Las piezas del ajedrez bélico en el Este de Europa se han reacomodado. En un primer momento, la ofensiva rusa contra Ucrania –lanzada con el pretexto de “desmilitarizar y desnazificar”, según los portavoces del Kremlin– incluía los frentes de Donbás (este), Kiev (norte) y Járkov (noroeste).
Pero las contingencias de las confrontaciones militares y la resistencia del Ejército ucraniano llevaron a los políticos de Moscú a concentrar toda su artillería en Donbás, una región en buena parte controlada por fuerzas separatistas prorrusas.
Y al igual que los combates, la retórica rusa no ha perdido un gramo de beligerancia, a pesar de las críticas y las sanciones de la Unión Europea y los Estados Unidos a las maniobras del gobierno liderado por Vladimir Putin.
Este martes, el presidente Putin cargó de nuevo al restarle importancia a las denuncias de violación de los derechos humanos y al calificar de “noble y clara” la ayuda que le presta a las zonas de Ucrania bajo el poder de los separatistas.
“Nuestros oficiales participan en una operación militar especial en Donbás, en Ucrania, donde ofrecen su ayuda a las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Actúan con valentía, de manera competente, y utilizan eficazmente las armas más modernas”, dijo Putin en una visita oficial al cosmódromo Vostochni (frontera con China), en compañía de su homólogo bielorruso, Aleksandr Lukashenko.
Donbás tiene un valor de primer orden en la geopolítica de la región. Dividida en Donetsk y Lugansk, marca la frontera con Rusia y ofrece una salida estratégica al mar Negro y, por ese camino, comunica con el Mediterráneo (y por extensión con el resto de Europa).
Además, cuenta con enormes potencialidades de recursos naturales y constituye un importante enclave para la producción industrial de acero y carbón. A pesar de que la guerra se desató el 24 de febrero pasado, la disputa por Donbás se conecta con las fisuras nacionalistas propiciadas por el fin de la Unión Soviética.
En dicho contexto se conoció el nombramiento del general ruso Aleksandr Dvornikov al frente de las operaciones en Ucrania. Al igual que Putin, Dvornikov pertenece a la generación que asistió desde adentro al desmoronamiento de la Unión Soviética.
Dvornikov se unió al Ejército en 1978, tres años después de que Putin ingresara a la KGB. Y ha participado en las dos grandes guerras desatadas en la era Putin: la de Chechenia y el apoyo al régimen de Bashar al-Assad contra los rebeldes que pretendían derrocarlo. En ambos escenarios, Dvornikov aplicó una férrea política de bombardeos y de tierra arrasada: lo hizo hasta el grado de ganarse el apodo de “el carnicero de Siria”.
Este experimentado estratega deberá medir pulso con el general del ejército ucraniano Valery Zaluzhny, llamado en su pueblo natal “el Indestructible”. Zaluzhny encarna una generación de militares ucranianos educada sin la influencia soviética –forma parte de las Fuerzas Militares desde 1997– y que combate a los separatistas rusos desde 2014. Una de sus declaraciones a la prensa da a entender la dimensión del fragor de las batallas. Al hablar de los preparativos para la llegada de los rusos dijo: “Los recibiremos no con flores, sino con stingers y javelins. Bienvenidos al infierno”.
Un momento clave en esta cronología bélica se dio en marzo de 2014, fecha en la que Rusia se anexionó la península de Crimea. Ese mismo año el Kremlin respaldó las consultas en Donetsk y Lugansk para independizarse de Ucrania. Desde entonces, según la diplomacia de Occidente, Rusia ha mantenido a fuego lento las intentonas de los separatistas ofreciéndoles armas y apoyo económico.
Esto, por supuesto, gestó en Ucrania un fuerte espíritu antirruso, otras de las razones esgrimidas por Putin para darle una pátina de legitimidad a la invasión: “Ucrania, por desgracia, ha comenzado a convertirse en un punto de apoyo antirruso. Los brotes de nacionalismo que había allí desde hace mucho tiempo han comenzado a crecer. El neonazismo, por desgracia, se ha convertido en un aspecto relevante de un país bastante grande cercano a nosotros”, dijo el mandatario ruso.
Las alusiones al nazismo no son gratuitas: para el pueblo ruso la derrota de las tropas alemanas en la Segunda Guerra Mundial es uno de los hitos de su país en el siglo XX, quizá de la misma magnitud que el derrocamiento de los zares en la revolución de 1917. En otras palabras, Putin sabe muy bien cuáles teclas presiona para elevar el espíritu ruso.
Fuente: El Colombiano