Se alega que el presidente Javier Milei podría estar debilitando la supuestamente fuerte institucionalidad argentina, en caso de aprobarse y utilizarse esta herramienta.
Creemos que hay una evidente hipocresía y doble vara para juzgar el plan de gobierno.
Algunos reconocidos juristas, que participaron en la elaboración del decreto nos comentaban: ”La histórica social democracia argentina lo critica sin piedad”.
Hay algo muchísimo peor que eso. Porque la histórica socialdemocracia argentina, durante los últimos 50 años, solo se aprovechó del clima institucional arrasado por anteriores gobiernos. Y del clima social perverso derivado por el endiosamiento del resentimiento y la envidia. Lo que fue mucho peor que la social democracia argentina y que esta progresía hipócrita, fue todo el movimiento golpista y deslegitimante que, con su accionar, provocó la ruptura de la legalidad, el estado de derecho y la igualdad ante la ley. La destrucción de la estructura institucional y jurídica que heredamos de la Organización Nacional la provocaron los decretos de militares golpistas. La imposición de sentencias emanadas de jueces a medida, impuestos por corporaciones, aprietes, carpetazos y extorsiones, que dejaban vacantes a los jueces naturales, cuando no los asesinaban, y eran reemplazados por cortesanos del poder.
La complicidad y el discurso demente y anticapitalista, antiempresarial y antagonista del esfuerzo, de la cultura del trabajo y del éxito, que emanaba de los púlpitos de un catolicismo filonazi, xenófobo y esquizofrénico, con una ambición de poder desenfrenada y una obsesión por la ingeniería social. Los mismos que luego pagaron su servilismo, ambigüedad y cobardía con la quema de sus iglesias y la ejecución sumaria de sus jerarquías, a mano de los mismos paramilitares que habían incubado.
La destrucción de la racionalidad económica, del proceso de mercado y de la genuina y racional asignación de recursos, provocada por la corrupción generalizada, la regulación ad hoc, cortada como traje a medida para enriquecer a los testaferros del poder asaltado de facto. Los negociados, las coimas, el cierre del comercio exterior y un mercado cautivo que llevó a la inmensa mayoría a una economía de subsistencia. Con la honrosa excepción de la única industria que siguió funcionando. Me refiero al brazo local de la industria más grande de la economía mundial, cuyos empresarios locales fueron los únicos que siguieron produciendo con eficiencia: La agricultura. El único ámbito en el que siguieron actuando hombres libres, sin prebendas. Sin favoritismos, con precios de mercado. Con libertad de contratación. Derribando los mecanismos regulatorios del mercado laboral con trabajo a destajo y el paragolpe de redes de contratistas de servicios. Exportando y generando crecimiento, prosperidad y tecnología.
Por todo eso, hubo que demonizarlos, estigmatizarlos, convertirlos en la “anti-patria”. Por esa razón fueron discriminados con retenciones, tipos de cambios múltiples, controles de precios en las góndolas, amenazas, asaltos perpetrados por presidiarios extraídos de las cárceles para ir a robar y a torturar a quien vivía en el campo. Desplazándose en motocicletas 0 km, cortando silobolsas e incendiando campos. Destruyendo, además el precio de sus productos. Lo cual produjo, como muy bien explica la teoría de la imputación, que como los bienes finales imputan valores a los factores de producción, se destruyeran los precios de los servicios, los insumos, los salarios, la educación y los servicios de salud.
Con un discurso demencial pseudoecologista, se pretendio avasallar el derecho de propiedad y condicionar el uso de recursos privados, al ritmo de oligofrénicas como Greta Thunberg, pagadas por potencias extranjeras que nos quieren poner de rodillas y aplaudidos por nazifascistas autoritarios que disfrutan emprendiendo el «Camino de Servidumbre» descripto por Hayek.
Eso le pasó a la Argentina. Mientras la gente cobarde comentaba servilmente en los medios, actuaba acomodaticiamente en la academia. Instalaban en la opinión pública falacias propias de gente sin estudios.
Por suerte algunos nos seguimos levantando a las seis de la mañana y trabajando hasta las nueve de la noche. Invierno y verano. Con vacaciones cada 4 años. Produciendo, diseñando contratos, opciones, mecanismos de negociación que descubrieran precios y preferencias. Mecanismos de financiación que eludieran el cepo perverso y el spread desmesurado de esa banca tilinga que ahora Luis Caputo puso en la licuadora. Seguimos innovando, adoptando nuevos sistemas de producción, desarrollando genética, buscando compradores nuevos.
Pero resulta que ahora el problema es Milei y sus 18 días de gobierno. Un Milei al que nadie veía venir. Del que se burlaron hasta el hartazgo con la arrogancia propia de los cortesanos acomodaticios. Y que solo muy pocos defendimos desde el principio y ayudamos a instalar, y lo difundimos y apoyamos desde que empezó a hablar de saltar a la política.
Por suerte quedamos algunos sosteniendo las bambalinas de esta tragedia grotesca.
Pero ahora el problema es la institucionalidad. Y lo que pueda pasar si una horda de fanáticos agarrara el gobierno después de este presidente que llegó con el 56 % de los votos. Como ya sucedió en el 90 % del tiempo en los últimos 93 años. Pero no hubo problemas con que un Néstor Kirchner llegara con el 16 % del padrón e inaugurara una transversalidad que eran meros sobornos a legisladores opositores. Con fondos fiscales robados de la obra publica, de los impuestos discriminatorios al comercio exterior y de la corrupción del sector externo al amparo de un tipo de cambio irreal, obtenido de usufructuar un control de cambios impuesto por un decreto del Brigadier Carlos Rey, comandante de la Fuerza Aérea, en uso de las atribuciones del Estatuto de la Revolución Argentina, en plena época en que los terroristas marxistas extorsionaban empresas, asesinaban o secuestraban a directivos.
Pero mientras los parásitos aplaudieron como focas….
Guillermo Luis Covernton es Dr. En Economía, (ESEADE). Magíster en Economía y Administración, (ESEADE). Es Profesor Titular de Finanzas Públicas, Macroeconomía, Economía Argentina y Emprendimiento de Negocios en la Pontificia Universidad Católica Argentina, Santa María de los Buenos Aires, (UCA). Ha sido profesor de Microeconomía, y Economía Política en la misma universidad. Fue corredor de granos y miembro de la Cámara Arbitral de Cereales de la Bolsa de Comercio de Rosario. Fue asesor de la Comisión Nacional de Valores para el desarrollo de mercados de futuros y opciones. Fue secretario de Confederaciones Rurales Argentinas. Es empresario y consultor.