domingo, diciembre 22, 2024
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OPINIÓN- Armando Martini Pietri: La verdad de la mentira

Fidel Castro, uno de los embusteros más célebres en la historia describió al que rodea a Cuba como “el mar de la felicidad”, mentira atractiva que hizo soñar a más de un pendejo mientras, verborreico gesticulaba por horas bajo el calor habanero, consiente que su asesino serial importado, Ernesto “Che” Guevara, fusilaba a quien le daba la gana, sin rendir cuenta por sus crímenes, y que la mayoría de quienes le acompañaron en las montañas se convertían, en una déspota maquinaria de represión y propaganda de lo falso.
Mentir es en política –lamentablemente– un arma habitual y eficiente usada por el comunismo, socialismo y populismo para afianzarse en el poder. Una herramienta que conocen, experimentan, emplean con destreza y precisión, basta darle un vistazo a Corea del Norte, la China de Mao, Unión Soviética de Lenin y Stalin, la Cuba del castrismo y Venezuela.
La dictadura, asociados y cómplices cohabitadores mienten sin pudor ni rubor, han malversado, se han burlado de la confianza ciudadana, también de la política. Aún buscan una improbable salida negociada, que les permita impunidad y olvido de las injusticias y atrocidades cometidas, eso que llaman “justicia transicional”. Pero la soledad, falta de recursos, sanciones, crisis cívico-militar in crescendo, y la presión de la comunidad internacional, los constriñe.
Una careta que terminará por caerse dejando al descubierto colmillos ensangrentados o, si los mentirosos son además torpes, el desastre de países que, como la Venezuela del chavismo primero, y madurismo después, ya ni siquiera va mal, sino que está permanentemente peor.
Eso no significa que todos sufran, los engañadores farsantes cobran sus mentiras haciendo de los dineros públicos un constante festín de ganancias, no para los ciudadanos que pagan en impuestos y carencias la miseria que las falsedades generan.
Mentir, sin embargo, que pareciera fácil para los descarados que la ejercen, es en realidad un arte traicionero, porque de acostumbrarse se pasa, sin darse cuenta, a creerse los cuentos y ficciones, pretendiendo nunca serán descubiertos.
Pero no es tan sencillo, dice el viejo refrán que la mentira tiene patas cortas, y para poder sostenerla, los embusteros de vocación pasan a las trampas, recurso acostumbrado de los estafadores, pillos que se acostumbran a vivir como si lo falso fuera cierto y hasta trampearse entre ellos mismos, como les ha pasado a los políticos venezolanos que mienten sobre la democracia y derechos del pueblo mientras se dedican a engordar sus billeteras, descuidando el necesario disimulo; ¿de qué sirve robar si no se puede disfrutar el placer de lo robado?, aunque también se descuartizan entre sí porque olvidan el otro refrán, “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”, que hoy podría interpretarse como los que denuncian y delatan, pactando no los envíen demasiados años a la cárcel ni les quiten parte de lo substraído.
Venezuela ha sido víctima de mentiras y cuentos, aún peor, de ciudadanos esperanzados que estas se transformen en realidades. El resultado lo vemos todos los días tras veintiún años de apariencias, quimeras diseñadas y dictadas desde La Habana a cínicos descarados ejecutores venezolanos y algunos colombianos, hay que recordarlo; de la noche a la mañana disponen de recursos provenientes del delito, para pagar engañifas de hipócritas abogados, hábiles en la defensa de los derechos que sus defendidos jamás respetaron.
La usurpación aclara: no cometerán el error de 2015 y hoy proponen elecciones para ganarlas, que se olviden aquellos aspirantes a sustituirlos; no están dispuestos a entregar el poder ni por las buenas ni por las malas, aunque en Venezuela se viva un infierno, que para ellos es un océano de felicidad, bienestar y prosperidad.
Hay en Venezuela, ¡algo nos queda!, venezolanos que dicen la verdad dentro de este pestilente charco de la mentirosa felicidad. Han pasado años sin escuchar –y algunos persisten en su sordera– las verdades, son duras de asimilar y rectificar más aún. Tanta mentira oficialista y politiquería termina por no aguantar, empieza a rasgarse, forzándonos a percibirla en su cruda desnudez, e incluso, hastiados de la lepra contagiosa de la mentira que descubrimos purulenta, observarla como deseable aún a costa del inmenso trabajo que nos exige.
La mentira es táctica de tramposos y bribones, la verdad el espíritu, coraje, voluntad de lucha de mujeres y hombres con auténtica y no falseada dignidad. Que cada día, a Dios gracias, son más. La mentira tiene patas cortas, la verdad piernas sanas, firmes, musculosas, para vencer obstáculos y caminar adelante, aunque el camino sea duro, espinoso, tortuoso, con la mirada en alto y grandes objetivos, los de verdad, a la vista.
Fuente: El Nacional

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