Cuber, como otros negocios particulares, no necesitó banda ancha de internet, extensas reuniones ministeriales con decenas de ministros y funcionarios para buscar soluciones creativas a los problemas que provoca la estacionaria crisis económica agravada por el COVID-19 y el agudo desabastecimiento de alimentos que asota a Cuba.
«Y mira que tenemos razones para quejarnos. Nunca el gobierno implementó un mercado mayorista, los impuestos son excesivos y abusivos, debieran deducirlos de las ganancias no de los gastos, en fin… La lista de problemas es amplia, pero si vamos a detenernos en ellos jamás saldríamos adelante», comenta Abdiel y añade: «Incluso, por muy creativos que seamos, si el Estado no encuentra soluciones a los problemas económicos, a la larga tendremos que cerrar”.
De hecho, “un emprendedor no puede inventar la carne de puerco ni la malanga. Pero sabemos cuáles son los mecanismos para estimular la producción agropecuaria. Es simple: eliminar (a la agencia) Acopio como intermediario y que cada campesino siembre, produzca y venda sus cosechas a quien desee. Es tan fácil que no entiendo por qué el Gobierno se empantana con el tema de la producción agrícola».
Entretanto
Mientras el sábado 9 de mayo un grupo de emprendedores privados en diez minutos encontraban soluciones a sus problemas, Miguel Díaz-Canel, el presidente designado por Raúl Castro, se reunía con varios ministros y funcionarios en el Palacio de la Revolución en busca de ‘respuestas’ a la crisis económica y de salud pública que fueron provocadas por el COVID-19.
En cada sesión, por videoconferencia, la plana mayor del régimen se comunica con los gobernantes provinciales y municipales. Damián, miembro del Partido Comunista y único, cuenta algunas interioridades de esas reuniones.
«Primero cada funcionario o ministro de un organismo determinado lleva su plan o agenda, casi siempre alejado de la realidad, cargado de mentiras, sin un estudio a fondo y repleto de jergas y tecnicismos. La primera parte del discurso es culpar al bloqueo (embargo comercial) de Estados Unidos de todos los problemas, ya sea el barco que no ha traído petróleo o el barco que no trajo el pollo o la harina de trigo”.
Y continuó: “Si hay dificultades en la comercialización, se culpa a los ‘factores’, que nunca tienen nombre ni apellido. De las colas se culpa al pueblo y al final plantean que la solución es más economía planificada y más mano dura con los irresponsables que no cumplen el distanciamiento social durante la pandemia”.
A modo de conclusión, “Díaz-Canel o Manuel Marrero, el primer ministro, ‘bajan una muela’ (hacen una intervención) preelaborada. Al día siguiente se vuelven a reunir. Desde que Díaz-Canel es presidente, lleva dos años de reunión en reunión. Antes del coronavirus viajaba por todas las provincias, ahora de lunes a viernes, acumulando horas-nalgas sentado en una butaca giratoria en un salón con aire acondicionado y con su nasobuco (mascarilla)».
Varios economistas de calibre han publicado sus opiniones con respecto a Cuba. Todos coinciden, desde luego, que el COVID-19 ha puesto al desnudo las carencias estructurales de la economía nacional. Juan Triana, Pedro Monreal, Pavel Vidal, Omar Everleny y Carmelo Mesa-Lago, entre otros, una y otra vez han subrayado cómo deberían ser las reformas económicas que debieran ser emprendidas por el Gobierno.
No todos creen en el liberalismo a pulso. Ni siquiera hablan de democracia o libertad de expresión. Se centran en el tema económico y le piden al Gobierno que tome nota de la experiencia china o vietnamita, países regidos por un partido único y comunista que ha logrado crecimientos económicos impresionantes gracias a la economía de mercado.
Los más liberales, consideran que las transformaciones económicas debieran estar acompañadas por reformas políticas. Pero la parálisis de la autocracia verde olivo es tan profunda, que ni siquiera intentan reformas al estilo chino.
El coronavirus fue el catalizador que provocó la tormenta perfecta, debido a factores internos y reformas aplazadas por el régimen castrista. Si la unificación monetaria se hubiera realizado en tiempo y forma, se hubiera permitido que los profesionales pudieran abrir negocios particulares, incentivado las cooperativas y privatizado instituciones estatales que no funcionan como la gastronomía, unido a un alza de salario sustancial, probablemente el país estaría en una mejor situación para afrontar la posterior crisis económica que la pandemia a planteado a escala mundial.
Pero el COVID-19 cogió al régimen fuera de base. Manipulando cifras, no hablando con claridad, con una narrativa delirante y una ristra de promesas incumplidas. Pese a los malos augurios económicos, a la crispación ciudadana que pudiera desembocar en estallidos sociales y a la crisis alimentaria de corte africana que padece hoy Cuba, si Díaz-Canel fuera capaz de diseccionar correctamente el actual escenario, y es un hombre honesto, existen soluciones factibles para salir del atolladero.
Otra crisis
Cuba está abocada a una crisis comparable con la del llamado Período Especial en la década de 1990. Probablemente menos profunda en términos de PIB, pues en aquella etapa se perdió un 35% del producto interno bruto, la economía no estaba tan diversificada ni el turismo se había consolidado, como tampoco la exportación de servicios médicos y de productos de la biotecnología generaban la cantidad de divisas que generaron posteriormente.
Pero el desgaste por la mala administración del país provoca que los cubanos de a pie no confíen en sus gobernantes.
De una manera u otra, los cubanos llevan otros treinta años viviendo en una crisis económica estacionaria. Aunque ya habían vivido momentos muy difíciles, como la Ofensiva Revolucionaria en 1968 y el fracaso de la Zafra de los 10 Millones en 1970, por solo mencionar dos ejemplos, consideran que el Período Especial se atenuó, pero no terminó. En todos y cada uno de esos momentos la administración de la economía por parte de las autoridades ha sido deficiente.
El régimen no supo aprovechar el caudal de dólares que llegaba de Venezuela. En la primera década de este siglo, el Gobierno de Hugo Chávez giraba anualmente hacia La Habana entre tres mil y cuatro mil millones de dólares por concepto de prestación de servicios médicos, deportivos y profesionales. Además de enviar a Cuba más de 100 mil barriles diarios de combustible a precio de saldo. Era una época donde el barril de petróleo alcanzó cifras récord.
Incluso la Isla se ubicó en el puesto 38 en la exportación de petróleo, al reexportar un 30 por ciento del combustible que llegaba desde Venezuela. ¿En que se gastó ese dinero? Fueron años donde supuestamente la economía creció entre un 9 y un 12 por ciento. Al nivel de los tigres asiáticos (Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong).
Es tan evidente el desastroso desempeño económico de Cuba y Venezuela, abrazados a modelos disfuncionales y atrapados en crisis que nunca tocan fondo, que cualquier Estado medianamente serio comprende que deben renunciar a repetir esos disparates.
Urge reformar la economía desde los cimientos. Aprobar leyes que propicien la inversión extranjera, que incluya a los cubanos radicados en el exterior. Desatar las fuerzas productivas internas. Y derogar para siempre el bloqueo interno del régimen contra el pueblo. No se le pide otra cosa al Gobierno de Miguel Díaz-Canel.
Fuente: Diario las Américas