Hace apenas unos meses el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, intentó promover con su visita a China las relaciones bilaterales entre ambos países e invitó a las empresas chinas a participar activamente en las subastas de petróleo y gas brasileñas. El viraje de Bolsonaro, en relación a China es más que evidente, ya que en la campaña electoral el ahora electo presidente de Brasil acusaba continuamente al país asiático de estar comprando todos los activos del país. Sin embargo, una vez que el candidato se convirtió en presidente y en un acto de absoluto pragmatismo, ha optado por promover el acercamiento al gigante asiático. Este hecho no supone más que una muestra de la enorme dependencia que Latinoamérica tiene actualmente con respecto a China.
Latinoamérica, en lo que al comercio se refiere, está posicionada en el mercado mundial como un gran oferente de materias primas, ya sea de minerales o de productos agrícolas y ganaderos. Por el lado de la demanda, China se sitúa con una enorme fuerza, ya que en estos momentos el país asiático es el tercer consumidor mundial de gas, el segundo de petróleo y el sólo concentra más del 30% de la demanda mundial de materias primas tales como el cobre, la soja, el hierro o el acero. Es decir, se trata de un socio comercial imprescindible para Latinoamérica.
Gracias a que sus tasas de crecimiento se han situado por encima del 10% durante los seis últimos lustros, China se ha convertido en la “fábrica del mundo”. Este hecho ha propiciado que el gigante asiático sea el principal productor mundial de manufacturas y que al mismo tiempo sea un gran consumidor de maquinaria europea, japonesa y coreana. De la misma forma, China se ha convertido en un actor de primer orden como demandante de materias primas y es que a medida que China ha ido creciendo se ha vuelto cada vez más dependiente de la importación de mayores volúmenes de materias primas.
Hay que señalar que en el año 2018, el volumen de comercio entre China y América Latina alcanzó los 307.400 millones de dólares. Estas cifras suponen que las importaciones y exportaciones de la región con China hayan aumentado respectivamente en un 24,1% y un 13,7% anual o lo que es lo mismo que las transacciones comerciales hayan crecido 20 veces en relación a los volúmenes existentes en el año 2000. Esta dinámica ha supuesto que Latinoamérica muestre una creciente dependencia con respecto al mercado chino, si bien es cierto que esta dependencia es muy dispar entre los distintos países de la región. El país más dependiente es Chile que exporta alrededor del 25% de sus ventas totales al gigante asiático, mientras que en un segundo escalón se situarían los casos de Brasil, Perú, Venezuela y Uruguay en los que las ventas a China suponen entre el 15 y el 20% de sus exportaciones.
Una consecuencia negativa de este patrón comercial, en el que América Latina exporta a China materias primas e importa manufacturas medias o medias-altas, es el hecho de que se ha perjudicado notablemente al incipiente desarrollo manufacturero latinoamericano de diferentes sectores. Adicionalmente, estos incrementos tan fuertes en las exportaciones de determinados productos, como es el caso de la soja, han propiciado que los exportadores latinoamericanos tengan una fuerte concentración de sus ventas y riesgo con China. Así, por ejemplo, en el caso comentado de la soja, el 80% de las ventas de Brasil de este producto están dirigidas al mercado chino, por lo que una caída brusca de la demanda en el país asiático pondría en serios aprietos al campo brasileño en donde la soja es uno de sus productos estrella.
Sin embargo, la relación entre China y Latinoamérica no se circunscribe únicamente a la venta de materias primas, ya que también es muy relevante la financiación de proyectos y la inversión directa por parte de las empresas chinas. Hay que partir de la base que hace tan sólo 20 años las relaciones financieras entre el país asiático y América Latina eran prácticamente inexistentes y, sin embargo, hoy en día dichas relaciones son muy voluminosas. La inversión directa china creció rápidamente a partir del año 2010, momento en el cual el Partido Comunista Chino impulsó la estrategia denominada “China se vuelve global”. Con esta nueva estrategia China se convirtió rápidamente en el tercer mayor inversor extranjero del mundo tras Estados Unidos y Japón. Ciñéndonos específicamente a las inversiones chinas en América Latina, hay que destacar que aproximadamente el 90% de las mismas se han dirigido a las industrias extractivas, estando estas muy concentradas en determinados países de la región.
Como consecuencia de todo lo anterior podemos concluir que el incremento sustancial de las relaciones comerciales de América Latina con China ha reportado a la región importantes beneficios, aunque también es cierto que la dependencia y la vulnerabilidad de Latinoamérica o más específicamente de algunos países latinoamericanos en relación a este gran comprador de materias primas ha aumentado espectacularmente.
Adicionalmente y como consecuencia también del crecimiento exponencial en la región de las inversiones y prestamos chinos, está aumentando la preocupación en varios países latinoamericanos por el endeudamiento excesivo y la dependencia financiera con el gigante asiático. Es de destacar que estos mismos temores están teniendo lugar en diversos países africanos, que es la región del mundo donde actualmente China mantiene un mayor nivel de inversiones y donde las empresas chinas están desarrollando proyectos de infraestructura de gran envergadura.