ITXU DÍAZ,
Al llegar al poder, los advenedizos de la política descubren pronto el placer de someter a los ciudadanos. Tipos que jamás soñaron, no ya que alguien debiera obedecerles, sino que alguien fuera a escucharles, caen enseguida en la tentación de los nuevos ricos del poder: la satisfacción erótica de ver a los ciudadanos transitando en fila india el caminito que ellos mismos han pintado. En el nuevo gobierno golpista de Sánchez ha habido algunas tomas de posesión, pero la mayoría han sido ejercicios de okupación. Mónica García, la madre de todas las okupaciones ministeriales, representa en Sanidad todo lo que está mal en la política española.
Andaba la médica y la madre inquieta estos días, probando a chasquear los dedos a su servicio, sólo para confirmar que acudirían, y jugando a entrar y salir del ministerio una y otra vez para confirmar que no está soñando, sino que, en efecto, le abren la puerta con honores, que a menudo son impostados para ocultar los horrores. Pero una vez comprobadas las prestaciones de su nueva excelencia, una vez acariciada la tapicería del coche oficial, ha empezado a danzar por el despacho deseando probar nuevas sensaciones. Y por supuesto, la primera experiencia que ha excitado sus bajas pasiones es la prohibición.
Así, ha optado por experimentar su nuevo dedo mágico contra uno de esos colectivos que viven en el permanente infortunio de vagar como puta por rastrojo: los fumadores. Golpear fumadores es fácil, porque constituye un grupo pseudohumano de gente heterogénea, ya que el vicio y el placer del humo no entiende de ideologías, y que tras años de hostigamiento oficial, está más que comprobado que nunca va a amotinarse, ponerse de acuerdo, y reclamar lo que el Estado les lleva birlando en impuestos abusivos desde hace décadas, o al menos, elaborar una gran demanda por discriminación, humillación pública, y bulling, con agravante gore en las sangrientas cajetillas, que siempre me pregunto, siguiendo la misma lógica, por qué la repostería industrial no viene ataviada con una bella imagen de una aorta reventando, por qué los coches no vienen serigrafiados con imágenes de mutilados, o por qué las papeletas del PSOE no vienen envueltas con pegatinas de los puticlubs de los alrededores.
La ministra okupa ha elegido la senda de la sonda, lanzando el globo a la opinión pública al igual que solían hacer los políticos de verdad, con la diferencia de que ella no piensa prestar la más mínima atención a las sensaciones recabadas; éste es el Gobierno más autoritario de la democracia, y con toda seguridad, el Gobierno que más desprecia a los millones de personas sobre las que gobierna. De modo que, tarde o temprano, Mónica García ejecutará su anunciado plan de prohibir el tabaco en las terrazas de los bares, como cuando en la pandemia los fumadores debían irse a una isla desierta a echar un pitillo, porque los inexistentes expertos decidieron que fumar contagiaba mucho más el covid que comer, respirar, hablar, o esputar en el plato del vecino.
La ventaja de elegir el asunto del tabaco para sus experiencias como dominatrix del BOE es que siempre habrá quien aplauda la medida, en cualquier lado de la balanza ideológica, porque hay mucha gente que celebra más la esclavitud ajena que la libertad propia. Sin embargo, ni siquiera es sólo un asunto de libertad, ni siquiera es sólo una estupidez, que a fin de cuentas fumar, como berrear en un bar, o comer mandarinas en la oficina y apestar a todo el personal, son actividades que, mal que bien, siempre se han regulado por la feliz vía de la urbanidad individual, sin necesidad de que venga la más grosera de las ministras a darnos clases de educación.
Pero hay más, porque a quien se perjudica no es al fumador, sino al propietario del bar y del restaurante. Los mismos a los que Sánchez arruinó durante la pandemia, sufrirán con la prohibición de fumar en las terrazas un nuevo golpe, por si acaso estaban levantando cabeza. Y todo es fruto de una venganza personal, que no olvidemos que nada irritó tanto a Mónica García como comprobar que los hosteleros madrileños respaldaban las medidas de Ayuso para levantar las restricciones contra los bares en la pandemia.
Una vez que haya pasado el ritual iniciático de la experiencia erótica de poder, esta pequeña pullita legislativa contra la nicotina, los españoles seremos un poquito menos libres y sabremos que hay que armarse de paciencia ante las próximas ocurrencias de la ilustrísima Mónica García, que, de todos modos, se vista de lo que se vista, y prohíba lo que prohíba, seguirá siendo una vulgar okupa en el Gobierno de la vergüenza, con una inmensa cuenta atrás hacia el olvido cargando sobre los hombros y haciendo tic, tac.