He de agradecer que se me haya seleccionado para hablar acerca del Bolívar de Gabo, pero, también, la asistencia a este hogar. Es obvio preguntarles: ¿Por qué han venido, por el Libertador, por Gabo o por mí?
A Bolívar se reconocen sus gestas heroicas: 1. La lucha contra la monarquía española; 2. La independencia de 5 naciones y 3. La edificación de una nación grande con la conjunción de aquellas. Se propuso un “Estado federal”, en el vocabulario tradicional, un “Estado de Estados”. La denominó la Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), en principio, para ensalzar el nombre de Colón, el descubridor del nuevo mundo.
Me planteo cómo calificar esos tres episodios, en atención al sacrificio, las dificultades, el resultado y las consecuencias. Para mí el 100% habría de asignarse a la federación, aun cuando no se alcanzare. Por supuesto, no se podría objetivar el envidiable desempeño de Bolívar, obviando que el mundo revela, antes y después, una ocurrencia sistemática de conflictos, cada día son más severos, específicamente, en los países que libertó, convertidos en un desastre. ¿Será acaso una excepción en lo relativo a la educación y que es una mera apariencia que hemos transcendido “de animales a dioses”. El Libertador no pudo escapar de la vocación hacia esa conflictividad: 1. La tuvo consigo mismo en su mundana vida (Jazmín Sáenz, Simón Bolívar y Manuela Sáenz, 2010), ajena, por tanto, a aventuras políticas, por los muchos y variados placeres que Europa le ofrecía; 2. En el Monte Sacro, el juramento para el inicio de la guerra y romper las cadenas del poder español; 3. Por su tan corta vida matrimonial con María Teresa Rodríguez del Toro, muerta a mediados de 1803; 4. En ganar la jefatura del movimiento ante Francisco de Miranda, el general que planteaba una especie de cogobierno con España y de la histórica protesta “Bochinche, bochinche y bochinche. Esta gente no sabe sino hacer bochinche”, al entrar preso a La Carraca y que para algunos todavía nos acompaña; 5. Los incontables amores, que parecieran haberle dado más fuerza para coronarse como “Libertador”. No puede negarse que García Márquez en su excelso libro El general en su laberinto, se adentra de manera espeluznante en la controvertida existencia del Libertador. Les invito a constatarlo.
El premio Nobel escribía para que sus amigos lo quisieran un poco más. Su afanada obra Cien años de soledad, la más universal y mucho más leída que El general en su laberinto. La primera demostrativa de que la humanidad es tan problemática para enterarse de Macondo y Aracataca, por allá en un rincón oculto de Colombia. La última, para describir la existencia extremadamente embarazosa de Bolívar, cuyas glorias parecieran haberse limitado a la liberación de la monarquía española, correspondiendo a otros administrarla con resultados lejanos a la satisfacción. ¿Será esa la etapa más atormentada del Libertador? Yo, por lo menos, no tengo dudas. La tipología del Estado federal con el cual había soñado se desvanece, cuando los pueblos comienzan a disfrutar de la libertad y excluyen al héroe que a caballo y espada y en una década de intensa lucha la había alcanzado. Los pactos constitucionales por él propuestos, a la deriva. La fidelidad de subalternos traicionada, salvo la de aquellos ubicados en la excepcionalidad de la nobleza. “El Bolívar de Gabo” es un hombre cargado de preseas, pero acusado. Su coraje lo cambia por el humor y la ironía, propios de los seres cuando de ellos se reniega. Sí, se les desconoce. Y a pesar de sus méritos. Y mucho más cuando se le mira cercano a la muerte.
He de manifestar que lucho para no convencerme de que Bolívar, en el escenario de sus propias luchas, fue víctima de la soledad, la pesadumbre y el pesar, en sus tormentosos momentos después de haber alcanzado la independencia del nuevo mundo que nacía, en medio del viacrucis de verla perdida. La prosa de Gabo exalta la apenada vida, en El coronel no tiene quién le escriba y muy particularmente en El general en su laberinto, con respecto al cual Markus Mross presenta en la Universidad de Hamburgo (1998) como Seminar paper “El demonio de la soledad” en la referida novela. He tomado algunas de las acotaciones que extrae el alemán: 1. Bolívar parece no tan postrado por la fiebre, como por la desilusión, 2. El congreso constituyente está por reunirse, en una tentativa tardía de salvar el sueño dorado de la integridad continental y 3. La cadena de frustraciones personales parece interminable y fortalece las frustraciones ya existentes. Un señalamiento particular de Gross revela la excepcionalidad de que después de tanta gloria, al gallardo venezolano le corresponda morar en el fracaso, como lo evidencia la pregunta “¿Ni un solo voto para mí?”, al enterarse de que Joaquín Mosquera, sin méritos, había sido electo presidente de la república. Y no él.
Es imposible hablar de América Latina sin hacer referencia a Bolívar. En Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y Bolivia a sus estatuas todavía se le hacen genuflexiones. Las ejecutorias del Libertador no han dejado de ser “las cartillas” en las cuales, además, de aprender “quiénes somos”, nos ilustramos con respecto a “cómo deberíamos ser”. ¿Lo habremos entendido y actuado en consecuencia? Mi respuesta: no. El incansable batallador al caer la denominada Primera República propone un gobierno central, convencido de que “las máximas más exageradas de los derechos del hombre lo llevan a regirse por sí mismos y a la anarquía (A. Aguiar, Génesis…2018).
Qué más puedo decirles, pregunta Genoveva Tinedo, mirando al filólogo ecuatoriano Pedro Chiscueta; Juana Quispe, constitucionalista de Bolivia; Samuel Martínez, politólogo bogotano; Pedro Hernández, historiador en Caracas y a la quiteña María Flores, psicopedagoga, organizadora del encuentro y anfitriona en su casa en el casco histórico de Quito. Genoveva es descendiente de Leonor Guerra, apasionada de la causa independentista, costándole la vida.
La cena está servida dice María.
A las 12:00 de la noche se despiden diciéndose: ¡Cómo nos ha costado salir de los enredos!
Fuente: El Nacional