sábado, noviembre 23, 2024
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Para las narcotiranías lo feo es hermoso

OMAR ESTACIO Z.,

Cuando, el mes pasado, en El Salvador, la joven Sheynnis Palacios, ganó en buena lid, el título de la mujer más bella del Planeta, en su natal Nicaragua, se desbordó la alegría colectiva. Ocurre cuando un pueblo está sediento de buenos momentos.

El cronista, enamorado permanente de la belleza de la mujer, no es, precisamente, admirador de tal clase de certámenes. Daniel Ortega, tampoco y Rosario Murillo su mujer, menos todavía, aunque obedezcamos a razones muy distintas.

Los tiranos en general -los narcotiranos, peor- son refractarios a las explosiones espontáneas de las multitudes. Si se producen a causa del empobrecimiento, la carencia de servicios, por la criminalidad, la corrupción, por la insatisfacción de las necesidades más elementales, sería muy malo para los opresores. Pero de manera paradójica, los estallidos de alegría, significan más nubarrones sobre sus desgobiernos. Lo demuestra la persecución desatada por la referida pareja de narcotiranos, contra familiares, relacionados o apenas simpatizantes de la jovencita nicaragüense.

Caracas, Venezuela, 1928. Tiempos del “Benemérito” Juan Vicente Gómez, dicho sea de paso, un hombre decentísimo, muy decente, si se acude a las consabidas comparaciones. Bastó y sobró para que las cárceles se colmaran de muchachas y muchachos, porque en medio de la festividad de coronación de Beatriz Peña Arreaza, Beatriz I, reina de aquellos carnavales estudiantiles, se le escuchó al poeta Pío Tamayo declamar: “Majestad/ que he llegado hasta hoy/ y el nombre de esa novia se me parece a vos!/ Se llama: ¡LIBERTAD! Decidle a vuestros súbditos/ tan jóvenes que aún no pueden conocerla/ que salgan a conquistarla”. Y estalló la algarabía: “¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!”, sin parar, hasta el 17 de diciembre de 1935.

En Irán, se ha hecho viral una modalidad considerada como desestabilizadora por la férula de los ayatollah. Nos referimos al rescate de la vieja tradición de bailar y cantar en público. Hacerlo, hoy día, en plena calle, es desobediencia civil, pura y dura. Para un hombre, común y corriente equivale a cárcel y si se trata de una danzarina o de alguna aprendiz de soprano, el castigo puede llegar a la lapidación.

¿Qué tanto temen el par de déspotas, entronizados en Managua, a una chica que acaba de ganar un concurso, frívolo o antifeminista para algunos, pero que sepamos, jamás ha servido para derrocar gobierno alguno? ¿Qué tanto enardece a los autócratas de Teherán y demás poblaciones de aquel país, que a sus súbditos les haya dado por cantar y bailar a la vista de todos?

Como se ve la sola expresión de alegría de un pueblo, presagia aires de libertad. Los tiranos, tiemblan ante tales demostraciones. Son los primeros en percibirlo.

Fuente: Diario Las Américas

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