sábado, noviembre 23, 2024
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Perú, 2023: más crisis económica y social en medio de un clima de inestabilidad política

Para cualquier peruano, los últimos siete años han sido una suerte de episodio largo y tedioso donde la crisis política, nacida de la pugna entre el Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y el ala dura de la oposición fujimorista, fue la principal protagonista.

La polarización política, que en un momento pareció llegar a un punto muerto tras el cierre del Congreso por parte de Martín Vizcarra (vicepresidente y sucesor de Kuczynski tras la renuncia de este) en 2019, cobró un año después, en plena pandemia del covid-19, cuando el nuevo Parlamento destituyó al controvertido mandatario y designó uno nuevo -por sucesión constitucional, a pesar de que la izquierda chille lo contrario- que duraría apenas unos días ante las movilizaciones y violencia callejera que canjeó dos muertos. La izquierda consiguió sus «mártires».

No obstante, y pese a que la izquierda progre y mesocrática —esa que gusta tanto de las minorías sexuales con diecisiete mil siglas y promueve el aborto como si con ello se solucionaran los males del mundo, y a los que en el Perú se les llama «caviares»— buscó capitalizar la protesta, las elecciones generales 2021 trajeron consigo grandes sorpresas, pues no solo los candidatos de esta izquierda quedaron pulverizados, sino que además vieron con espanto como los conservadores y liberales -lamentablemente repartidos en hasta tres partidos- se ubicaron en los podios mucho más arriba que ellos, y que un sindicalista filosubversivo se convertía en presidente.

Pero el sindicalista filosubversivo, al que auparon y donaron «técnicos» -ministros ideologizados e inútiles-, resultó tan corrupto e inepto como cualquier otro populista de esta república bananera llamada Perú, y que terminó cavando su propia tumba cuando, arrinconado por investigaciones fiscales, testimonios de colaboradores eficaces, amigos detenidos y prófugos; además de haber perdido a casi todos sus aliados, dio un golpe de Estado televisado y terminó preso por rebelión y conspiración.

Entonces asumió la jefatura del Estado su vicepresidente, Dina Boluarte, una mujer tan de izquierda como el defenestrado sindicalista filosubversivo, aunque mucho más hábil y política que el tipo del sombrerote al que acompañó en campaña. Boluarte ya se había alejado del «ala radical» de Perú Libre, el partido marxista leninista que llevó a Pedro Castillo a la presidencia, coqueteado con la oposición y ensayado un gabinete. Su ascenso provocó una violencia callejera que no tuvo nada de espontánea ni democrática, y que terminó con decenas de muertos y heridos, entre civiles, policías y militares.

Así, a la crisis política de los últimos siete años, se sumó la social y económica, pues además de la violencia callejera y las intentonas subversivas en el sur peruano y la capital, también la torpe y corrupta administración de Castillo, y que parece no haber sido subsanada por Boluarte, empezó a mellar la economía peruana, ya golpeada por las consecuencias de la pandemia del covid-19, y que ha perdido la confianza de los inversionistas extranjeros ante inseguridad que provoca el ruido político que trasciende incluso a la justicia, y el auge de una criminalidad sin precedentes.

Dina Boluarte llega a los últimos días de diciembre de 2023 con un dígito de aprobación, y así lo demuestran distintas encuestas como CPI (9%), CIT (8%), Datum (9%); además esta última encuestadora advierte que un 38% de peruanos la considera el personaje más negativo del año.

Sin duda, entre la delincuencia que campea a su antojo, la crisis económica, los estragos del ciclón Yaku -que arruinó la industria agrícola y pesquera en el verano austral-, la amenaza de un Fenómeno del Niño en 2024, la violencia callejera de las marchas castillistas y la ineficiencia y corrupción de autoridades electas, han sumado a resquebrajar la poca confianza que los peruanos tienen por sus instituciones, empujándolos a una situación muy peligrosa donde, ante un eventual adelanto de elecciones, otra ruma de candidatos populistas engañen al país.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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