viernes, diciembre 27, 2024
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Cuba: Precios ‘topados’ agudizan escasez y abren puertas al mercado negro

En una llanura de arcilla rojiza, muy cerca de la carretera que conduce a la provincia de Artemisa, a 60 kilómetros al oeste de La Habana, se encuentra ubicada la finca de Eusebio, con una caballería de extensión, una presa relativamente cerca que facilita el regadío de las cosechas y una tierra muy fértil.
Eusebio no es el mejor ejemplo del guajiro cubano. No fuma tabaco, apenas bebe café y sustituyó el sombrero de guano por gorras de béisbol. Su confortable vivienda no tiene nada que ver con el típico rancho rural. Es una construcción de concreto de dos pisos, un amplio portal y en el perímetro de la finca, en un viejo contenedor de carga marítima reconvertido en nevera guarda una parte de la cosecha.

“En Cuba debieran existir excedentes de viandas, hortalizas, frutas y granos. Es inconcebible que no se produzca lo suficiente para alimentar a la población. La culpa es del gobierno, empecinado en mantener una estructura agrícola desfasada que no incentiva al campesino a trabajar la tierra. El problema no es la escasez de tierra. Para donde quiera que tú mires hay tierra sin cultivar. Claro, hay terrenos más fértiles que otros. Pero el boniato, la yuca, la malanga y algunas hortalizas, si llueve lo suficiente, se dan solas. Incluso no se necesita tanto fertilizante para aumentar los rendimientos. Eso sí, hay que saber de cosechas y cómo sacarle el extra a la tierra. El que cultive la tierra tiene que ser su dueño”, apunta y añade:
“Las UBPC (Unidades Básicas de Producción Cooperativas) y otras formas de cooperativismo inventadas por el gobierno jamás tendrán altos rendimientos. Arrendar la tierra fue una buena medida, pero no prestarla por veinte o treinta años y ponerle un montón de trabas al que la trabaja. Lo que se debe hacer es arrendarle la tierra al agricultor por cien años. Y en ese lapso que haga lo que entienda mejor mientras produzca. El gobierno asfixia al campesino con normativas, controles y prohibiciones. Hay más inspectores que trabajadores agrícolas. Siempre te ponen precios para pagar tus cosechas muy por debajo de lo que pagan los intermediarios particulares. Si tienes vacas, no puedes matarla ni comercializar su carne. Tampoco producir quesos y otros productos elaborados con la leche de la vaca. Son demasiados los frenos. A pesar de eso, los finqueros particulares, que poseemos alrededor del veinticinco por ciento de las tierras en Cuba, producimos más del setenta y cinco por ciento de los alimentos que se consumen. Más claro ni el agua. La tierra es para los guajiros”.
La tierra, para los guajiros
Varios campesinos privados, cooperativistas, arrendatarios e intermediarios que comercializan productos agrícolas coinciden en que, para destrabar la producción, la primera medida es entregar la tierra al que la cultiva, que los campesinos elijan lo que van a cosechar y que los compradores mayoristas, sean estatales o privados, paguen precios justos. Otra medida que Eusebio considera clave es que el Estado garantice precios asequibles y que el campesino pague a plazos cuando necesite adquirir aperos de labranza, regadíos y maquinarias agrícolas.
“En la agricultura de los países más desarrollados cuando hay plagas, mal tiempo u otras causas que impiden una buena cosecha, el gobierno subsidia las pérdidas. En Cuba no puede ser diferente. Es una estupidez venderles a los campesinos las semillas, tractores y el fertilizante en dólares. El alto precio de la electricidad eleva el costo de producción. El Estado debiera ponernos tarifas más baratas. Es una locura que con una yunta de bueyes y sin fertilizantes usted pueda producir alimentos suficientes para once millones de cubanos”, insiste Eusebio.
Escasez y altos precios, precio de la burocracia
Cuando se revisan las producciones agrícolas de los dos últimos años, se observa que el noventa por ciento ha decrecido entre un quince y un cincuenta por ciento. Algunas, como la producción de carne de cerdo, ganado vacuno y cítricos han disminuido debido al exceso de trabas por parte del Estado, considera Luis, ingeniero agrícola. “Aunque no satisfacía la demanda, en 2018 la producción de carne porcina sobrepasó las ciento noventa mil toneladas. Entonces el Estado elevó los impuestos y eso afectó a los productores, quienes comenzaron a no declarar su producción real. El gobierno reaccionó con inspecciones y operativos policiales, encarcelando a varios dueños de negocios porcinos. El precio se está pagando ahora: la libra de carne de cerdo ronda los cien pesos, y no la encuentras”, dice Luis.
Lo que ha sucedido con el ganado vacuno es alarmante. En los últimos 35 años, según contó a DIARIO LAS AMÉRICAS un funcionario que trabajó en el Ministerio de Agricultura, las cabezas de ganado disminuyeron de seis millones a poco más de dos. “Una parte del ganado fue sacrificado por los matarifes ilegales para vender la carne. Y muchísimas reses murieron de hambre y sed. Una irresponsabilidad criminal que no le costó el puesto a ningún alto funcionario”.
Solo en la provincia Villa Clara, hace cuatro años, murieron de hambre 22 mil vacas. La producción azucarera en la Isla es una vergüenza. Durante siglos Cuba fue la azucarera del mundo y en los ingenios se pusieron en práctica numerosas innovaciones. El rendimiento por hectárea era de los mejores del planeta. Durante la II Guerra Mundial, el cuarenta por ciento del azúcar que consumieron las tropas aliadas provenía de centrales cubanos.
De 1925 a 1958 se produjo de manera estable entre cuatro y siete millones de toneladas de azúcar. Hace siete años las zafras en Cuba no alcanzan los dos millones de toneladas. La culpa fue de Fidel Castro que desmanteló más de cien centrales. Al mermar la producción azucarera, aumentan los precios. Hoy en Cuba cuesta más caro comprar una libra de azúcar producida en el país (ocho pesos, que al cambio oficial equivale a cuarenta centavos de dólar) que adquirirla en el mercado internacional.
Las contraproducentes políticas agrarias, ha traído como consecuencia que las tarimas estén vacías. En un recorrido por cuatro agromercados habaneros se observa un notorio desabastecimiento. En el de Vía Blanca y Primelles, frente a la Ciudad Deportiva, en el municipio capitalino del Cerro, el viernes en la mañana solo había plátanos machos pequeños, escachados y con manchas negras, a seis pesos la libra. Tomate, la mayoría verde, a ocho pesos la libra. Un mazo de lechuga mustia a diez pesos. Y piñas verdes y ácidas a diez pesos cada una.
En el agro de Tulipán y Conill, municipio Nuevo Vedado, solo había en venta tomates, plátanos fruta apolismados, a peso cada uno, y jengibre a doce pesos la libra. Mientras un camión del EJT (Ejército Juvenil del Trabajo) descargaba coles sucias, una aglomeración de personas merodeaba el vehículo. Cada col costaba doce pesos. En el mercado agropecuario de 19 y B, Vedado, que fuera uno de los más abastecidos del país, llamaba la atención la cantidad de tarimas vacías. Solo ofertaban turrón de maní molido a sesenta pesos, yuca a seis pesos la libra, tomate a ocho, berenjena a cuatro pesos la libra y zanahorias a seis pesos. En el agromercado de Diez Octubre y Santa Catalina, del municipio Diez de Octubre, solo estaban vendiendo acelgas a diez pesos el mazo. El resto de los dependientes dormían encima de las tarimas.
El costo del precio topado
Luisa, ama de casa, cuenta que ha recorrido casi todos los agromercados de La Víbora, al sur de la capital, buscando frijoles colorados, boniato, yuca, plátano de freír, cebolla y ajo, “pero no he encontrado nada. Desde que el gobierno topó los precios, los agros están pelaos”.
A partir del 3 de febrero, las autoridades de La Habana fijaron el mismo precio para todos los agros, particulares, estatales o cooperativas. Esto ha provocado la desaparición de varios productos en las tarimas. “Antes de topar los precios usted podía encontrar doce o quince productos en un agro particular. Ahora no hay nada. Hasta la guayaba y la fruta bomba se perdieron. De casualidad te empatas con la piña”, comenta Pastor, jubilado.
En algunos mercados ha cambiado el método de venta. En un agro habanero, un dependiente en voz baja canta una lista de productos agrícolas a un cliente. “Tengo frijoles colorados a sesenta pesos la libra, negros a cuarenta, garbanzos a setenta pesos, carne de puerco deshuesada a ochenta, lomo a setenta, melón de cinco libras a cincuenta pesos, guayabas a doce pesos la libra y limón a sesenta pesos la libra”. Si el cliente acepta, en menos de treinta minutos un mensajero le lleva la compra hasta la casa. “Si es en el mismo municipio no cobro por la entrega”, aclara el vendedor.
Con el incremento de inspectores dedicados a fiscalizar que no suban los precios, policías y boinas negras[fuerzas especiales antimotines] que recorren de una punta a otra la ciudad, los que comercializan productos agrícolas optan por recurrir a Telegram o WhatsApp para vender sus mercancías. Llamémosle Adriano. Tiene un grupo de WhatsApp con doscientos miembros. “Por los precios de venta que exige el gobierno, ni siquiera le puedo comprar al campesino. Al subir todos los insumos y la electricidad, los precios se han multiplicado por tres o cuatro veces. Luego, para tener un margen de ganancia, tenemos que vender a un precio más alto. Es la oferta y la demanda”.
En esos grupos de WhatsApp una compra promedio supera los quinientos pesos. Ihosvany señala que compró tres jabas de hortalizas, viandas y frutas y tuvo que pagar, con transporte incluido, 550 pesos. “Y no era gran cosa, pues incluso en el mercado subterráneo las cosas han empeorado. Una jaba con un mazo de acelgas, cuatro libras de calabaza, tres libras de chopo (una variedad de malanga), tres libras de yuca y tres libras de plátano macho, me costaron ciento ocho pesos. La otra jaba, con un mazo de zanahorias, un mazo de remolacha, una col, un paquete de ajo pelado, un paquete de ají cachucha, tres libras de pepinos, tres de tomates y tres de berenjena, doscientos cuarenta pesos. Y la última jaba, con tres piñas y tres libras de guayabas ciento dos pesos. Más cien el transporte. Y esa factura, para una familia de cuatro personas te dura una semana”.
El desabastecimiento que provoca la confluencia de factores (crisis económica, escasez, precios topados y pandemia), ha generado que una ristra de cebollas o de ajos cueste setecientos pesos y una libra de jamón, según la calidad, fluctúe entre cien y doscientos cincuenta pesos.
A los jubilados y ciudadanos con salarios por debajo de tres mil pesos mensuales -más de cuatro millones de personas en el país- les resulta imposible pagar esos precios. Eusebio, dueño de una finca en las afueras de La Habana, considera que, si el Estado no cambia de estrategia, “un porcentaje alto de la población podría sufrir una hambruna. Y la culpa que no haya boniato, yuca ni plátano no es del bloqueo yanqui. Es del gobierno cubano”
Fuente: Diario las Américas 
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