ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
Que el PP pierda el tiempo echándole la culpa a Vox por el descalabro electoral es inútil. No fui el único en advertir que la estrategia de Sánchez pasaba porque el PP se pelease con Vox en cada negociación autonómica y municipal y que Feijóo, Borja Sémper y Guardiola estaban hocicando tontamente en la trampa más burda. Abonaron el miedo a la derecha que Sánchez necesitaba. Ahora ya lo ve todo el mundo, justo cuando es el momento de no seguir tirándose los trastos a la cabeza, porque a nada conduce o solamente a la melancolía.
Y, sobre todo, porque distrae de la única posibilidad hacedera. El PP y sus poderosas terminales periodísticas y radiofónicas deberían estar concentradas en promocionar la Gran Coalición. Esto es, un pacto de gobierno con el PSOE que expulse a los nacionalistas de la sala de mandos de la misma nación que quieren destruir.
Todo serían ventajas. La estética y la moral, por supuesto. Además, la comodidad: el acuerdo de fondo entre los programas de ambos partidos es inmenso, como puede comprobarse en el Parlamento Europeo donde votan de la mano en el tres cuartas partes de las leyes. Coinciden en todas sus líneas rojas, como sabe de sobra el locuaz García-Margallo.
Sería ideal para nuestro régimen democrático, pues entre los dos podrían arreglar varias magulladuras graves que arrastamos, como una ley electoral que promociona a los nacionalismos o el desbarajuste insolidario que permite que se compren —con el dinero de todos y los votos de las provincias más pobres de España— los votos de las regiones más ricas. Si quisieran, podrían meterle mano incluso a la independencia del poder judicial, que tanto dicen cuando no gobiernan; y hasta a la del poder legislativo, vedando tanto atajo por Decreto-Ley.
Sabemos que esa Gran Coalición es imposible, desde luego. El PSOE tiene la gallina de los huevos de oro con la gaviota acobardada del PP. El espantajo de la derecha (que los populares contribuyen a menear con sus críticas hiperbólicas a Vox) funciona como un reloj para los socialistas, como acabamos de ver. En España llevamos cuarenta años fomentando la división y el odio entre españoles por razones electoralistas. Ahora, el partido que se atreva a atravesar la linde que separa histriónicamente la izquierda y la derecha se arriesga a una segura desafección de sus adoctrinados votantes.
Pero que sea imposible no quiere decir que no sea inteligente. Incluso permite ciertos adornos estratégicos. Feijóo debería ofrecer la presidencia a Sánchez y exigir una digna vicepresidencia. A fin de cuentas, Sánchez es el que tiene pactos hacederos o la sartén por el mango, y Feijóo no tiene nada. Si se le ofrece la presidencia, Sánchez se quedará sin excusa para negarse y el efecto político de su negativa resultará muy potente.
Ante Europa, el Partido Popular desnudaría al rey desnudo que en España sabemos que es Pedro Sánchez. Los burócratas europeos, siendo políticos, entenderán perfectamente que Sánchez haga lo imposible por seguir en el poder, vulgo el Falcon, porque lo da el oficio. Pero si se le ofrece seguir con un pacto limpio entre demócratas, y él prefiere pactar con lo indeseable e ilegal, entonces en Europa se caerán muchas vendas de muchos ojos.
Dentro de España, en las regiones socialistas del sur (Extremadura, Castilla-La Mancha) se conseguiría un grandísimo impacto político con este mensaje: «Hemos propuesto al PSOE un pacto de Estado para invertir aquí y para invertir o revertir el sistema injusto de gasto presupuestario en las regiones más ricas e insolidarias. Los socialistas no han querido».
La propuesta es tan inteligente que los del PP no la harán. Preferirán seguir dando pellizcos de monja (laica, por supuesto) a Vox. Que los de Abascal se rindan, se disuelvan y voten en masa al PP también es imposible pero, además, improductivo. Como iremos comprobando, porque ahí van a seguir.