Después de tres meses de una guerra no declarada y no provocada de la Federación Rusa contra el pueblo y gobierno de Ucrania, se hace cada vez más evidente que un retorno a las posiciones de las fuerzas beligerantes antes del inicio de las hostilidades, en 24 de febrero, sería un paso decisivo para lograr una paz justa y necesaria en el este de Europa. En contraste con otras campañas militares rusas, como las observadas en Georgia, Crimea o Siria, en esta oportunidad es claro que no hubo una inmediata derrocada y rendición político-militar del gobierno de Kiev. Tampoco hubo “liberación” del vecino – con las posibles excepciones de lo visto en ciertos territorios de las orientales provincias de Donetsk y Lugansk. En general, es evidente que los ucranianos han tomado la decisiva y dramática decisión de luchar por la soberanía e independencia de su país, e intentar expulsar a fuerzas invasoras.
Evidentemente, la campaña militar, en general, y la determinación de resistir a la agresión extranjera, en particular, han representado altísimos costos humanos y materiales para ambos contendientes. Del lado ucraniano, delante de una intervención militar externa y del desequilibrio de las fuerzas preexistente, se ha implementado una estrategia fundamentalmente defensiva. Hasta el momento, ello posibilitó la expulsión de unidades rusas al norte de la capital y de Kharkov. También, a pesar de la reciente caída de Mariúpol, se ha constatado cierta estabilización de los teatros de operaciones en el este y sur del país. Infelizmente, en el interludio, los defensores de su país han tenido que convivir con no pocos casos de atrocidades y crímenes de guerra, con la destrucción de infraestructura económica y social, con millones de desplazados y refugiados, y con enorme sufrimiento psicológico especialmente entre no combatientes – mujeres, infantes y ancianos. Igualmente, según fuentes que gozan de credibilidad, la campaña militar rusa ha provocado costos financieros superiores a los 300.000 millones de dólares y la desestructuración del sistema económico de Ucrania. En suma, ha sido una dolorosa experiencia colectiva para un Estado internacionalmente reconocido.
En medio de ese conflicto bilateral ruso-ucraniano, desde febrero hubo una vigorosa reacción de la comunidad internacional. La mayoría de los actores estatales y no estatales se ha pronunciado en favor del derecho internacional y de las reivindicaciones de Kiev. Ello ha sido bastante claro en algunas decisiones del sistema de Naciones Unidas. Inversamente, hubo escepticismo y repulsa en contra de la agresión impulsada por el gobierno de Moscú y por sus más estrechos aliados y clientes – incluyendo al gobierno de Bielorrusia y fuerzas separatistas prorrusas. Conviene subrayar que, con pocas y por veces paradojales excepciones, ese patrón de conducta e identidad internacional esencialmente favorable a Ucrania ha sido replicado en la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños, así como del Sur Global.
Paralelamente, y quizás como consecuencias no programadas o deseadas, la campaña militar de las fuerzas armadas rusas ha provocado reacciones en muchas otras capitales del planeta. Ello ha incluido el ofrecimiento de buenos oficios de numerosos actores internacionales para buscar una salida pacífica a la crisis. También es posible verificar la virtual “desfinlandización” de Finlandia y Suecia, el rearme de Alemania y otros países, la recomposición de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y las crecientes tensiones ruso-estadounidenses. Asimismo, ha sido posible constatar afinidades electivas y comprensión hacia la decisión del gobierno de Vladimir Putin en Pekín, la imposición de pesadas sanciones económicas –tanto comerciales como financieras y comunicacionales– de países occidentales a Rusia. Adicionalmente, pero no menos importante, se han destacado las fuertes divergencias culturales y religiosas entre líderes eslavos, la interrupción del diálogo intercivilizacional, y una virtual suspensión de la cooperación científica, técnica y deportiva internacional principalmente con relación a las fuerzas agresoras.
Desde la perspectiva de los estudios e investigaciones en seguridad internacional y cuestiones estratégicas contemporáneas, tales acontecimientos sugieren la existencia de un proceso de recomposición del sistema internacional. Desde un punto de vista académico, la guerra en Ucrania también ha generado un impacto significativo en lo concerniente al devenir de las principales teorías de Relaciones Internacionales, tal es el caso del neorrealismo, del liberalismo analítico, del constructivismo, entre otras. Consecuentemente, numerosos analistas han llegado a afirmar que se trata de uno de los acontecimientos más importante desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 a los Estados Unidos y eventos subsecuentes.
Viéndolo desde la perspectiva del conjunto de los países latinoamericanos, en cuya experiencia histórica no faltaron casos de resistencia y oposición a envestidas imperialistas fundamentalmente semejantes a las actualmente observadas en el este de Europa, lo ideal seria una salida negociada del conflicto. Ese sería el cometido en el que han trabajado líderes de la ONU, del Vaticano, de Turquía, de Israel y de otros países, instituciones y agentes con vínculos e intereses directos en el conflicto. Sea como fuere, lejos de aceptar una humillante rendición y sumisión de Ucrania a los designios de Moscú, tal negociación debería preservar la soberanía, seguridad, libertad e integridad territorial de las partes. Así las cosas, el retorno a la situación del status quo ante bellum sería, salvo mejor interpretación, un paso decisivo en la resolución de este atroz, ultrapasado y espurio conflicto.
Un esfuerzo para atender a las reivindicaciones etnopolíticas de grupos prorrusos podría ser eventualmente realizado procurando atender a las demandas de creciente autonomía dentro del Estado ucraniano. La cuestión de Crimea podría ser resuelta, por ejemplo, mediante un intercambio de territorios – en lugar de la simple anexión de la península y de su zona económica exclusiva a la Federación Rusa. Y garantías de seguridad internacional equivalentes, recíprocas y mutuamente aceptables podrían ser intercambiadas entre los gobiernos en cuestión. Queda por verse quién pagará la cuenta por la masiva e insensata destrucción de la economía ucraniana, por el enorme sufrimiento psicosocial impuesto a su población, y por los reacomodamientos generados en el orden internacional regional y global.
Fuente: El Nacional