Desde que las protestas comenzaron en Cuba el pasado 11 de julio, seis generales de alto rango fallecieron en medio del hermetismo oficial, sin que se aclare la causa de sus decesos y con funerales exprés.
Hablamos de Agustín Peña, quien fungía como jefe del estratégico Ejército Oriental, Marcelo Verdecia Perdomo, Rubén Martínez Puente, Manuel Eduardo Lastres Pacheco, Armando Choy Rodríguez y Gilberto Antonio Cordero Sánchez. Todos desaparecidos con una sorprendente regularidad, prácticamente uno cada dos días. La Parca ha estado blandiendo su guadaña con cronómetro.
Algún tuitero de la isla señaló, con negra ironía, que la pandemia debía estar terrible para afectar de esa manera al alto mando.
De lo que “no tenemos pruebas, pero tampoco dudas”, es de que en Cuba se esté desarrollando una purga militar silenciosa, contra quienes podrían eventualmente movilizarse para detener la brutal represión contra la población civil y tal vez impulsar algún tipo de apertura democrática.
Los precedentes no faltan en la isla y hasta se podría decir que la purga es parte del know-how del castrismo. De su experticia.
En 1989, en pleno proceso de derrumbe del socialismo real, Fidel Castro tomó medidas para neutralizar a los potenciales perestroikos caribeños, fusilando a varios de los oficiales de mayor renombre, como el general Arnaldo Ochoa y el coronel Tony de la Guardia. Las excusas fueron alta traición y narcotráfico, obviando que las operaciones en este último rubro habían sido un encargo de Estado, como parte de la “lucha antiimperialista”.
Claro que esta tecnología de la seguridad revolucionaria puede remontarse a Stalin y sus procesos de Moscú, que purgaron a casi toda la cúpula bolchevique —Kamenev, Zinoviev y Bujarin incluidos— dejando al “Padrecito” como amo único del partido.
En aquellos tiempos los procesos se filmaban, tanto para el regodeo como para la intimidación, mientras que en las purgas del siglo XXI parecen predominar el sigilo y la vergüenza.
Decir que “hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”, como lo hiciera Ernesto Guevara de la Serna, ya no resulta tan admisible. Eso dejaría sin discurso a los aliados de terciopelo, como López Obrador, Pedro Sánchez o Alberto Fernández.
Mientras tanto, ¿qué propone la disidencia cubana? Manuel Cuesta Morúa, líder del Arco Progresista, a quien conocí en el Oslo Freedom Forum del 2019, le dijo hace unos días a Andrés Oppenheimer que la comunidad internacional debería “elevar el estatus” de la oposición interna y convertirla en un interlocutor clave. Apoyándola además con un recurso fundamental: conectividad.
Por su parte, Rosa María Payá ha reclamado un mayor compromiso de la Unión Europea para una salida de la dictadura y propuso la aplicación de los “Principios de Sullivan”, empleados en su momento contra el apartheid sudafricano, para que las grandes empresas privadas que negocian con el régimen deban enfrentar la responsabilidad social negativa que conlleva cooperar con el despotismo.
Agregaremos que también sería importante que, desde los organismos internacionales pertinentes, se promueva una investigación independiente sobre la misteriosa epidemia de fallecimientos entre los generales cubanos.
Fuente: PanamPost