En diciembre de 1985, Ronald Reagan dijo en su discurso radiofónico semanal que «Nicaragua era una nación prisionera… condenada por un dictador con gafas de diseñador». Reagan se refería a Daniel Ortega, uno de los líderes del movimiento sandinista y, en ese momento, el primer presidente elegido de la nueva Nicaragua democrática. Ortega visitó las Naciones Unidas (en Nueva York) en la celebración de su aniversario y fue duramente criticado por su visita a una óptica del Upper East Side, donde supuestamente gastó más de 3.500 dólares en lentes de sol de diseñador (unos 9.228.68 dólares de 2022).
Por aquel entonces, Nicaragua era el escenario de una de las guerras indirectas de la Guerra Fría. Daniel Ortega era un firme partidario del comunismo, de la URSS y de la Cuba de Fidel Castro. En la década de 1980, tanto bajo el mandato de Carter como de Reagan, el gobierno estadounidense financió a «los Contras», grupos rebeldes que se oponían a la Junta Sandinista de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que sustituyó a una dictadura dinástica de cuarenta y tres años.
Casi 40 años después, en enero de 2022, Ortega se aseguró otro mandato, que durará hasta 2027. Para entonces, Ortega habrá estado en el poder durante quince años consecutivos y 26 años en total.
¿Cómo se ha mantenido Daniel Ortega en el poder durante tanto tiempo? A la luz de la reciente victoria electoral de Ortega, ¿es acertada la caracterización que hizo Reagan de Ortega como «dictador» de «una nación encarcelada» en la actualidad?
Para responder a estas preguntas, veamos un poco más de historia y luego algo de filosofía política.
El regreso de Ortega
Tras perder las elecciones en 1990, 1996 y 2001, un Ortega más pragmático y favorable a los grandes negocios volvió a la presidencia en 2007.
En ese momento, la Constitución nicaragüense prohibía la reelección consecutiva y limitaba a los presidentes a dos mandatos. En 2009 un fallo de la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua le permitió a Ortega presentarse a la reelección, que ganó en 2011. En 2013, Ortega propuso una reforma constitucional que fue aprobada por la Asamblea Nacional (con mayoría sandinista) permitiendo la reelección indefinida con mayoría simple. Luego ganó las elecciones de 2016.
En 2018, el país se vio sacudido por protestas contra el gobierno. El ejército y la policía de Ortega respondieron con fuerza extrema. El régimen ordenó a los médicos negarle los servicios de salud a los estudiantes universitarios que resultaron heridos en las protestas. Según un informe de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de 2019, 328 murieron, 3 desaparecieron, 130 fueron encarcelados y 88.000 nicaragüenses se exiliaron como consecuencia de las protestas.
A partir de ese momento, la represión se hizo más fuerte. Durante las elecciones de 2021 fueron encarcelados más de 40 disidentes políticos, entre ellos siete candidatos de la oposición que eran fuertes aspirantes a desbancar a Ortega. Como era de esperarse, Ortega «ganó» con el 75 % de los votos (la cuarta parte restante se repartió entre otros candidatos aprobados por Ortega). El 80 % de los votantes con derecho a voto se negaron a presentarse a las elecciones amañadas. Una encuesta de CID Gallup mostró que el 65% de los ciudadanos prefirió votar por un candidato de la oposición.
Ortega también censuró a la prensa y nacionalizó cinco universidades privadas, consolidando aún más su poder.
Teniendo en cuenta esta historia, ¿es el gobierno de Daniel Ortega legítimo, como afirman sus partidarios, o es una dictadura o una tiranía, como dijo Reagan y coinciden los opositores de Ortega?
Para resolver esto de manera racional e imparcial, primero deberíamos definir nuestros términos. ¿Qué es una tiranía? ¿Qué hace que un gobierno sea justo o injusto?
Para arrojar luz sobre estas cuestiones, recurramos a uno de los filósofos del gobierno más influyentes de la historia del mundo: John Locke (1632-1704).
Según Locke, el papel adecuado del gobierno es de servicio público. El gobierno debe ser «para el pueblo». Por tanto, cualquier gobernante que se sirva a sí mismo en lugar de al público es un tirano. Como escribió Locke en su Segundo Tratado de Gobierno:
«La tiranía es hacer uso del poder que cualquiera tiene en sus manos, no para el bien de los que están bajo él, sino para su propio beneficio privado y separado».
Esto no significa que el gobierno pueda hacer lo que quiera mientras «sea para el bien del pueblo». Según Locke, el mandato del gobierno se limita estrictamente a proteger la libertad del pueblo. Cualquier gobierno que viole sistemáticamente la misma libertad que debe proteger es también una tiranía.
Locke creía que cuando un gobierno se comportaba como una tiranía, los gobernados tenían el derecho legítimo de destituir y sustituir a ese gobierno. Se preguntaba retóricamente:
«…¿qué es mejor para la humanidad, que el pueblo esté siempre expuesto a la voluntad ilimitada de la tiranía, o que los gobernantes estén a veces expuestos a la oposición cuando se vuelven exorbitantes en el uso de su poder, y lo emplean para la destrucción, y no para la preservación, de las propiedades de su pueblo?»
En 1688, durante la Revolución Gloriosa, John Locke apoyó el derrocamiento del rey Jacobo II. Escribió un tratado que justificaba esta acción radical, argumentando que incluso los reyes son meros «fideicomisarios» encargados por el pueblo de defender su libertad. Si el gobierno abusa de esa confianza, la administración del poder puede y debe ser revocada. «El pueblo», insistió Locke, «será el juez».
En otras palabras, el pueblo debe juzgar si su gobierno defiende adecuadamente su libertad. Basándose en ese juicio, tiene derecho a deponer cualquier tiranía; y por tanto, cualquier gobernante que niegue al pueblo ese derecho aferrándose al poder es, sin duda, un tirano.
Sigue siendo un tirano
Ahora que sabemos en qué consiste una tiranía, consideremos si Daniel Ortega se ajusta a ella.
¿Deja Ortega que el pueblo juzgue por sí mismo si se le debe confiar la defensa de su libertad? No. Al manipular el proceso electoral y reprimir violentamente la disidencia, les está quitando esa opción.
Al manipular el sistema político, también se está sirviendo a sí mismo y a su camarilla de poder en lugar de servir a los ciudadanos.
Y al violar las libertades civiles, está despreciando el único propósito legítimo del gobierno: proteger la libertad.
Bajo estos tres aspectos, el régimen de Daniel Ortega es una tiranía «de manual», según la filosofía política de John Locke, el hombre que literalmente escribió «el libro» sobre la tiranía.
Y como todas las tiranías, la de Ortega está haciendo que la gente huya en masa. Casi 170.000 nicaragüenses abandonaron el país en 2021, la mayor cifra desde que la crisis sociopolítica y económica se intensificó en 2018. Según una encuesta de CID Gallup presentada por El Confidencial, el 65% de los encuestados tiene intención de emigrar. Casi una sexta parte de la población total de Nicaragua ha salido del país.
En los años transcurridos desde 1985, Ortega ha dejado atrás sus gafas de diseñador y su retórica comunista, pero ha seguido practicando la opresión característica de todos los regímenes comunistas a lo largo de la historia. Ortega ha utilizado su poder para manipular el sistema político y mantenerse como presidente del país. Aunque haya elecciones, los ciudadanos no pueden elegir una opción de verdadera oposición para escapar de la tiranía. Algunos nicaragüenses están emigrando, haciendo lo que no pueden hacer a través del sistema político: elegir otro gobierno que les sirva mejor.
Reagan tenía y sigue teniendo razón: Ortega es un dictador y Nicaragua es un país prisionero. Incapaz de sacudirse la tiranía de Ortega, el pueblo nicaragüense organiza una fuga.
Fuente: PanamPost