lunes, octubre 7, 2024
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Políticas demoniacas

Javier Villamor,

Hace tiempo me comentó un buen sacerdote que el Diablo odia a tres figuras por encima de todo: a San José (a los hombres), a la Virgen María (a las mujeres) y al Niño Jesús (a los infantes). Esto explicaría, bajo el prisma de la fe, la serie de políticas aprobadas en los últimos años enfocadas a destruir de manera independiente a cada una de estas figuras y, de manera colectiva, la relación entre ellas.

Destruida la religiosidad en la vida cotidiana de nuestras sociedades secularizadas, hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante lo sencillo y de ver más allá de lo que reconocen nuestros sentidos primarios. Todo puede tener dos lecturas: una profana y otra espiritual; una humana-científica y otra humana-religiosa. No es fácil hablar abiertamente utilizando el prisma de la fe ya que el escarnio público está asegurado desde los altares mediáticos generalistas. Es más, ni siquiera muchos hermanos en la fe son capaces de entender lo que ocurre de otra manera que no sea meramente secular. «Ultracatólico», «loco» o «pirado» son solo algunas de las amables etiquetas que espera al que vea determinadas cosas más allá de lo material. Hoy me gustaría hablar de determinadas políticas con inspiración diabólica si partimos para el análisis de esas tres figuras que son odiadas sobremanera y teniendo en cuenta que el Diablo es el maestro del engaño.

Bajo el gobierno del socialista Rodríguez Zapatero se aprobó la ley de violencia de género que venía, supuestamente, a terminar con la violencia del hombre contra la mujer por el hecho de serlo. Lejos de aplacar el problema, creó otro mayor que es la persecución de la virilidad, de la hombría, de los atributos biológicos masculinos considerados, desde entonces, como «tóxicos». Un hombre puede matar a una mujer por el hecho de serlo, pero no todas las mujeres asesinadas lo son por el hecho de ser mujer. He ahí el primer engaño. Triquiñuela que sirvió para iniciar el ataque a una de esas figuras: el hombre. El hombre pasó a ser un problema social (y aún más si es blanco, heterosexual y cristiano) y tocaba atacarlo con las herramientas culturales, mediáticas y políticas de turno. Podemos hablar de la feminización del hombre, y no sería errado.

Esta criminalización del hombre plantó un miedo irracional en la mujer que, tras años de feminismos diversos, se creyó el falso mantra de la igualdad de ambos sexos hasta en lo biológico (en lo jurídico hace tiempo que se había conseguido). El hombre es un violador en potencia. Los maridos, padres, hijos, nietos, abuelos… nunca se sabía dónde te iban a violar. La esquizofrenia estaba servida. Destrucción de los lazos entre hombre y mujer a través del riego de la desconfianza y del miedo paranoico. El miedo de la mujer a ser violada; el miedo del hombre a sufrir por unas leyes injustas e inmorales que, en la práctica, implicaban poner a la mujer por encima del hombre. Esto sigue ocurriendo a día de hoy sin que se haga nada para evitarlo. Al comparar a la mujer con el hombre, esta dejó de feminizarse para abrazar el proceso contrario, la masculinización. El yin y el yan, las dos mitades creadas para compenetrarse habían dejado de serlo de la noche a la mañana. La familia había sido destrozada en apenas décadas gracias a mensajes de falsos mesías a los que unía el odio a Dios y su creación. La mujer no nace, se hace. Puedes ser lo que quieras ser. En el fondo es jugar a ser el Creador y ya sabemos desde cuándo y de quién viene esa idea.

Faltaba el último en disputa: el niño. Lo que parecían rayas que nunca se traspasarían porque, hasta hace poco, se trataba de cambiar el mundo de los adultos para los adultos, ocurrió. Y fueron a por los niños y su inocencia. A través de determinados lobbies y basándose en maltratos pasados, llegaron a ellos con el peor mensaje posible para un niño: lo que ves no es real, nada es real, todo está en tu cabeza. Y no se quedaron ahí. Leyes de protección a la infancia que distan mucho de proteger y más bien tratan de pervertir, sirvieron para cimentar la destrucción asegurada de la inocencia y para separar a los hijos de los padres. «Los hijos son del Estado», señaló la exministra —también socialista— Isabel Celaá. Y ese Estado es el que se arroga el derecho de separar a padres e hijos cuando los padres no se doblegan a las nuevas realidades creadas por mentes demoniacas ad hoc para ese fin: dominar su mente, controlar su alma. Con las nuevas leyes de Podemos, ahora los colegios deberán denunciar a la Administración a aquellos padres que no acepten las nuevas identidades que mentes enfermas introducirán a los hijos. Siempre con una sonrisa, como siempre tentó el demonio. «No te preocupes, hazlo, todo está bien, no habrá consecuencias», asintiendo con la cabeza mientras en su fuero interno sabe que es mentira. Porque de eso se trata. Drag Queens disfrazados y maquillados como demonios dan charlas a los niños, bastardos multicolor les fomentan la hormonación y algunos influencers con evidentes signos de enfermedad mental recomiendan a los niños denunciar a los padres si no te aceptan en un género a elegir de una lista cada vez más grande. Los niños, destruidos. La infancia, aniquilada. La inocencia se convierte en alimento del demonio. Si a esto se le suman los sacrificios humanos hoy llamados «interrupciones voluntarias del embarazo», el cóctel demoníaco está servido.

Criminalizado el hombre, feminizada la virilidad, miedo implantado en la mujer, destruida y condenada la maternidad por irresponsable en un mundo donde el nuevo dios Planeta Tierra exige holocaustos como Yahvé antaño, pervertidos los niños, enfrentados padres con hijos, hijos con padres… Se podrá ver una parte o el todo. Sea como sea, son políticas demoníacas defendidas, en algunas ocasiones, por personas que públicamente adoran al Diablo. Si le dejas entrar, no querrá salir. Y algunos le han abierto nuestras puertas de par en par.

Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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