El grado de aprobación de la Administración de Joe Biden, bajo mínimos y a la baja desde hace meses, empieza a ser un lastre demasiado pesado para el Partido Demócrata, que el próximo 6 de noviembre puede verse abocado a una debacle sin precedentes en las elecciones legislativas que servirán para renovar un tercio del Senado, la totalidad de la Cámara de Representantes y, además, elegir 36 gobernadores y parlamentos estatales. Unos comicios que, de confirmar el malestar general entre los estadounidenses, dejarían al inquilino de la Casa Blanca atado de pies y manos frente al Legislativo y la mayoría de los estados.
El promedio de las últimas cuatro encuestas de alcance nacional muestra un índice de aprobación del actual inquilino de la Casa Blanca de un 39%, mientras que sitúa su grado de desaprobación en el 55%. Es decir, ni siquiera cuatro de cada 10 consultados valoran de manera positiva su gestión, al tiempo que más de la mitad la suspenden. Estos datos vuelven a poner de manifiesto un estado de ánimo estable más que puntual y una tendencia a la baja en comparación con las cifras de marzo, que mostraron un 40% de aprobación y un 54 % de desaprobación, y las de mediados de enero, que arrojaron un 41-54.
La opinión pública también confirma que el rebote de popularidad que, según algunas casas demoscópicas, supuso para Biden su Discurso sobre el Estado de la Unión de principios de marzo fue una variación temporal, sin efectos a largo plazo.
Cuando faltan apenas 200 días para las elecciones, son escasos los motivos para esperar una mejora del índice de aprobación de quien teóricamente es el presidente más votado de la historia de los Estados Unidos. Lo razonable, en cambio, es pensar que la popularidad de Biden mantenga su tendencia a la baja. Así lo contemplan en el Partido Demócrata, conscientes de que los resultados de las llamadas mid-term estarán directamente relacionados con la popularidad, o más bien la impopularidad, de su principal activo político.
Hasta los comicios de 2018, la pérdida de escaños para el partido del presidente cuando su índice de aprobación se ha situado por debajo del 50% fue de 37 escaños de media en la Cámara Baja. Así, en noviembre de 1994, cuando los republicanos obtuvieron una ganancia neta de 54 escaños y recuperaron la mayoría en la Cámara, el índice de aprobación de Bill Clinton era del 46%. De igual modo, en 2010 los republicanos ganaron 63 escaños y volvieron a recuperar el control de la Cámara, con el grado de aprobación de Barack Obama situado en el 45%.
En 2020, sin embargo, con Donald Trump en la Casa Blanca y prácticamente todos los medios de comunicación en permanente campaña de acoso y derribo contra él, el Partido Republicano pasó de 200 a 213 miembros de la Cámara de Representantes, mientras que los demócratas, pese a no sufrir el desgaste de gobernar el país, vieron reducido el tamaño de su grupo parlamentario de 235 a 222 escaños, aunque mantuvieron la mayoría liderada por Nancy Pelosi.
Ahora, con la inflación en máximos de medio siglo, cuando la reciente extensión de la obligatoriedad del uso de mascarillas en los aviones ya es vista como un motivo de mofa, el papel de los Estados Unidos respecto a la guerra en Ucrania produce más vergüenza que orgullo entre la ciudadanía y, sobre todo, la merma de las facultades mentales del inquilino de la Casa Blanca se hace más evidente cada día, su índice de aprobación se sitúa muy por debajo de los de sus predecesores demócratas, cuando los republicanos sólo necesitan una ganancia neta de cinco escaños para recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes.
Los números de Biden y, en consecuencia, las expectativas del Partido Demócrata de cara a las mid-term empeoran cuanto más se profundiza en los datos de las encuestas. El porcentaje de adultos que aprueban firmemente su gestión es de un 18%, mientras que el 43%, más del doble, lo desaprueba firmemente. La brecha es importante, y también la firmeza en la afirmación de cara a las elecciones de noviembre, en las que históricamente participan los votantes más comprometidos o preocupados.
Lo que suele ser una reválida para el partido en la presidencia, va camino de suponer una drástica pérdida de poder para los demócratas, siempre y cuando no ocurra lo mismo que en las últimas elecciones presidenciales… unos hechos que ciertamente se dieron, como evidencia cada día la impopularidad del presidente más votado de la historia, y cuya repetición es imposible descartar.
Fuente: La Gaceta de la Iberosfera