El pasado fin de semana, el país trasandino eligió a los 155 integrantes de su Convención Constituyente, embarcándose en la riesgosa aventura de la “hoja en blanco”, nombre de una de las reglas principales bajo las que se redactará la nueva Carta Magna.
Se trata de la pretensión adanista o fundacionalista de empezar desde cero, ignorando no sólo la Constitución vigente (no tan “pinochetista” como se aduce, ya que fue reformada durante la presidencia del socialista Ricardo Lagos), sino toda la tradición jurídica republicana preexistente.
De aquí se deduce que la Constituyente chilena puede internarse en un peligroso laberinto como el de sus predecesoras de Venezuela, Bolivia y Ecuador, que dieron paso a la instauración de regímenes populistas donde las libertades ciudadanas fueron precarizadas.
Al no contemplarse la conservación de ningún articulado de la Constitución vigente, la mencionada “hoja en blanco” implica que aquellas materias donde los constituyentes no alcancen el consenso de 2/3, quedarán para ser regidas por leyes, a ser aprobadas en el futuro Parlamento por simple mayoría.
Para reducir los riesgos de esta aventura se incluyeron algunos contrapesos, como el respeto a los acuerdos internacionales firmados por Chile. Lamentablemente, en la mayoría de los casos puede tratarse de “candados de cartón”, sobre todo en materia de derechos humanos, donde la aplicación de estos acuerdos suele ser papel mojado. Tal vez pueda haber una efectividad algo mayor en los tratados internacionales de protección de inversiones, que pongan algún freno a la voracidad estatista.
La composición de la Convención induce a la incertidumbre, teniendo en cuenta que, aunque el grupo de la derecha será la minoría mayor (con 37 representantes), una miríada de listas independientes de diversa orientación suman 48 convencionales. En esa constelación, donde hay desde centroizquierdistas y centroderechistas que corrieron por fuera de sus partidos tradicionales, hasta regionalistas e ideológicamente indefinidos (“transversales”), estará el fiel de la balanza.
Por el lado izquierdo, los bloques liderados por comunistas y socialistas prácticamente se igualan con 28 y 25 representantes, resultado que puede asustar si se piensa en una articulación entre ambas coaliciones. Pero el virtual empate también puede conducir a una competencia feroz con miras a las próximas elecciones nacionales.
Todo apunta a que la derecha tendrá que buscar alianzas creativas con sectores de los independientes y en algún caso con la coalición del PS, para construir un cordón sanitario de freno a los neocomunistas.
La inclusión de una disposición transitoria estableciendo que las materias constitucionales a ser tratadas en el futuro Parlamento sean leyes marco o especiales, con mayoría calificada de 2/3, debería ser otro objetivo estratégico.
Fuente: PanamPost