En diciembre de 1998, Hugo Chávez Frías, un teniente coronel del Ejército que había cobrado relevancia local un par de años antes por liderar un intento de golpe de Estado, logró acceder por la vía electoral a la presidencia de Venezuela. Aunque un viejo tango de Carlos Gardel afirma que «20 años no es nada», los 25 que ha atravesado el país caribeño bajo los gobiernos de Chávez primero y Nicolás Maduro después, han significado un punto de quiebre en la historia contemporánea de la nación hispanoamericana.
Venezuela concluye el 2023 enmarcada en la misma tendencia destructiva que desde hace mucho tiempo ha implantado el chavismo, en medio de un ambiente en el que, lamentablemente, la precariedad, la opresión, la censura y la persecución se han vuelto los signos comunes de la «gestión» roja.
En específico, durante el año que acaba de cerrar, la nación sudamericana presenció una importante purga dentro de las filas chavistas, una tarea en la que Maduro se ha vuelto un maestro, al punto de podar a casi cualquier contendor interno. De igual forma, en 2023 el tirano venezolano logró encarrilar a toda la oposición interna y externa, comprometiendo a la generalidad de sus sectores en una hoja de ruta que prácticamente ha desdibujado cualquier otra manera de enfrentar al sistema que no sea la presentarse a las previsiblemente truculentas elecciones presidenciales que están previstas para 2024.
Por otra parte, y en medio de una crisis económica que no ha parado -independientemente de narrativas oficiosas que pretenden vender la especie de que Venezuela ha resurgido como el ave fénix-, siguen contándose por miles el número de ciudadanos que a diario abandonan el país para buscar forjar un proyecto de vida en otras naciones de la región y del mundo, cifrando en más de ocho millones el número de venezolanos que han dejado su país en los últimos años.
Un Maduro que se siente aparentemente envalentonado ha decidido cerrar el año llegando a «acuerdos» con los Estados Unidos, quienes en un canje de prisioneros han devuelto a tierras venezolanas al principal testaferro de la revolución, el colombiano Álex Saab.
Pero como si esto no fuese suficiente, el jefe chavista también ha decidido -quizá jugando una posición de fuerza o huyendo hacia adelante para distraer- que es el momento perfecto para desatar una guerra de micrófonos con la vecina Guyana inglesa, reavivando la centenaria disputa del territorio Esequibo, situado al este de Venezuela.
La purga chavista en la que desapareció Tareck El Aissami
En marzo, bajo todos los indicativos de una evidente purga interna, el régimen decidió emprender una supuesta operación anticorrupción en la que, básicamente, se denunció el extravío de cerca de 3.000 millones de dólares en una trama que comprometió a la estatal Petróleos de Venezuela, grupos dedicados al manejo de criptomonedas y empresas constructoras que representan al llamado sector de la «boliburguesía» local, una suerte de nueva clase «empresarial» que se ha enriquecido aprovechando sus conexiones con el poder rojo.
En dicha operación distintos funcionarios chavistas fueron detenidos y presentados en televisión nacional portando trajes naranja (como los que habitualmente utilizan los reclusos en el sistema penitenciario de los Estados Unidos). Sin embargo, lo más llamativo de la misma es que precipitó la renuncia de Tareck El Aissami al Ministerio de Petróleo. El Aissami es un joven burócrata chavista que aparentemente tenía una carrera en ascenso y a quienes por años se señaló como jefe de una de las facciones internas del régimen, especialmente una emparentada tanto con Irán y el extremismo islámico como con vastos sectores de la «boliburguesía».
A la dimisión le siguió la desaparición del funcionario. Al día de hoy el paradero del otrora fulgurante ministro es desconocido, todo ello sin que el Ejecutivo de Maduro o el sistema de Justicia local aporten mayor información sobre el caso. Lo que sí es cierto es que, con el Aissami fuera del mapa de actores relevantes, Maduro quitó del medio a un individuo que gozaba de alguna autonomía y margen de maniobra propios en las entrañas del monstruo rojo.
El régimen construye la normalización «electoral»
Ya se ha dicho. El año que cierra representa el número 25 de la llegada de Hugo Chávez al poder. En ese camino ha habido momentos en los que el chavismo ha sido combatido a través de la presión ciudadana, del ruido de sables en los cuarteles militares, de la vía electoral, mediante los caminos de la Justicia internacional, con la abstención electoral para buscar presión exterior, entre otras.
Hasta hace nada esta última era la alternativa ensayada por los opositores locales e internacionales de Maduro, quienes se basaban en el relato -no carente de razón- de que el dictador era dictador en tanto fabricó y se robó unas elecciones de mentira en el año 2018.
Sin embargo, pasado el tiempo y con el naufragio del llamado «Gobierno interino» -un ensayo de Ejecutivo paralelo al chavista que nunca cuajó- Maduro se ha quedado sólo en el escenario, llueve truene o relampaguee.
En su persistencia, el régimen ha logrado cansar de tal manera a la oposición venezolana y a actores como Estados Unidos y la Unión Europea (UE) que, independientemente de la ilegitimidad que le es inherente, prácticamente ha dejado unos comicios sin ningún tipo de garantías como única posibilidad para ser desalado del poder. Una estafa, pero tómala o déjala, pues no hay otra opción.
La jugada ha tomado tal fuerza que incluso sectores históricamente críticos del sistema electoral venezolano, como el encabezado por la líder opositora María Corina Machado, han optado por embarcarse en una campaña para buscar derrotar a Maduro en las urnas el año próximo. Machado, quien ganó unas primarias opositoras en octubre por una ventaja abrumadora, afirma que llegará «hasta el final» para sacar a Maduro del Palacio de Miraflores. Todo ello pese a que actualmente está inhabilitada por el propio régimen para optar a cargos de elección popular.
Alex Saab: la joya de la corona
La idea del supuesto escenario de mejoras en las condiciones electorales en Venezuela, para que Maduro dé paso en 2024 a unos comicios presidenciales relativamente limpios, deviene de un largo proceso de negociación en el que la contraparte de Maduro en los diálogos no es la oposición venezolana en sí, sino los funcionarios de la Administración Biden.
Así, Estados Unidos se ha empeñado en que, por la vía de un pacto, Maduro otorgará concesiones democráticas mínimas de cara al año próximo; claro, siempre y cuando el enfoque «maximalista» de la oposición a la tiranía sea desmontado. Piensan que de ahora en más debe darse espacio al credo electoral como única alternativa, procediendo además a desmontar las sanciones y presiones económicas que orbitan en torno a los capitostes del régimen rojo.
Esto, que luce más como una capitulación que otra cosa, se concretó a través de la firma del llamado acuerdo de Barbados, donde quedó tácitamente establecida dicha hoja de ruta. Sin embargo, el verdadero alcance de la negociación no fue visible sino hasta que Álex Saab, un ciudadano colombiano que por años sirvió de testaferro a Maduro y que estaba detenido en Estados Unidos por lavado de activos, terminó siendo enviado a Caracas a cambio de la liberación de una veintena de presos políticos venezolanos y el traslado a territorio norteamericano de diez estadounidenses que eran mantenidos como rehenes en Venezuela.
Saab tiene un especial poder simbólico para la tiranía venezolana, más allá de ser quizá el principal operador financiero internacional del régimen bolivariano durante los últimos años. El empresario colombiano ha sido revestido por la tiranía con el título de diplomático, y su prisión de más de tres años se ha vendido como una novela de sufrimiento y dolor, por lo que su regreso a Venezuela es mercadeado por Maduro como un golpe directo en las costillas al «imperio» estadounidense, al que la brava Venezuela ha logrado vencer en esta ocasión.
Casi estalla la guerra con Guyana
En la historia reciente de Venezuela los conflictos con terceros países, salvo un par de impasses diplomáticos con Colombia producidos a finales de los ochenta y cuando llegó Chávez al poder, son prácticamente inexistentes. Sin embargo, a finales de este año Nicolás Maduro echó mano de un viejo problema limítrofe no resuelto para agitar una supuesta bandera nacionalista y encuadrar los temas de conversación de la agenda informativa de acuerdo a sus intereses.
El Esequibo, un territorio con gran potencial mineral de casi 160.000 kilómetros cuya titularidad se ha reclamado históricamente frente a Guyana, se convirtió así en el centro de «interés» chavista en el último trimestre de 2023, llegando incluso a convocarse un «referendo» para revestir de soberanía popular el añejo reclamo.
La inserción del tema del Esequibo en el discurso oficialista ha servido a Maduro para desatar una escalada en la que todos los demás problemas urgentes que padece Venezuela (cortes eléctricos, bajos salarios, pobre suministro de agua, corrupción, etc.) pasaron convenientemente a un segundo plano. Lo importante ahora es dicha disputa, y si hay que ir a la guerra con Guyana para hacer valer el reclamo, pues se ir. Además, el recurso del Esequibo ha servido a la tiranía para separar las aguas en el país: quien viva en Venezuela y no cierre filas en torno al reclamo como prioridad podría ser calificado como un «traidor a la Patria».
Pese a que incluso el conflicto ha sido mediado por terceros actores internacionales, buscando que las pasiones no se exacerben, en días recientes Maduro ordenó una movilización de tropas militares a las cercanías de la zona, asegurando estar actuando de manera preventiva frente al envío de un buque británico que llegará pronto al Esequibo, un gesto que Caracas valora como una provocación abierta.
Aunque no está claro cuál será el desarrollo que tendrá el tema, lo interesante es que Maduro, bien por sentirse muy cómodo habiendo estabilizado su estadía en el poder, bien por buscar deliberadamente distraer al público frente a la catarata de problemas que enfrenta la nación, ha optado por meter al país sudamericano en un estado de pre-guerra que busca abiertamente crispar aún más los ánimos en la sociedad venezolana.