso colabora sin querer, prolongador sin saberlo del telón de acero. Le persiguen unos espías unionistas alemanes sin duda avanzados que le torturan a él, a Antonio Ozores y a Juanito Navarro con unas descargas eléctricas por el culo. «¡Vamos a perder la honra!», advierte Ozores. Pero al final se salvan con la ayuda de una espía que no se sabe bien si es americana, cosa que no importa porque es rubia. Resulta ser de la CIA y alemana, Hertha Hitler, nieta del mismísimo («Tampoco era mal abuelo…»). Esteso mata a cuchilladas (incruentas) a los espías y vigorizado y excitado por la hazaña se beneficia a la de la CIA, que consiente por geopolítica y quizás también por el encanto ibérico de Esteso que (año 1985) no era todavía europeo.
Este curioso y quizás único momento geopolítico estesiano pasó, como pasó el de los Castiella, Carrero, Cortina… No evitó la Gran Alemania, el Sáhara se ha perdido y el mundo de la CIA insiste en ser bipolar. Y como bien se temía Ozores, lo otro también se perdió.