Andrés Villota Gómez,
La sociedad argentina está viviendo un cambio de paradigma que fue posible desde el momento en el que alguien se atrevió a decir que no estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo porque, a todas luces, era contrario a la lógica, a la razón y al sentido común. Dicho de otra manera, el catalizador del cambio es el uso del sentido común a nivel masivo.
La irracionalidad y la eliminación del pensamiento crítico se habían apoderado de los ámbitos sociales, económicos, culturales y políticos, haciendo que la percepción que se tenía en el mundo sobre Argentina fuera la de un país decadente, degenerado, corrupto, atrasado, subdesarrollado y en vías de extinción como una nación libre y soberana.
Como es obvio, entonces, el señor presidente Javier Milei está gobernando con base en el sentido común, tomando decisiones que son coherentes con el logro de los objetivos que planteó durante toda su campaña, restaurando la confianza inversionista en una economía azotada por la aplicación a ultranza de la anacrónica teoría keynesiana.
El presidente, por sentido común, cumple con funciones restaurativas de la confianza inversionista, creando las condiciones óptimas para el desarrollo económico y la interacción de los entes privados, verdadero motor de las economías nacionales. No es necesario hacer un plan económico porque eso solo existe en el modelo de extrema izquierda, del manejo centralizado de la economía y los planes quinquenales. Un programa de gasto público es un antónimo de la libertad económica y del libre desarrollo de los mercados.
El presidente Milei, por sentido común, tiene que viajar buscando inversionistas en el mundo, porque el ahorro interno no podía existir en un ambiente hiperinflacionario, porque no existe ninguna actividad productiva que pueda pagar el costo del crédito y porque los grandes flujos de capital, robados al Estado argentino, reposan en algún paraíso fiscal o en bienes suntuarios, como lujosas mansiones en los Estados Unidos, el Caribe o Europa.
Por elemental sentido común, el presidente Milei adoptó el Escudo de la Confederación Argentina como su escudo, porque son las regiones las verdaderas creadoras de valor para los argentinos. Las provincias deben ser autónomas en sus gastos e inversiones y sus ingresos no deben pasar por la Casa Rosada para ser repartidos, dejando un costoso peaje a cambio de una mentirosa “repartición de la riqueza” que, las evidencias han demostrado, era una repartija entre los PEPOBUCOS, como le dice el libertario colombiano Daniel Raisbeck, a ese grupo de privilegiados formado por los periodistas, políticos, burócratas y académicos.
La hiperregulación de la economía, por sentido común, tiene que ser destruida porque se trata de la culpable de todas las ineficiencias y fallas en el mercado, que se entiende, debe ser libre para que asigne de manera óptima los recursos. Además, esa carga burocrática generada por la regulación aumenta los costos de transacción y de transparencia en la formación y fijación de los precios.
La narrativa ha sido satanizar al que trabaja, a la oligarquía que gobernaba sin necesidad de robar porque era mala, y el servicio social de la política se prostituyó y se convirtió en el santo grial del perezoso poca lucha, que mutó al parásito social o la rémora estatal.
Ser burócrata o político no es un trabajo; eso le queda claro al presidente Milei. Por sentido común, renunció a su pensión de privilegio como ex presidente. El diputado Miguel Ángel Pichetto, por el contrario, interpreta y entiende el servicio público como una monarquía, en la que al burócrata se le debe dar el mismo trato de un rey emérito, que sigue recibiendo recursos de los tributos de sus súbditos a perpetuidad.
Los argentinos se acordaron que sus ancestros no habían dependido de un Juan Grabois para poder comer. Su sentido común los hizo entender que trabajar y producir es la opción y no seguir dependiendo del Estado y de la intermediación criminal ejercida por tipos con la altura moral de Belliboni, Grabois, Kirchner, Mayans, Moyano, Pérsico y el resto de sicarios sociales.
Se debe respetar el sagrado salario de los trabajadores y así como existe la libertad de ejercer el derecho de asociación sindical, por sentido común, no puede ser obligatorio que el trabajador se deje robar todos los meses un pedazo del fruto de su trabajo para mantener a la monarquía sindical argentina.
Los extremistas de izquierda se creen muy astutos por haber sacado de la lista de empresas públicas que se van a privatizar a la mayoría de las empresas que siguen manejando con la misma ineficiencia que supone recibir $10,000 millones de dólares anuales provenientes de las arcas públicas.
Esperan seguir gozando de las mieles del saqueo sin trabajar ni ser eficientes, condición a la que se habían acostumbrado algunos durante toda su vida improductiva. Claro, como son tan ignorantes sobre trabajar y producir de manera eficiente, porque la caja menor eran los papelitos de colores que imprimía el banco central, no saben que sin la imprenta para hacer billetes y sin hacer nada para volverse eficientes y productivos, se van a quebrar.
Entonces, por elemental sentido común, el Estado deja esa función artificial de mantener vigente la permanente situación de pobreza entre la sociedad argentina y desmonta para siempre a todo el aparato estatal dedicado a perpetuar esa condición miserable.
La pauta oficial, de la que tanto se quejan los periodistas porque, acertadamente, consideran que es una pauta escondida, usada por el Estado como una forma de imponer su narrativa y pisotear la libertad de expresión y de prensa, por sentido común, el presidente Milei la eliminó.
Exige a los periodistas entregar información veraz y oportuna, sin los dictados desde la Casa Rosada a los que estaban acostumbrados, porque de eso va a depender sus ingresos por pauta comercial, en la que debe primar la empatía con el anunciante que no va a patrocinar a periodistas que engañen sistemáticamente a la sociedad con bulos, estafas sociales, montajes o verdades a medias.
Las pocas funciones del Estado argentino y las actividades administrativas básicas también tienen en el uso de la inteligencia artificial una herramienta útil para reducir a la burocracia y al gasto público inútil, valga la redundancia que, por sentido común, obliga a todos los jóvenes que soñaban con vivir del Estado sin necesidad de trabajar o producir, a replantear su forma de vida y a escoger saberes útiles en términos productivos.
Por elemental sentido común, es un disparate adoptar al dólar para reemplazar al peso argentino, teniendo en cuenta que el principal socio comercial es miembro de los BRICS que no usan el dólar americano sino sus monedas nacionales, que exige el fortalecimiento y uso del peso argentino y del Argentino Oro. Que sea el mercado el que elija su forma de pago y compensación.
Usar opciones para atender a las emergencias es de extremo sentido común, evitando el almacenamiento de mate y leche en polvo que se pueda vencer antes que ocurra una tragedia. O la vendían en la calle después de entregársela a Grabois.
Devolver la grandeza a los militares que había sido pervertida, dándole a los terroristas y a sus descendientes estatus de víctimas, es obvio, lógico, de elemental sentido común. El debilitamiento de las FFAA los había llevado a prohibirles perseguir a los terroristas, porque les violaban los derechos humanos a los asesinos. La construcción de cárceles de alta seguridad para recluir a toda esa caterva de hampones es una necesidad y un acto de sentido común.
Acabar con la financiación de los partidos políticos es en extremo sensato. No se puede usar el dinero de todos para financiar aventuras políticas de los particulares. Además, el presidente Milei demostró que no es necesaria la financiación estatal para construir un partido político y llegar a la presidencia con base en el sentido común.