ESPERANZA RUIZ,
No recuerdo ahora qué intelectual gabacho de ringorrango, y no fue Bourdieu, dijo de Bernard-Henri Lévy que si uno quería no equivocarse con respecto de cualquier asunto, sólo tenía que ir en la dirección contraria de aquello que defendiera el filósofo amigo de Pedro J. Ramírez. Créanme, es una máxima que nunca falla. De la vacunación contra el COVID, pasando por la guerra de Libia, y las otras, para no hacer el ridículo, mejor no ponerse del lado de alguien que va al «frente» en camisa blanca de Charvet y mocasines Weston.
En España no hay indicadores del error tan sublimes como BHL, si acaso la familia Bardem, pero casi cualquier politólogo, novelista de éxito o columnista-tertuliano puede valer como brújula estropeada. Sin ir más lejos, uno de éstos reaccionaba en Twitter con un rotundo Je suis Charlie a la entrevista que el suplemento cultural de El Mundo, La Lectura, hacía el año pasado por estas fechas (aniversario de la masacre) a Laurent Sourisseau, más conocido como Riss.
Éste, director del «semanario satírico» Charlie Hebdo, se dejaba interrogar por el medio español con motivo de la publicación de su libro Un minuto y cuarenta y nueve segundos, obra que se centra en el atentado islamista sufrido por el periódico nueve años atrás. En un giro inesperado de los acontecimientos, Riss hizo un elogio de la libertad de expresión. Una libertad que el medio para el que trabaja jamás otorgó, por ejemplo, a su compañero Maurice Sinet, despedido por pretender sugerir el braguetazo que iba a dar Jean Sarkozy, hijo de Nicolas, gracias a su boda con Jessica Sebaoun-Darty, miembro de una rica familia franco-sefardí dedicada a la distribución de electrodomésticos allende los Pirineos. Philippe Val, responsable de Charlie por aquel entonces y gran amigo de Carla Bruni, hizo un trabajo remarcable confundiendo el antisemitismo con la velocidad.
El despido de Sinet no sólo puso de manifiesto lo discutible que es la libertad de expresión para Charlie, aunque nos vendan lo contrario, también su dependencia del poder. Sólo alguien muy ingenuo, quizá un columnista-tertuliano español, puede pensar que esa publicación tiene algo de ácrata, contestatario o «librepensador». Jamás lo tuvo. Ni siquiera cuando se llamaba Hara-Kiri magazine. El panfleto no es más que la clásica emanación de la ideología dominante donde sólo se admite faltar gravemente a dos de las tres religiones monoteístas y, por supuesto, a todo aquello en lo que crean esos beaufs (cuñado, hortera, o persona poco sofisticada. El inventor del término, Cabu, fue asesinado durante el atentado del año 2015 contra la redacción) que nunca alcanzarán el nirvana bohemio-burgués del «parisianismo» fetén.
Con todo, lo más chocante de la entrevista a Riss no es el asunto de la libertad de expresión, sino la crítica que hizo de la ideología woke. Charlie, como descendiente químicamente puro del liberal-libertarismo, no sólo es ideológicamente compatible, sino que está en el origen intelectual de todo ese detritus. De no ser así, de ser un medio verdaderamente disruptivo, serían frecuentes ácidas caricaturas contra la identidad de género, el movimiento/chiringuito Black Lives Matter o el lobby LGTBI.
Habrán escuchado ustedes las conclusiones recientes de una periodista española al hilo de la relación entre inmigración y delincuencia: «Si los españoles emigran a una sociedad donde son una minoría y los tienen en un gueto de pobreza también serían violadores y criminales».
Sin ánimo de insultar, a nadie se le escapa que «no es la pobreza, estúpida». Sustituidos los dioses fuertes por los de chichinabo, las virtudes —algo que se practica— por valores de atrezzo —algo que ha de ser impuesto— y el campo de batalla por Imagine, a Occidente le queda poco que ofrecer.
En el caso de Charlie Hebdo, los asesinos eran inmigrantes de segunda o tercera generación. Una inmigración, todo sea dicho, que defienden los caricaturistas del semanario. Beneficiados por el sistema francés, mamando esos valores de la República (tan hueros como el resto de «valores» que inspiran nuestras sociedades occidentales) no tuvieron difícil la radicalización.