sábado, noviembre 23, 2024
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¿Por qué oficialismo y oposición juegan al todo o nada desde el día uno?

Marcelo Duclos,

En cualquier país del mundo normal, un presidente no arranca su mandato con un mega decretazo casi fundacional y un gran paquete de leyes para enviar al Congreso, con el fin de tratar y aprobar con suma urgencia. Mucho menos, las agrupaciones opositoras salen a las calles en la primera semana de gobierno para hacer manifestaciones, con sus partidarios tocando las cacerolas todas las noches y el sindicalismo amenazando con paros y huelgas antes que se cumpla un medio mes de la nueva gestión. Sonaría lógico decir que ambas partes se apuran: el gobierno debería ir más despacio con su propuesta y la oposición podría dejar que se hagan las primeras gestiones en paz, al menos por un tiempo. Sin embargo, estamos en Argentina y todo tiene mucho sentido, si analizamos levemente las circunstancias que subyacen estos fenómenos tan particulares, que podrían llamarles la atención a los analistas internacionales.

¿Por qué ambos bandos apuestan a todo o nada, en un pleno que puede salir muy mal en caso de resultado adverso? Porque hay una lucha que puede definir los próximos ocho años de la política nacional, que se juega a cara de perro en este 2024, que comenzará en pocos días.

¿Por qué va caminando al límite Javier Milei, con un ambicioso programa de reformas del primer día, cuando todo hace sospechar que no hay un “plan B” bajo la manga?

Si de algo sirvió el fracaso económico de Mauricio Macri y Cambiemos, fue para que la próxima gestión no kirchnerista aprenda una serie de lecciones importantes: la pesada herencia se explica de la forma más cruda desde el día uno, se va al hueso con el programa de reformas (evitando el fallido gradualismo) y se apuesta todo el capital a una rápida recuperación económica, en lugar de administrar noticias grises de escasos “brotes verdes”. El mal trago tiene que ser la entrada y no el plato antes del postre de una eventual reelección, como cuando el macrismo se derrumbó con un tardío sinceramiento de tarifas, que llegó mucho después de una luna de miel desperdiciada bailando cumbia en el balcón de la Casa Rosada.

La coalición que gobernó entre 2015 y 2019, que voló por los aires ante la irrupción de un espacio liberal puro, tuvo nafta hasta poco después de las elecciones de medio término. La hábil (aunque mentirosa) propuesta de Cristina Kirchner con un Alberto Fernández moderado e independiente, sirvió para darle el golpe de gracia a un experimento político que se quedó sin combustible antes de llegar a la meta y se agotó en el discurso antikirchnerista. Todo en medio de una complicada y predecible situación económica que después lógicamente empeoró, pero eso es otra historia.

Milei sabe que no hay 2027 (necesario para su ambicioso programa general de reformas) sin 2024, pero también comprende que no hay ninguna posibilidad de aumentar su fuerza legislativa en las elecciones de medio término, si la curva del desastre económico heredado no dio lugar ya a una evidente, palpable y tangible recuperación al momento de volver a las urnas. Para que el nuevo oficialismo libertario vuelva a triunfar en las elecciones dentro de dos años, Argentina tiene que estar atravesando por un proceso económico como el de Carlos Menem en su reelección de 1995. De aquí se entiende que el flamante presidente haya impulsado en dos días el proceso de estabilización que al riojano le tomó dos años. Él no cuenta con el peronismo atrás, por lo que el tiempo apremia. Como economista, sabe mejor que nadie hacer ejercicios de proyección (que midan la paciencia a su proyecto) y la administración económica del recurso escaso y no renovable con el que cuenta (el “stock” de la luna de miel, con el 56 % o un poco más a su favor).

Yendo al apuro opositor, el fenómeno se explica igual al que enfrenta Milei, pero del otro lado de la moneda. Si el presidente logra poner en funcionamiento su ambicioso programa, no hay mucho que dudar sobre el resultado de las medidas. Todo lo que quiere implementar el nuevo gobierno, ya sea con el polémico DNU y la “ley ómnibus” que mandará al Congreso, simplemente funciona. Esto no es materia de opinión o de discusión ideológica. Toda la evidencia empírica señala que las economías más fuertes generan más riqueza y desarrollo, mientras que los modelos corporativos dirigistas desembocan en atraso, pobreza y corrupción. Aunque el mundo actual lo deje en evidencia mirando cualquier índice de libertad económica, la historia argentina también lo confirma.

Cuando se implementaron las ideas que el nuevo gobierno propone, el país pasó de ser un desierto sanguinario por más de cuatro décadas desde su fundación, a ser la potencia con el PBI per cápita más alto del mundo en 1895. Esto que suena vetusto, antiguo y con olor a naftalina adquiere otro color y actualidad cuando nos preguntamos por nuestros apellidos y recordamos de dónde, cuándo y por qué vinieron nuestros abuelos a la Argentina. Lamentablemente, nosotros somos de la generación que se va en búsqueda de mejores horizontes.

El fenómeno de la implementación de las ideas liberales tiene antecedentes en todo el mundo. Más acá en el tiempo tenemos al “milagro alemán”, que de “milagro” no tuvo nada, ya que se trató de las ideas adecuadas para solucionar una problemática concreta. Con el mismo recetario que Ludwig Erhard bajo el brazo, Milei comienza una lucha contra el tiempo más vital y trascendente que contra la izquierda, el sindicalismo y el kirchnerismo.

Desde la ingenuidad uno puede preguntar por qué se demoró la aplicación de las políticas virtuosas, si el mundo ya tiene saldada la discusión sobre lo que funciona y lo que no. La cuestión es que el modelo corporativo (o de “la casta”, como eficientemente ilustró el libertario en su campaña ante el electorado) tiene muchos beneficiarios. Hablamos de una corporación transversal que corta toda la sociedad, que va desde los millonarios industriales y sindicalistas, pasando por los privilegiados y “estables” empleados públicos, casi los únicos sobrevivientes de una extinta clase media, y terminando con los que viven de forma muy modesta sin lujos, pero sin la molestia de tener que ir a trabajar todos los días. Lo que pasó en la última elección es que del lado del 55 % quedó la mayoría perjudicada, que por una vez decidió comenzar a transitar el promisorio, pero duro camino de la realidad, a diferencia de lo que ocurrió en 2019.

La oposición, que representa a esa argentina corporativa en todas sus capas, interpreta al proyecto liberal como un cáncer maligno para sus intereses. Hoy es como un tumor, que puede extirparse antes que haga metástasis en todo el cuerpo y ya sea demasiado tarde. De ahí el apuro, que tiene como únicas opciones boicotear el plan de reformas lo máximo posible o, como algunos dicen, apostar a la caída del nuevo gobierno.

Del otro lado de la ecuación, lo que comienza, lógicamente, no se interpreta como una enfermedad, sino un proceso virtuoso, que tiene llegar a todos los estratos sociales en el más breve tiempo posible. Milei sabe que si eso no ocurre antes de las próximas elecciones no tiene muchas oportnidades. Lo mismo ocurre con la corporación política, que entiende que, si los argentinos de a pie comienzan a sentir en carne propia los beneficios de la libertad y la estabilidad económica, no solo tienen perdido el 2025, sino también los próximos cuatro años. Lo que hoy son todos problemas, de comenzar a funcionar el programa se convertirá en muchos alivios. Desde poder conseguir un alquiler sin tantas restricciones, hasta comprar algo por internet de cualquier lugar del mundo y que llegue a la puerta de la casa a un precio razonable, pasando por la comodidad de conseguir una aspirina en el kiosko de la esquina. El proceso dominó que unos necesitan apurar en tiempo récord y otros desean evitar a cualquier costo.

Por eso ambos juegan todo o nada a contrarreloj. Es matar o morir.

Fuente: Panampost

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