PABLO MARIÑOSO,
Queridos reyes magos:
Aunque algunos me acusen de ser peligrosamente optimista, creo que tan mal no vamos. El 2 de enero volé a Roma para despedirme de Benedicto XVI. El director y los lectores de esta casa me permitieron narrar, desde el brazo de Carlomagno, el funeral de un «santo súbito». Yo estaba feliz porque la Roma navideña y funeraria se me antojó preciosa entre gelatos, sacos de dormir y primeros ministros. No pido para este año otro funeral papal, claro, pero sí me gustaría recibir cierto sosiego pastoral. Termina el año y aún me veo tratando de aprender malabarismo doctrinal.
Apenas dos semanas después volé al Líbano y este año os pido tanta alegría como la recibida. Dice un buen amigo poeta que Dios juega al billar con los corazones y nunca pensé que el Espíritu Santo hiciera lo propio con los bolos. Por eso os pido una sonrisa grande para acoger la novedad y un orgullo pequeño, como de niño recién nacido, para hacerlo más a menudo. En Oriente Medio uno descubre sus mermas entre cabras, fusiles y minaretes. Por eso os pido también paciencia, porque enfrentarse a una pila rebosante de platos sucios en un país sin estropajos no ha sido nada fácil. Por no hablar del agua potable.
Ante la cabeza rebanada de San Juan el Bautista, en la gran mezquita de Damasco, me entró un nosequé y por eso os pido salud para mi familia y amigos. Y para los padres de mis amigos que son como familia. Y para los amigos de mis padres y sus amigos. Y también para Nico, mi ahijado favorito. Para él os pido santidad, porque en lo material ya está cubierto y ahora además tiene un perro de juguete de una calidad inmejorable. Os pido que sigamos sacándole jugo a estas cosas sencillas como comprar el regalo más ruidoso de la tienda.
Como he sido bueno también me pido el carnet de conducir, que me está costando más que un parto de trillizas. Es la eterna promesa y quien me conoce sabe que me conformaría con ser copiloto si aún se llevaran las motos con sidecar. Pido ir a los toros y al guarro con el amigo que me lo descubrió, y descubrir el sitio a tantos otros amigos. En Las Ventas he visto este año a Juan Ortega, y esto es ya mucho más de lo que puede decir su prometida. Su exprometida, claro.
Os pido, queridos reyes magos, seguir acumulando libros. Muchos libros y muy variados. Que las regañinas de mi madre y mi jefe por tener la mesa de mi cuarto y la redacción a rebosar sólo sean la alegre confirmación de vuestra generosidad. Chin chin. Y pido seguir escribiendo los viernes en este espacio y en otros tantos, donde el amor a la Verdad vertebre todo, donde nos dejen desempuñar la espada, donde cabalguen aún jinetes de luz en la hora oscura. Donde podamos leer «De amicitia» en voz alta.
Para 2024 me pido volver a creer en cosas en las que he perdido la esperanza, como la muñeca de Rafa Nadal o la tribuna del Congreso. Que nuestra alegría sea mayor que su pesar. Pido acabar bien la universidad y comenzar mejor aún la vida laboral, donde Dios quiera y no nosotros, torpes rasputines de su providencia. Que siga riendo con ellos, que llegue mi primer gol con el Racing (¡soy el único delantero en la liga del Retiro con el contador a cero en goles pero a mil en postes!), que sigamos celebrando el 12 de octubre y no por la Hispanidad y que en Cuenca se termine de forjar la cadena de la que un día me hicieron eslabón.
Os pido, majestades, ser un poquito mejor. Terminar de escribir ese libro que prometí, frecuentar las pistas de tenis de la universidad y abonarme al penúltimo banco de la capilla. Pido refugios que son casamatas abiertas al mundo, pido trincheras que son corazones abiertos y pido la oración de todos los que ahora me leen. Traedme carbón si lo merezco y santidad si no la merezco. Lo demás lo dejamos en Sus manos, que es donde las cosas, desde hace años, mejor están.