Según la Guardia Costera de Estados Unidos, de enero a abril de este año aumentó 80% la actividad migratoria en comparación a años recientes. Esto, en la práctica, demuestra la cantidad de personas que intentan huir por mar de la realidad cubana. Así, incluso sin un Castro en el poder, Cuba es hoy una nación sin futuro inmediato. Una nación en ruinas, una nación fallida que no le brinda esperanzas ni garantías a un pueblo que se agarra a la emigración como única salvación.
Cuba es un país de ancianos porque las y los jóvenes no quieren para sus vidas lo que ven hoy en las vidas de sus abuelos, de sus padres y madres: calamidad, escasez, sumisión. La Organización de las Naciones Unidas proyecta que para 2050 la isla perderá un millón de sus 11 millones de ciudadanos a comparación de 2015. Para ese entonces, Cuba será la novena nación con la población más anciana del mundo.
Las proyecciones apuntan que entre 40,000 y 44,000 cubanos se seguirán largando anualmente de la isla durante los próximos años. La mayoría, podemos asumir, seguirán siendo jóvenes y con ellos el país seguirá perdiendo a una parte importante de su población económicamente activa, que es la que genera bienes y servicios. Un país sin jóvenes es un país que avanza sin hoja de ruta hacia ninguna parte. Los jóvenes —y los que no lo son también— que se largan, lo hacen porque no quieren hipotecar el resto de sus vidas en un sistema que los aplasta, que está diseñado para que solo sobrevivan los que están plegados al poder.
Gracias a internet, la oposición y la sociedad civil cubana han ganado visibilidad en los últimos meses. Una sensación de ebullición por el cambio en Cuba se siente en las redes sociales, pero la dura realidad es que, como esa mecha comenzó verdaderamente a prenderse, tomar fuerza y hasta en algunas ocasiones salió a las calles con el Movimiento San Isidro a la cabeza, el régimen decidió apagarla de tajo, como ha apagado desde 1959 todo lo que le huele a peligro para su existencia.
Los jóvenes dejan Cuba a sus espaldas para poder respirar, para escapar a la opresión a la que se ven sometidos por el gobierno, que no solo no deja que sus ciudadanos se expresen libremente o que creen arte, sino que su intransigencia ideológica condiciona hasta la manera de alimentarse y de curarse de todo un pueblo. Un país sin comida, sin medicamentos y sin libertad, es, sencillamente, un país donde nadie quiere vivir.