ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
Pilar Cernuda se pone a jugar con los números de diputados. Dice: «Vox superó los 50 escaños en las anteriores elecciones, ahora los sondeos le adjudican en torno a 40, y después de la peripecia de Murcia, que le pasará factura, Abascal se daría con un canto en los dientes si lograra 30 escaños». Yo no tengo la bola de cristal que tiene la veterana periodista, y no sé lo que va a salir de las urnas, también de cristal.
Pueden pasar muchas cosas. Hay un cuento de Borges en el que el protagonista se dedica a imaginar posibles futuros porque sabe que rige una ley inexorable según la cual lo que has vaticinado o previsto no pasa jamás. Otras cosas, puede, pero lo que dices que pasará, eso no.
Con todo, advierte Chesterton, un gentleman de las controversias, que «o no debemos discutir en absoluto con alguien o tenemos que hacerlo sobre sus fundamentos y no sobre los nuestros». Así que yo voy a hablar con Pilar Cernuda asumiendo que su bola de cristal tiene razón y que Vox se queda con treinta diputados a cuenta de lo de Murcia, aunque yo no lo creo. Pero no vamos a discutir por predicciones. Doy por buena, sobre todo porque me interesa mucho más dejar claro otro argumento. ¿Cuál? Éste: ¿Y qué?
Hay un factor que no ha contado Cernuda, que es el cualitativo. No todo es cuantitativo. Sumemos el cualitativo con la otra dimensión: la parlamentaria. De esa ya hablamos. No importa que la llave sea más grande o más pequeña: lo importante es que abra la puerta. En la bola de cristal de Cernuda hay un ángulo ciego y eso no se ve. Quiero decir que en términos políticos, no sentimentales, Vox preferirá tener 35 diputados antes que 70, si los 35 son imprescindibles para formar una alternativa al sanchismo, y 70 no hacen falta para nada.
Es curioso que esto, que es decisivo, no salga ni de la bola de Cernuda ni de las molleras sesudas de tanto comentarista. Se obvia.
Pero hay otro. La «peripecia» de Murcia, como la llaman, no sabemos hasta qué punto afectará al número de votos, pero sí podemos saber, sin artes nigrománticas, cómo atañerá a su calidad. Después de Murcia –aunque antes ya pasaba, pero ahora más– todo votante de Vox sabrá que Santiago Abascal no va a regalar sus votos al Partido Popular. Va a exigir un respeto institucional y programático hasta las últimas consecuencias.
Yo admiro mucho a Pilar Cernuda y me consta que es muy lista. Este matiz no se le puede escapar. Vox, con lo de Murcia, se ha blindado ante todo tipo de chantaje emocional o mediático. O se respeta proporcionalmente su programa o planta pie en pared. Ni un voto post-murciano, digamos, va a tener ninguna duda al respecto. Los bolicristalinos 30 serán como los 300 de las Termópilas: inamovibles.
Al contrario, si Vox hubiese regalado sus votos en Murcia, cabría la posibilidad de exigirle lo mismo en Madrid. Pasa con el chantaje en general y aquí en particular. Es una pendiente inclinada. Cada vez que cedes, te encadenas más a ceder a la próxima. Y viceversa, que es lo que Vox ha escogido en Murcia.
«Si Feijóo alcanza los 150 escaños, y los puede alcanzar, le aparecerán novios debajo de las piedras ofreciendo sus escaños para la investidura e incluso para toda la legislatura», concluye Cernuda. Sí, ya, vale, pero ¿qué socios, eh? Diríamos que Feijoo está practicando ya para hablar euskera en la intimidad.
La cuestión democrática latente es que el votante del PP quizá no sospecha que puede que su voto vaya a las arcas (metafóricas y literales) del PNV, que ya ha avisado que se venderá (como siempre) caro (como acostumbra). En cambio, el votante de Vox –sean más o menos– no tiene esas dudas. Murcia las ha despejado tanto para si son 33 como si son, ya veremos, 55.