Se han cumplido 10 años del ascenso formal a la presidencia de Venezuela de Nicolás Maduro. Y se dice “formal” en tanto el dictador chavista ya despachaba como mandatario en meses previos, cuando un Hugo Chávez moribundo le legó el cargo a dedo antes de irse a Cuba a tratar -infructuosamente- un cáncer terminal.
Así, el 14 de abril de 2013 Maduro retuvo el poder que para entonces detentaba en medio de unos polémicos comicios en los que enfrentó al opositor de corte centrista Henrique Capriles. El resultado oficial de la oficina de elecciones del régimen, el Consejo Nacional Electoral (CNE), dijo que el abanderado chavista había obtenido 50,6% de los votos, mientras que su adversario recabó el 49,1%.
En un principio Capriles cantó fraude ante lo ocurrido; sin embargo, con el paso de las horas terminó instruyendo a sus simpatizantes a escuchar música a todo volumen a sus casas como una forma de protesta ante la estafa que se estaba cometiendo con la soberanía popular. No es cuento, es historia.
Con el paso de los años el líder opositor que, por cierto, recientemente ha entrado nuevamente en campaña como candidato en medio de la nueva estafa electoral que prepara el chavismo, simplemente ha escurrido el bulto diciendo que sí ganó aquellas elecciones de 2013, pero que después de pensarlo mucho prefirió arriar banderas para “evitar un baño de sangre” en el país.
Una década después de llegar al Palacio de Miraflores Maduro ha hecho todos los méritos para ser calificado como uno de los peores presidentes de Venezuela en sus poco menos de 200 años de existencia como nación, y probablemente el que peor gestión ha tenido en la historia contemporánea del país, superando incluso a su predecesor, el fundador del proyecto de destrucción nacional que siempre ha sido el chavismo.
Esto es entendible en la medida en que se asume que Maduro no está allí para gobernar, gestionar indicadores o hacer políticas públicas, sino simplemente para mantenerse en el poder, en el contexto de un proyecto que trasciende los confines nacionales de Venezuela y se alinea en un eje geopolítico en el que están insertos el Irán de los Ayatolá, la Rusia de Putin, la Cuba del castrismo, la Nicaragua de Ortega y la China de Xi Jinping, por decir lo menos.
Así las cosas, a continuación se listan cinco elementos que han caracterizado su tránsito por la primera magistratura del país sudamericano:
–La debacle económica de Venezuela: la ineptitud -o la deliberada intención de destruir- del chavismo en la era madurista metió al país en una espiral hiperinflacionaria pocas veces vista en el mundo. De acuerdo a cifras oficiales nada más en el período que va de 2013 a 2019 la nación registró una inflación de 5.395.536.286 %, siendo catalogada generalmente como la más grande crisis de este tipo que haya vivido cualquier país de América en toda la historia.
La aparición de este flagelo -en el contexto de etapas de aplicación de duras políticas socialistas con posteriores relajamientos de las mismas- se ha visto aderezada durante el madurismo con la aparición de largas filas para acceder a bienes y servicios, desaparición del dinero físico, la dolarización de facto del país, la destrucción del empleo formal, devaluaciones reiteradas del Bolívar, entre otras perlas.
-El abandono en estampida del país: el deterioro en las condiciones de vida promedio de los venezolanos, con un incremento sustancial de la pobreza y la pobreza extrema, ha provocado también la que seguramente es una de las crisis migratorias más grandes que ha conocido la región en toda su existencia.
El correlato de la destrucción económica de Venezuela es, sin lugar a dudas, la salida en masa de los venezolanos de su país. De acuerdo a cifras manejadas por las Naciones Unidas, el deterioro de la nación sudamericana ha llevado a más de 7 millones de personas a emprender la ruta de la migración forzada, radicándose principalmente en países como Colombia, Perú, Estados Unidos y España. En años recientes se han vuelto muy populares los relatos del tránsito de miles de venezolanos por la complicada Selva del Darién (Centroamérica) para tratar de llegar a los EEUU, a riesgo incluso de perder la vida en el camino.
-La represión sostenida: siendo Chávez un militar golpista es difícil pensar que un sucesor civil suyo en el cargo -como Maduro- sería capaz de superar al fundador del régimen en cuanto a índices represivos. Sin embargo, quien actualmente encabeza el régimen venezolano ha echado mano de un amplio repertorio de acciones para arrinconar a sus disidentes, en un contexto en el que se ha militarizado como nunca antes el Estado venezolano.
2014, 2017 y 2019 han sido años clave en los que los ciudadanos han salido a las calles a desafiar al poder autocrático de Maduro. Sin embargo, el saldo ha sido solo uno en cada una de esas oportunidades: represión inmisericorde por parte de la tiranía, instrumentalizada a través de grupos militares, policiales y paraestatales y saldada con decenas de muertos durante todos estos años.
Naciones Unidas ha acreditado la existencia de un intrincado sistema de represión y tortura, así como de un aparato judicial absolutamente al servicio de los designios del chavismo, expresada claramente en la existencia de presos políticos en el país. Recientemente la ONG Foro Penal ha certificado la existencia de al menos 282 personas detenidas por razones políticas, destacándose el hecho de que más de 150 de ellas provienen del mundo militar y son acusadas de estar involucradas en conspiraciones para deponer a la tiranía.
-El aislamiento internacional: Venezuela, un país petrolero y otrora políticamente estable, siempre estuvo bien conectado con los mercados internacionales y con la industria del turismo. Sin embargo, esta no es la realidad que actualmente vive la nación.
La decisión tomada por la cúpula del régimen de sostener a troche y moche a Maduro en el poder fabricando una farsa electoral en 2018, dinamitó la puesta en entredicho de su legitimidad -de por sí ya cuestionable para entonces-, provocando una desalineación diplomática de cerca de 50 países del mundo con respecto a Maduro, al tiempo que Estados Unidos -en tiempos de Donald Trump en la Casa Blanca- presionó con sanciones petroleras a la dictadura venezolana.
Sin embargo, en meses recientes la caída en desgracia del opositor Juan Guaidó, que asumió una presidencia alternativa a la de Maduro en enero de 2019 -pero que nunca logró concretar un escenario de poder real dentro del país- y la inercia que ha estancado el repertorio de acciones frente a un Maduro que ha logrado aguantar la presión internacional, parece estar logrando que paulatinamente tanto EEUU como Europa hayan comenzado a revisar su aproximación al régimen venezolano.
-Eliminación de la competencia: tras haber recibido el liderazgo de la revolución chavista en la forma como Maduro lo recibió, el tirano venezolano se ha encargado de descabezar no solamente a sus opositores, sino también a eventuales líderes alternativos dentro del régimen.
Desde 2013 hasta la fecha han quedado execradas del poder fichas como el otrora todopoderoso ministro de Petróleo y presidente de la estatal PDVSA, Rafael Ramírez; el exvicepresidente y exministro Elías Jaua; el ex hombre fuerte dentro de la policía política y exministro Miguel Rodríguez Torres (quien estuvo preso y fue desterrado recientemente, siendo enviado a España) y más recientemente el también exvicepresidente y exministro Tareck El Aissami (en medio de una purga que ha dejado casi 70 detenciones dentro de las filas chavistas).