sábado, noviembre 23, 2024
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El hombre y la máquina

Jaume Vives,

El día que llegué tarde al parto de mi segundo hijo entré en coche al aparcamiento de la clínica. Los hechos ya estaban consumados pero no era cosa de ponerse a dar vueltas para buscar dónde aparcar.

Cuando entré la valla se abrió sola porque detectó la matrícula y se inició un contador de minutos y euros en una aplicación del móvil. Al rato descubrí que para estancias prolongadas había descuentos especiales. Y claro, ¡cómo no voy a acogerme a una oferta así para evitar pagar un pastón!

Llamé entonces al teléfono del aparcamiento, pues tenía que anular el contador que se había puesto en marcha en la aplicación y contratar la oferta. Me atendió un empleado al que intenté explicarle lo mejor posible mi problema. Era la primera vez que se encontraba con algo así, el sistema que habían implementado (entiendo que de colaboración con la aplicación del móvil) era nuevo.

Vi cómo aquel empleado se preocupaba por mi situación. Me dijo que le dejara un teléfono de contacto, que haría unas llamadas para intentar solucionar el problema y me devolvería la llamada. Así fue, a los diez minutos me llamó para decirme que lo había solucionado. Que podía bajar cuando quisiera para hacer el papeleo de rigor.

Una vez abajo me facilitó el tique para tres días, me anuló el que había generado la aplicación y me dijo que había hecho una fotocopia del mismo de tres días que guardaría él por si yo perdía el mío.

Y al terminar me dijo que todo esto era nuevo, que habían tomado la decisión de implementarlo en las oficinas centrales y que su empresa ya no quería a un guarda trabajando en la garita. Querían una máquina que lo pudiera gestionar todo.

Ese empleado sabía que le quedaba muy poco para ser sustituido (por una máquina) y a pesar de ello, en lugar de mandar a la empresa a freír espárragos durante la transición, me trató con la mayor de las atenciones, intentó solucionar el problema que me había ocasionado la máquina y convirtió en suyo mi problema. Hizo algo que una máquina nunca podrá hacer: compadecerse, saber perdonar al que te perjudica y conservar una fotocopia del tique por si el cliente pierde el suyo.

fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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