lunes, octubre 7, 2024
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Cada vez más pobres… y ellos más orondos

JORGE BUXADÉ,

Giorgia Meloni celebra el Primero de Mayo con medidas que incrementan el salario real del trabajador italiano. Santiago Abascal celebra San José Obrero, en la calle, junto a cientos de trabajadores de España convocados por el sindicato Solidaridad y VOX, exigiendo combatir las políticas del globalismo y de la Agenda 2030 a la que se han sometido todos los partidos en España, desde el PP a Podemos.

Leo en el llamado Informe Mundial sobre Salarios publicado por la Organización Internacional del Trabajo que «la erosión del salario real en la primera mitad de 2022, junto con un crecimiento positivo de la productividad, ha vuelto a ensanchar la distancia entre productividad y crecimiento salarial».

Permanentemente se lee que el crecimiento de la productividad es un importante factor que condiciona el crecimiento del salario real. Esto es, que no se pueden aumentar los salarios reales si no se aumenta la productividad. Ello podría hacer creer a cualquiera que a un determinado aumento de la productividad le correspondería un determinado aumento del salario real, si bien el dicho Informe Mundial sobre Salarios demuestra lo contrario.

Lo cierto es que, según el dicho informe, el crecimiento medio de los salarios ha ido a la zaga del crecimiento medio de la productividad laboral desde principios de la década de 1980 en varias de las grandes economías desarrolladas.

En concreto, desde el año 2000, el crecimiento del salario real ha sido inferior al de la productividad en 52 países de ingresos altos sobre los que se tienen datos. Y lo cierto es que pese a que la diferencia se redujo momentáneamente a raíz del brusco descenso del crecimiento de la productividad laboral durante 2020, en la primera mitad del año 2022 se volvió a ensanchar la distancia entre productividad y crecimiento salarial; ya que la productividad creció pero no así los salarios de los trabajadores.

En efecto, la brecha alcanzó en 2022 su punto de mayor amplitud desde el inicio del siglo XXI, pues el crecimiento de la productividad se situó 12,6 puntos porcentuales por encima del crecimiento de los salarios.

El salario real es una forma de calcular el salario descontando la inflación, que tiene por objeto reflejar su verdadero poder adquisitivo. De ello se deduce que con menos trabajadores se produce más cantidad de bienes, productos y servicios y por mayor valor, si bien el aumento de la productividad no se traslada al salario real pues la inflación desbocada, los aumentos de impuestos y de cotizaciones sociales esquilman el salario del trabajador.

Ingentes cantidades de dinero van de los bolsillos de los trabajadores —por cuenta ajena y por cuenta propia—, incluidas las microempresas, en forma de tributos, cotizaciones y cargas de todo tipo, a las diversas administraciones, que luego destinan esos fondos a gasto ideológico en contra de los propios trabajadores en muchas ocasiones y en ningún caso a su favor (poco gasto en defensa, seguridad, sanidad o educación). A gasto político ineficiente (en las variadas formas de subvención, ayuda y promoción de la dependencia ideológica del sindicato, el partido, los medios de comunicación o la variada pléyade de chiringuitos públicos y privados subvencionados) o directamente a promocionar el inmigracionismo que abarata el salario.

Ayer estuve en la Plaza de Chamberí junto a Solidaridad y a su secretario general, Rodrigo Alonso; junto a Santiago Abascal y a miles de trabajadores que gritaban contra la agenda que les esquilma mientras unos pocos, ellos, están bien orondos. Es el camino. Al aire libre. En la calle. Sabiendo que no puede haber más agenda que la Agenda de España.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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