Se suponía que el mundo iba a dormir más tranquilo, ¿recuerdan? Así lo resumía para la posteridad, en el idioma del Imperio, el entonces vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, en Twitter, hoy X: «Today our world will sleep safer. Congratulations, Joe Biden».
Medios y líderes de derechas y de izquierdas del mundo entero, (nuestro mundo, al menos) celebraron así, con un sonoro suspiro de alivio, la (cuestionada y cuestionable) derrota electoral de Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas. «El mundo respira aliviado con la victoria de Biden», abría El Mundo, diario poco sospechoso de veleidades socialistas.
Ahora, que los medios del sistema, no importa su adscripción ideológica, celebren la derrota de un líder opuesto al sistema, al régimen de partido único imperante, tiene toda la lógica del mundo. Lo curioso, lo patético, es que centrasen su alivio en la seguridad del mundo.
Pasó otro tanto cuando Trump era aún simple candidato con —según la prensa universal— escasísimas probabilidades de derrotar a la ungida Hillary Clinton, que hasta se presentaba en la citada red social tranquilamente como «la próxima presidente de Estados Unidos·». Temblaban, retóricamente, los comentaristas glosando los terrores atómicos que podría desencadenar ese «loco» magnate neoyorquino.
Pero si esto pudo tener algún sentido entonces, carecía por completo de él tras concluir su mandato. El «loco» Trump no sólo no había hecho arder el planeta, sino que, asombrosamente, su mandato fue el primero desde la Guerra de Vietnam en el que Estados Unidos no inició guerra alguna. Más aún: había conseguido prodigios diplomáticos que todos sus predecesores habían intentado en vano, acuerdos que se consideraban imposibles, como pisar el «reino ermitaño» de Corea del Norte y negociar con Kim Jong-un, caso único, o, más difícil todavía, lograr que los países árabes del Golfo reconocieran al Estado de Israel.
Y, sin embargo, quisieron hacernos creer, tras esos cuatro años de paz extraordinaria, y después de un Obama que logró un Nobel de la Paz a los once días de ser investido y antes de bombardear una cifra récord de siete países, que había estallado la paz con la victoria de Biden.
Si ya resultaba absurdo despedir al más pacífico de los presidentes gringos como se descarta una amenaza para la paz, no lo era menos saludar como a un trasunto de la Madre Teresa de Calcuta a un Biden que había votado como senador consistentemente a favor de todas las intervenciones bélicas presentadas en el Congreso.
No sé qué pensarán hoy los protagonistas de tanto suspiro. Sé, en cambio, que el mundo no ha estado nunca tan cerca de la Tercera Guerra Mundial, guerra atómica por añadidura, que bajo la égida del senil Biden.
La OTAN avanza cada día un poco más hacia un enfrentamiento con la potencia que tiene más cabezas nucleares del planeta, Rusia, alertándonos abiertamente a los ciudadanos de una guerra declarada en Europa y preparándonos psicológicamente para una economía de guerra y la vuelta a la movilización. En el Mar de China, las espadas están más en alto que nunca con una China que insiste en que Taiwán caerá como fruta madura en su regazo, por las buenas o por las malas. Y en Oriente Medio, Irán acaba de lanzar, por primera vez, un ataque masivo contra territorio israelí.
Es una costumbre cada vez más extendida entre nuestros líderes ignorar por completo la realidad cuando choca contra sus esquemas de poder. Pero mirando esa realidad con mirada objetiva, sólo nos queda esperar el alivio de una victoria de Trump en las elecciones de este año, si antes no salta todo por los aires.