La insólita “ley contra el fascismo” presentada ante la Asamblea Nacional chavista por la vicepresidente del régimen, Delcy Rodríguez, que propone proscribir cualquier manifestación opositora de la política y los medios de comunicación, repite una falacia proyectiva del socialismo: la de combatir al supuesto fascismo, siendo los socialistas los verdaderos fascistas no autopercibidos que sin ruborizarse siguen la máxima de Benito Bussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado”.
Cuando la gente en la Alemania dividida después de la Segunda Guerra Mundial se daba cuenta que era preferible vivir en el lado “capitalista”, simplemente se mudaba de un lado a otro. En su momento, el régimen soviético que administraba el Este se dio cuenta que nadie quería quedarse de forma voluntaria a disfrutar los “beneficios” del socialismo. A raíz de ello, hicieron un muro, al que rodearon con alambre de púas y tiradores, dispuestos a ejecutar a cualquier ciudadano pacífico que decida escapar del lado comunista.
Claro que la iniciativa debía tener un nombre que no refleje su cruel espíritu dictatorial y, por eso, los burócratas colectivistas decidieron bautizarlo impunemente como “el Muro Antifascista”. Es decir, una iniciativa de la Alemania “Democrática” (que de democrática tenía lo mismo que el régimen de Maduro) tomaba para “defenderse” del “fascismo occidental”. Obviamente, nadie llamó al muro con ese nombre.
En la presentación de la delirante ley chavista, Rodríguez dijo que se trataba de una iniciativa que tiene como finalidad garantizar “la felicidad del pueblo” y “la democracia”. Nadie podía esperar ante semejante anuncio nada serio ni democrático de este documento, lógico. Sin embargo, el texto es tan burdo que sorprende. Incluso en los términos del chavismo.
La “ley” comienza recordando las manifestaciones que tuvieron lugar hace unos años en contra del régimen y asegura que allí perdieron la vida personas por cuestiones vinculadas al color de piel y sus opiniones políticas. Partiendo de esta premisa falsa, se señala que es necesario garantizar “la paz” para que estos hechos no tengan lugar en el futuro. Entonces, se propone a combatir al “fascismo” y al “neofascismo”, no sin antes tomarse las licencias de definir lo que significan ambas cuestiones.
Como si se tratara de un diccionario enciclopédico, la normativa de la dictadura dice que el fascismo es “la postura ideológica basada en motivos de superioridad racial”. Si alguien en su buena intención e ingenuidad se pregunta por qué no denominaron como “racismo” la doctrina a combatir, la respuesta se encuentra muy pronto. El mismo artículo dice que son “rasgos comunes a esta postura” “el racismo”, “el clasismo”, “el conservadurismo moral” y el “neoliberalismo”. Es decir que un racista, un “conservador” o un “neoliberal” entran dentro de lo que la dictadura considera como “fascismo”.
Ante esta evidente trampa, el régimen instala un término mentiroso en el esquema “legal” de la dictadura, donde serían equivalentes y estarían en la misma bolsa un neonazi supremacista blanco y la liberal (o “neoliberal”) María Corina Machado.
¿Qué propone el régimen para lidiar con los considerados “fascistas” y “neofascistas”? Quitarles sus derechos políticos. También se les “prohíbe” a los medios de comunicación darles espacio. Incluso las meras manifestaciones de los que para esta ley vienen a ser “fascistas” quedarían penadas. En resumidas cuentas, una dictadura stalinista pura y dura en pleno siglo XXI. Ya no hay diferencia alguna con lo que sucede en Cuba.
Como suele decirse, el fracaso socialista no fue la caída del Muro de Berlín (“antifascista” para los comunistas) sino su construcción. Aquella tragedia tuvo 28 años de vigencia. La dictadura chavista lleva 25. Esperemos que no lleguen a esos números también.