El manejo magistralmente perverso que ha hecho el régimen de Maduro de la terrible pandemia que afecta a nuestro planeta ofende y repugna por la humillación y el maltrato que significa para nuestro pueblo. Es difícil no asombrarse no solamente frente a la resiliencia de un gobierno de facto que tiene el repudio de alrededor del 80% de la población, según estimados conservadores, y de más de 60 de los países democráticos de Occidente, sino frente a sus recursos y artilugios para fabricar verdades a su medida.
A comienzos de 2020, cuando la pandemia estaba empezando a ser reconocida como tal, y luego de haberse perdido tres meses de preparación gracias al ocultamiento de información orquestado por China, con la complicidad de parte de la directiva de la OMS, el régimen empezó a tomar medidas de cuarentena muy severas contra la población, incluso antes que otros países. Con su característica habilidad para hacer aparecer su incompetencia y corrupción como preocupación por la gente, los usurpadores de la soberanía popular presentaron su esquema alternado de cuarentena radical y flexible como un modelo de lo que debería ser la actuación de los gobiernos en todo el mundo, llegando al descaro de criticar a otros países por la forma en que conducían sus actuaciones frente a la pandemia. Eventualmente quedaría establecido, sin lugar a dudas, que las supuestas medidas preventivas avanzadas del régimen venezolano estaban en realidad determinadas por el conocimiento de que se avecinaba una severa crisis de combustible. En otras palabras, los usurpadores engañaron a su propio pueblo y a la comunidad internacional, haciendo creer que reaccionaban agresivamente contra el peligro de la pandemia, cuando en realidad el objetivo era mantener a la población en sus casas para reducir el consumo de combustible y limitar la movilidad de la población.
A la escasez de gasolina se uniría la intención del régimen de restringir las protestas populares por la profunda situación de deterioro del país. Al control de la población impuesto por la represión, el hambre y el miedo, se unió el justificado temor por la pandemia. Esta circunstancia cobró especial relevancia en relación con la fraudulenta elección de la Asamblea Nacional del pasado diciembre, realizada no solamente en condiciones violatorias de las normativas constitucionales, sino también bajo el espectro de la pandemia.
Pronto se descubriría que la patraña del régimen de pretender estar actuando con mano firme para proteger a la población escondía también la decisión de ocultar la extensión del contagio y la precariedad del sistema sanitario para atender a los enfermos. Los venezolanos nos acostumbramos a recibir de Delcy Rodríguez, y del propio Nicolás Maduro, unos boletines blandengues y edulcorados sobre la extensión de la enfermedad en Venezuela, mientras las proyecciones y estudios de destacados epidemiólogos, e infectólogos, como el Dr. Julio Castro, o lo contenido en dos estudios ordenados por la Academia Venezolana de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, alertaban que Venezuela se encaminaba a una etapa avanzada de crecimiento de la COVID-19. La irresponsabilidad supina del régimen encerraba a la clase media y permitía reuniones públicas, sin medidas de restricción sanitarias, en las zonas populares, como las que se celebraron y fueron recogidas en las redes sociales en ocasión de la Fiesta de San Juan. El último ejemplo fueron las festividades de Carnaval, en las que sectores importantes de la población celebraron y se reunieron nuevamente sin ninguna precaución. No cabe duda de que el carácter del venezolano, que tiende a minimizar y tomarse a broma asuntos de extrema seriedad, como la pandemia, contribuye a la escalada de infecciones que estamos viendo en Venezuela, pero el asunto central es, sin duda, la conducta profundamente irresponsable y errática del régimen.
La situación de la economía, la carencia de equipos de protección y el colapso del sistema de atención sanitaria -pública y privada- han creado un verdadero caos para los venezolanos. Mención especial requiere el número de trabajadores de la salud que han sido afectados por la enfermedad y que conforman uno de los grupos con mayor proporción de fallecidos. Un acucioso trabajo en el portal Efecto Cocuyo (Efecto Cocuyo) revela la magnitud de la tragedia, la desproporción insólita de incidencias en el caso venezolano comparado con otros países, y la extensión de la desinformación que entregan los medios oficiales, especialmente la Comisión Presidencial para la Prevención y Atención del COVID-19. Capítulo especial en esta historia de horror que vive nuestra Venezuela es el tratamiento de “bombas biológicas” que el régimen le dio a los venezolanos que venían regresando de los países vecinos, especialmente Colombia, huyendo de la pandemia y que fueron recibidos como criminales y aislados en centros de detención ignominiosos, caldos de cultivo de COVID-19, en su propia patria. En aún otra infame artimaña, el regreso de los migrantes fue presentado por la propaganda del régimen como una maniobra del gobierno colombiano para infectar a los venezolanos y propagar la enfermedad en nuestro territorio.
El drama que vive hoy en Venezuela cualquier familia que tenga en su seno un enfermo de COVID-19 no puede ser exagerado. A la desesperación por la ausencia de camas en clínicas y hospitales, se le unen las dificultades por obtener los medicinas y los equipos de oxigenación. Para los pocos “afortunados” que logran ingresar en un centro asistencial privado, les esperan pagos de admisión que oscilan entre 3.000 y 10.000 dólares y gastos diarios de alrededor de 2.000 dólares. Resulta imposible hacerle entender a nadie que no conozca a fondo la situación de nuestro país que el costo de la terapia intensiva por COVID-19 en Venezuela es superior al de Estados Unidos y Europa. En resumen, el enfrentarse a la tragedia de perder a un familiar puede significar la ruina para la familia. Por supuesto que bajo estas circunstancias aterradoras se evidencia, con calor y luminosidad, el maravilloso espíritu de la familia, y que uno descubre una y otra vez que en medio del horror y la maldad se expresan conductas nobles y solidarias donde cada quien abraza a los suyos. Lamentablemente, es una condición inevitable de nuestra propia humanidad que cosas malas le ocurren a gente buena, y que seres de luz parten de manera aparentemente inexplicable y a pesar de todas las oraciones por su sanación. Un misterio que acabamos de experimentar en el seno de nuestra familia íntima y que nos hermana en el dolor con mucha de nuestra gente.
La última emboscada del régimen contra su propio pueblo es el haber paralizado el ingreso de la vacuna AstraZeneca, con el argumento de una minúscula incidencia en casos de trombosis en los vacunados, una situación que levantó cierta alarma en la UE para ser posteriormente desestimada. Ello luego de que el ingreso de la vacuna AstraZeneca había sido negociado previamente con el gobierno interino de Guaidó a través del mecanismo Covax-OPS. Esta acción arbitraria y criminal está acompañada de un nuevo acto de sumisión frente a Cuba, prometiendo que los venezolanos servirán como conejillos de India de las vacunas cubanas, llamadas pomposamente Soberana y Abdala, la última en homenaje a un poema épico de José Martí, que no han pasado por las rigurosas pruebas exigidas por los organismo internacionales. El régimen prefirió tenderle una emboscada maquiavélica a Guaidó, en verdad a su propio pueblo, antes que permitirse exhibir una presunta debilidad frente a la comunidad internacional. Todo ello acompañado de la oferta milagrosa y fraudulenta de las gotas mágicas de Carvativir.
Es doloroso admitirlo, pero parece que las fuerzas del mal que operan abiertamente en el ejercicio de gobierno del régimen venezolano, han encontrado un aliado inesperado y perverso en el corona virus. Uno puede pensar en esto como un misterio de la providencia. Yo elijo verlo como un nuevo reto que se le presenta a la resistencia democrática para presentar ante los venezolanos y la comunidad internacional la verdadera naturaleza del gobierno de facto que ha llevado a Venezuela al umbral de la disolución como nación.
Fuente: El Nacional