Los colombianos han tomado calles y plazas denunciando el “status quo”. Será acaso para recordar los temores de Simón Bolívar con respecto a cómo gobernar los países que había independizado, proponiendo regímenes fuertes, determinante en lo relativo a Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, que con Colombia adeudan a la historia no ser “la nación más poderosa del mundo”, ilusión del Libertador. Y la causa, similar en cada una, “incapacidad de sus gobernantes y de los electores”, camino al fracaso político y económico.
La heroica gesta de Bolívar, a pesar de las críticas, ha de elogiarse, tanto en lo relativo a la independencia de estos cinco países, donde pareciera todavía que reluce su espada, como en la difícil misión de estructurarlas como sociedades políticas por sí mismas gobernadas, bajo una especie de confederación. Para Francisco de Miranda, otro venezolano, un “estado hispanoamericano”. Pudiera expresarse, entonces, que desde esos momentos Venezuela y Colombia se tiraron al agua juntos compartiendo una frontera de 2.219 km. ¿Máxima?, “la buena fe entre pueblos hermanos”.
No puede negarse que los dos países fueron manoseados por el prócer convertido en leyenda, por haber acabado con tres siglos de opresión. Concurrencias, unas cuantas y más que discordancias. “El qué hacer con las tierras independizadas”, determinante en el entonces, pero cuyas desmenbranzas perduran, paritarias en ambos. La tesis del “ideal nacional”, por ejemplo, que compartieron las dictaduras de Marcos Pérez Jiménez, en Caracas y de Gustavo Rojas Pinilla en Bogotá, militares que alcanzaron la Presidencia mediante golpes militares, en principio, con igual beneplácito en ambos países. Pareciera que se solaparon bajo la convicción del propio Libertador con respecto a las serias dificultades para alcanzar “una identidad nacional americana”, entre otros, la desigualdad y la violencia de caudillos locales. No sabemos si rima la apreciación de Laureano Vallenilla Planchart, Ministro de “Marcos”, “El pueblo cambia gustoso la libertad por el bienestar, especialmente, cuando el nivel cultural no es muy elevado”. El gendarme necesario, tesis de un Laureano Vallenilla más viejo, vocero de la dictadura gomecista, en “Cesarismo Democrático”, “el establecimiento de la paz en “las subsociedades” demanda del temor, la fuerza y la mano dura de “un dictador”. Es sin dudas, para los Laureanos, el único camino de los pueblos latinoamericanos para “las mieles del progreso y la modernidad”. Apreciación, fuente de regímenes militares y pretorianos en el siglo XX, otra desviación consecuencial de la historia.
Ha de agregarse, asimismo, que los textos constitucionales son de igual corte, cuanto menos, en lo que respecta al deseo de los dos pueblos en ejercicio del poder soberano en asambleas constituyentes”, de edificarse societariamente. La de Colombia invoca, como la venezolana, la protección de Dios para fortalecer y asegurar un orden justo definiendo a la nación como República unitaria fundada en la prevalencia del interés general. En lo concerniente a la “Constitución Bolivariana” de Caracas, por teórica, rimbombante y engañosa, cuesta comparársele con la de Bogotá, tanto por el abismo en su ejecución y convertida en “papel higiénico”. En el libro Leticia Harentz Pérez, una venezolana que comenta la Constitución de la Quinta República (Luis Beltrán Guerra G., 2002) se le reputa “fantasiosa”. Los paisas han de sentirse más identificados con la de 1961, derogada para “una presunta refundación de la república”, atragantada por visiones irreales. Quedó abolido lo bueno, hoy todo malo, tal vez evidencia de que las lecciones de Bolívar para gobernar a la “gran nación” merodean todavía el escenario. Coinciden los países hasta en sus condiciones sísmicas. El terremoto de Caracas (1812), para la iglesia castigo por la separación de España, pero 27 años antes una catástrofe en Bogotá genera igual reacción.
En las discordancias, una frontera compartida, hoy conflictiva por fracciones de la guerrilla derivadas, en principio, del “Acuerdo de Paz” firmado por Juan Manuel Santos. Y el ejército venezolano de por medio, sin claridad de lo buscado.
El académico francés Alain Rouquié plantea: ¿Cómo definir la dictadura donde no existe un acuerdo mínimo de organización de la vida en común. Más bien sistemas antagónicos de valores? “La creencia en las instituciones” definitoria de la legitimidad política, no enraizada. Opuestamente, objeto de hostilidad o de la indiferencia de importantes sectores? Una presunta respuesta pareciera ser la atadura al desarrollo económico, que en la medida en que no sea sólido, los regímenes se debilitan por el desengaño de sufragantes y adeptos. El dilema, cuál de las dos, democracia y dictadura, se torna atractiva para las masas populares. La última sobrevive en países con ingresos per cápita por debajo de 1.000 dólares, no siendo tan estables si el IPC medio oscila entre 1.001/7.000, resultando más consistentes y por encima de 7.000 parecieran más sólidas. También, se escribe que transiciones democráticas son menos posibles en países ricos, como en Singapur, con un IPC de 20.000 dólares.
No es exagerado anotar que en Venezuela, aunque parezca extraño, se hace referencia al índice de prosperidad económica durante la dictadura 1952-1957, adelantada bajo el rubro el «Nuevo Ideal”. Es atrevido decir que sea un anhelo, pero se oye. Sucede lo mismo en lo relativo a “la paz social” de los colombianos bajo Rojas Pinilla, para quien “la más segura base del desarrollo económico son las reformas sociales”. Es como para analizar si en el siglo XX subsista la inquietud por” el gobierno fuerte”, pero democrático. ¿Estarán ambos países en ese trance?
Una verdad incuestionable demanda un análisis objetivo de las democracias formales, calificación atribuible a las de América del Sur y la Central. Grandes esfuerzos han de hacerse para que sean, también, reales. El “eligere rectan” conlleva a quienes nos conducen, pero, también, a aquellos que les elegimos. La responsabilidad es mutua.
En rigor el Foro de Sao Paulo y la Agenda de Puebla coadyuvan a “la comercialización del populismo”. Y los narcoestados desempeñan su papel. Pero la cuestión de fondo pareciera más profunda y el análisis ambicioso. Cuentan que alguien gritó “para qué la libertad, si no tengo un par de botas”.