VIII Diálogo Presidencial del Grupo IDEA
ASDRÚBAL AGUIAR,
Me propongo presentarles una síntesis y relectura de diversos ensayos sobre “La política en el ecosistema digital” (2021), “El uso de las plataformas y sus amenazas a la democracia” (2021), y “Política e información en el ecosistema digital” (2020), que hacen parte de mi libro El viaje moderno llegó a su final. Su prologuista, el presidente Luis Alberto Lacalle H., cuya sincera amistad me honra, ha sugerido reabrir este debate en IDEA. Le preocupaba mi tono apocalíptico. No era tal y se los explicaré.
Durante las tres décadas que se abren con la finalización del socialismo real y cierran con la pandemia del Covid-19, hemos avanzado hacia una Edad de ruptura epistemológica que segmenta y desperdiga a la añeja opinión pública. Forjadora de los partidos y de las representaciones en el campo de la política, por atada a la valorización de lo lugareño y a la experiencia modeladora del tiempo, hoy, desde el mundo de las redes, vemos que se
compromete al patrimonio moral que nos dejó la Segunda Gran Guerra del siglo XX y la tragedia agonal del Holocausto.
Ahora y en lo inmediato la opinión se fracciona, no ordena banderías, es decir, se pulverizan las creencias de manera cuántica haciendo predominar por sobre la narrativa de cada internauta la que imponen los Bots o programas automatizados repetitivos, que totalizan perspectivas. Dirigen la violencia difusa callejera y la global, desasidas de todo precepto moral.
Tachan el paternalismo y se afincan en lo emocional, a pesar de lo saludable que es el encuentro de casi toda la Humanidad en el espacio común de la información. En la medida en que las redes diluyen los viejos lazos de la ciudadanía estatal fronteriza, base histórica de la acción política y horma de validez de las leyes, a la par, desfigurándose al mundo real y objetivo, aquéllas procuran o facilitan una reorganización humana alrededor de nuevos
nichos o leviatanes pret-a-porter. Los algoritmos ayudan en la tarea. Las gentes, semejantes como personas, en lo adelante y bajo arbitrio propio y subjetivo se deslocalizan, y unos y otros se asumen recíprocamente como extraños. Se separan de todo aquel a quien consideran diferente, mientras algunos resucitan los nacionalismos decimonónicos. Y, para unos y para otros, como cabe observarlo, extraños son quienes se sostienen dentro de los marcos de la milenaria y mestiza civilización heredada por los
occidentales, en especial quienes cuestionan a la «corrección política» por ajena a las certezas. Un epicureísmo digital se nos sobrepone. Vivimos en un cosmos de narcisos, disfrazados de dioses o de guasones.
Reparemos en las nuevas identidades, hechas al detal y al instante por las generaciones corrientes, encerradas en cavernas imaginarias o burbujas de neta inspiración platónica. Crean lenguajes propios, deconstruyen las lenguas dominantes, prostituyen los símbolos que hasta ayer amalgamaban al conjunto social como «patrias de bandera» o como Estado.
Presenciamos, en suma, nuevas torres de Babel por miríadas y a diario mutantes según sea la animosidad que fluye y refluye como las olas a través de las redes.
El Homo a secas, que es la verdad terrena constante y objetiva, no perfecta sino perfectible, inteligente pero limitada, necesitada de los otros y que se concreta en el Homo Sapiens atado a la racionalidad teórica y práctica, luego de volverse Homo Videns desde mediados del siglo XX o feligrés acrítico de las imágenes parciales de lo real como hijo de la televisión, con la llegada de las tercera y cuarta revoluciones industriales ha derivado en Homo Twitter.
Se señala que este es el beneficiario y la mejoría de los anteriores. Lo cree César Cansino, pues retoma la escritura aun cuando en términos metafóricos. Le bastan 140 caracteres, que luego – he aquí la cuestión de fondo – relaciona y ata a imágenes o videos que truca o saca del pasado como si fuesen visiones del presente para saciar su estado de ánimo, para
procurar su objetivo de poder, para castigar a las sociedades y, dada su descubierta condición, repito, de Homo Deus, hasta para favorecer a quienes hacen sus guerras virtuales desde las trincheras del terrorismo posmoderno.
En fin, desheredado de los espacios – abandonando el hogar estable que pasa de abuelos a padres, negado al trabajo seguro y para toda la vida, ajeno a su nación que estima de inútil o pieza de museo, sin lazos de lealtad “hasta que la muerte nos separe” – el Homo Twitter lleva una vida de nómada. Es un migrante sin destino cierto, sin verdades en el equipaje, que recorre al planeta sumándose a mesnadas de indignados y a bancos de sardinas que arrastran las redes adormeciéndoles con sus imaginarios. Ese Homo Twitter o ciudadano digital es la fácil presa de los populistas de nueva data; y éstos, a la vez, son los cortesanos de quienes gobiernan las grandes plataformas integradoras de la información con la informática y la conectividad.
Ahora bien, si se le ha llamado Homo Twitter – Del Homo Videns al Homo Twitter, es el título de la obra que edita Cansino – en buena hora y desde hace un año Elon Musk lo ha rebautizado Homo X, con lo que cede lo fatal o apocalíptico de mi discurso. En efecto, los antiguos contaban con los dedos y al cruzar las manos representaban al conjunto. Platón en su Timeo recuerda que para regular la buena marcha del universo el demiurgo
trasladó a lo cosmológico el símbolo del cruce de las manos. Y al diez se le considera por Pitágoras el número sagrado. Es el emblema de lo desconocido en el álgebra, de lo que espera de respuesta, la respuesta nuestra al desafío de la deconstrucción digital.
Dicho esto, avanzo ahora sobre la otra cuestión que es pertinente a la anterior y bien dibuja la complejidad de la ecuación a resolver.
En vísperas de la guerra contra Ucrania – quedando al desnudo el sentido teleológico de los posteriores atentados terroristas contra el pueblo judío – el 5 de febrero de 2022, superado el distanciamiento social que impuso la pandemia, Xi Jing Pin y Vladimir Putin desafiaron a la civilización judeocristiana y grecolatina de Occidente; cuyos albaceas – nosotros
mismos – hemos considerado un lastre o la vemos agotada. No especulo. Papa Francisco, en el marco del COVID-19 y al cerrarse el tiempo transcurrido desde la apertura de la Puerta de Brandemburgo que nos separaba del Oriente, enjuiciando a su propia Congregación de la Fe como eje de una cultura milenaria y no sólo de una religión, declaró lo siguiente:
“Estábamos en una época donde era más sencillo distinguir entre dos vertientes bastante bien definidas: “Un mundo cristiano por un lado y un mundo todavía por evangelizar por el otro”.
Luego concluye Bergoglio de forma lapidaria: “No estamos más en la cristiandad. Hoy no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados… No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no constituye un presupuesto obvio de la vida
común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada
y ridiculizada”. La respuesta ruso-china no se hizo esperar. La sellan con la guerra Putin y
Jinping: “Como poderes mundiales, somos poseedores de ricas y milenarias culturas”, hacen constar en su Declaración Conjunta para la Era Nueva.
Veamos las consecuencias.
El mundo digital y de la inteligencia artificial es, quiérase o no, el sustitutivo de la plaza pública y de sus Estados y partidos modernos; esos que hasta ayer operaban como diafragmas entre la realidad del poder y el común de las gentes y se han vuelto franquicias, no solo bajo los regímenes controlados por el progresismo. Los partidos – comenzando por los italianos, y me lo revela Giulio Andreotti en 1992 – habían secuestrado la representación hacia finales del siglo XX, con desprecio palmario de esa sociedad civil que tanto disgusta al marxismo, incluido el gramsciano. Es ella, exactamente la que emerge y hace presencia virulenta y anómica a través de las redes.
La cuestión es que Antonio Gramsci, desafiando a Marx supo entender que el cemento de los grupos sociales no es la ideología sino la cultura. De modo que, el proceso para su debilitamiento, a partir de 1989, adquiere un dinamismo arrasador tras el uso, abuso y manipulación de las redes digitales por quienes, desde los extremos del horizonte político, aun juegan a la deconstrucción de los lazos sociales.
Si leemos los documentos de Sao Paulo, de Puebla y también los de Davos, podremos constatar que ninguno de estos conjuga con la libertad ni con el Estado de Derecho, piedras angulares de la civilización a la que pertenecemos. Creen posible realizar los derechos humanos fuera del corsé de la democracia. No debe extrañar, entonces, que los Estados constitucionales y las organizaciones multilaterales que las grandes guerras del pasado siglo nos dejasen como legado instrumental, esta vez se revelen incapaces, por si solos, para detener o moderar el proceso de desmontaje cultural en marcha.
El caso es que la deconstrucción de Occidente ha sido eficazmente auxiliada por el ecosistema digital y la lógica de su ingeniería social. Lo que es más revelador, las burocracias restantes de aquéllos y de éstas, como Naciones Unidas, estimulan desde adentro y con vistas al 2030 la ruptura con nuestros valores fundantes. Así, el principio ordenador del respeto a la dignidad de la persona humana, norma de orden público internacional, ha sido derogado en los hechos por carencia de garantías reales.
¿Es razonable – me pregunto en esta hora dilemática para la Humanidad – pedirle a los israelitas y los palestinos, ambas víctimas de Hamás, que sean quienes respondan por la paz mundial ante la inacción del órgano de seguridad y tutela universales? ¿No observamos el choque de relatos que avanza, aquí sí, a nivel global y sobre las redes, desde el instante en que se ejecutan los atentados terroristas? No se han esgrimido argumentos serios sobre las posturas en tensión, sino que se travisten los hechos y se exacerban los prejuicios. Lo que es más grave, tras el argumento falaz de la imparcialidad informativa se está homologando a la maldad absoluta con quienes luchan por sostener el sentido de la vida y las libertades. Ante nuestros ojos, en síntesis, tenemos un panorama signado por la invertebración social, la inmediatez conductual y política, que siguen al debilitamiento o desaparición de las polis como puntos de armonía y encuentro entre las personas llamadas por propia naturaleza a la «lugarización» y al uso del tiempo a fin de sedimentar hábitos, costumbres, formas de convivencia civil, delinear representaciones políticas y hacerle contrapeso, desde las raíces de lo nacional, a la virtualidad y la instantaneidad de lo global.
En el bar ruidoso del siglo XXI al que todos asistimos, donde todos hablan y todos gritan sin escucharse mientras beben, cada uno en soledad vocea su verdad al por menor. De ordinario se trata de una mentira dialéctica o la desfiguración emocional de la realidad, según sea mayor o menor el deseo de exhibición; con el agregado de que nadie puede preguntar o repreguntar para aclarar ideas y hacerse entender, como lo señalan en escrito reciente Pablo Barbera y Gonzalo Rivero. Quien lo intenta es víctima de bulling, de escraches, se le expulsa, es vetado, es bloqueado como se dice en la jerga digital.
El otro asunto de analizar por relevante es que, si la mentira es tan antigua como la historia de los hombres y de los pueblos, su fuerza exponencial contemporánea envuelve de modo integral, bajo la forma de FakeNews. Totaliza y tiene vocación totalitaria. Casi que impide el verse contrarrestada en la plaza pública digital, como partera, esta, de ideas
líquidas y movibles.
La lengua o el lenguaje – pienso en Esopo y lo recuerda Jorge Ignacio Covarrubias – que “es el órgano de la verdad y la razón”, es la que más sufre en el mundo de las redes. La comunicación ata, la incomunicación que asimismo provoca el engaño – tanto como su censura o por la falta de códigos lingüísticos comunes – disuelve toda forma de cohesión social y política.
No olvidemos, entonces, que el catecismo de Gramsci, del que se valen casi todos los políticos candidatos, ante la ausencia de verdaderos líderes sugiere relativizar para cortar raíces; trastocar el sentido común de las cosas, y pulverizar todo credo o convicción. Y nadie explica mejor el método que su más acerado crítico, el culto jurista italiano Piero
Calamandrei, fallecido en 1956. Su obra, El fascismo como régimen de la mentira: Il fascismo come regime della menzogna, le sale al paso a esta desviación política de la conciencia.
“Se trata de algo más profundo y turbio que la ilegalidad; es la simulación de la legalidad, el engaño a la legalidad legalmente organizado… De donde las instituciones no significan más aquello que está escrito en las leyes, sino lo que se sobreentiende entre líneas y a conveniencia, y las palabras no tienen más el significado registrado en el vocabulario, sino otro distinto y de ordinario el opuesto”, dice Calamandrei. Es inevitable, pues, volver nuestra mirada a Cuba y a Venezuela, y a Nicaragua, por lo pronto.
¿Cómo construir, entonces, representatividades y legitimarlas políticamente, en un contexto de incertidumbres y relatividades?, es la pregunta vertebral. Carezco de respuesta, salvo saber que la primera tarea de un político responsable es restablecer las certezas, a despecho de las encuestas de opinión.
La última cuestión de analizar, quedando muchas otras en el tintero, es que se le ha puesto punto final, bajo la gobernanza digital, a la neta separación entre la intimidad o el ámbito privado o privativo de las personas – llena de “incidentalismos” – y lo colectivo. El “dar al César lo que es del César” ha perdido su vigencia. El internauta, en efecto, si bien reclama, por considerarlo abusivo, verse protegido en sus datos personales y en el uso que de estos hacen los grandes servidores o los dueños de las plataformas que sostienen al andamiaje de las redes, en otra banda le falta – lo dice bien Bauman con su giro metafórico– “instalar micrófonos en los confesionarios de las iglesias y conectarlos a una red pública”.
En un intento de conclusiones, dejando observaciones que veo de relevantes y en su relación con los temas de la representación política y del control heterónomo o normativo planteado para las redes y que se dificulta, por trasvasar estas los dominios jurisdiccionales fronterizos de toda ley, algunos se preguntarán si ¿es tiempo de anunciar, como lo hizo recientemente Alain Touraine, “la muerte de la definición del ser humano como ser social, definido por su lugar en una sociedad que determina sus acciones y comportamientos”? No lo creo.
En lo personal sí creo que la saturación deconstructiva y anárquica de los últimos treinta años, que no deja en pie a Estados ni a partidos volviéndoles piezas de utilería, empujará a un alto para el sosiego y la desintoxicación. Ya se aprecia en el entramado de las redes y la queja de sus usuarios. Urge, entonces, una clara comprensión de este ecosistema por los actores académicos, políticos, religiosos, y de quienes hacen vida en los medios de
comunicación social, si se trata de o aspiran a recomponer el ágora mínima y restablecer el necesario tejido social, los enlaces básicos que hagan posible la convivencia futura y su gobernabilidad. No hay Estado ni república sin nación, sin la gente. El fenómeno de María Corina Machado, que deja atrás el Metaverso político para bajar al encuentro, en cada sitio
remoto de la geografía venezolana, de quienes sufren la diáspora y se sienten huérfanos, mirándolos a los ojos, es un claro indicativo de tal posibilidad.
La cuestión que tenemos ante nosotros, la del Hombre X y dicho a manera de epílogo, espera de consideraciones y soluciones que no pueden ser la obra fugaz del espontaneísmo, tan propio a la cultura política partidaria de finales del siglo XX. Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, abrieron un debate agonal el 19 de enero de 2004 desde la Academia Católica de Baviera que, salvo algunos exégetas y por razones de interés intelectual, nadie se ha ocupado de cerrar. Estamos a tiempo.
El Cardenal Ratzinger, guía de la Congregación de la Fe bajo Juan Pablo II, uno de los artesanos del final del comunismo, y el primero su sucesor y quien como Papa hubo de renunciar, le aceptaba a Habermas “que el cambio fundamental de visión del mundo y visión del hombre que se ha producido, como resultado de los crecientes conocimientos científicos, está implicado de manera muy esencial en la ruptura de viejas certezas
morales”.
A su turno Habermas, miembro de la Escuela de Frankfurt, admite que, en el choque entre razón y fe, cabe tener presente que “una modernización descarrilada de la sociedad en [su] conjunto podría aflojar el lazo democrático y consumir aquella solidaridad de la que depende el Estado…
Y entonces se produciría – precisa este – la situación temida [la que nos resistimos a reconocer]: la transformación de los miembros de las prósperas y pacíficas sociedades liberales en átomos aislados que actúan interesadamente, y que no hacen sino lanzar sus derechos subjetivos como armas…”, sin consideración de los semejantes ni con el Bien Común.
Miami Dade College, Wolfson Campus,
Noviembre 7, 2023.