La noche antes de que liberaran bajo fianza a Jonathan Torres Farrat, 17 años, en Cuba, uno de los 56 menores de edad que han pasado por las cárceles del régimen tras las protestas ciudadanas del 11J, Bárbara Farrat Guillén, su madre, conversaba conmigo sobre el calvario que le ha tocado sufrir en los últimos diez meses.
Estábamos en la pequeña terraza de su precaria vivienda ubicada en la Calzada de Diez de Octubre, a una cuadra de la Esquina de Toyo, donde ocurrieron violentos enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas policiales. Bárbara desconocía que a la mañana siguiente las autoridades iban a excarcelar a Jonathan.
Ella y Orlando, su esposo, charlaban de cómo habían cambiado sus vidas tras los sucesos del domingo 11 de julio de 2021.
El testimonio
“La crueldad de este gobierno no tiene límite. Desde que mi hijo está en prisión, la Seguridad del Estado y los inspectores que supervisan el trabajo por cuenta propia buscan cualquier pretexto para que yo no pueda vender maní y mi esposo reparar cocinas. Ellos saben que es nuestra única entrada de dinero. Pero no me van a doblegar. No les tengo miedo”, dijo Bárbara. Era miércoles 25 de mayo. Faltaban cinco días para el juicio de Luis Manuel Otero Alcántara y el rapero Maykel ‘Osorbo’ Castillo.
Bárbara recordó que “todo empezó con Luis Manuel. Sin las denuncias y valentía de esos muchachos de San Isidro probablemente no hubiera sucedido la protesta del 27 de noviembre de 2020 frente al Ministerio de Cultura ni las manifestaciones del 11 de julio. Luis Manuel, Maykel y la canción Patria y Vida fueron el detonante”.
Antes del 11 de julio de 2021, Bárbara, como la mayoría de los cubanos, intentaba sobrevivir en las duras condiciones del estrafalario socialismo isleño, vendiendo maní garapiñado en la Calzada de Diez de Octubre. “No me metía en política. Yo era una simple manisera”, confiesa.
Quiénes son los que se oponen
Bárbara Farrat no era diferente a las madres, esposas, hijas y hermanas de los opositores encarcelados durante la Primavera Negra (oleada de arrestos masivos contra opositores) de 2003 por órdenes expresas de Fidel Castro. De esas injustas sanciones nacieron las Damas de Blancos, grupo conformado por mujeres que nunca habían disentido públicamente del régimen y que después, gracias a sus marchas de protesta con gladiolos en las manos, propiciaron la libertad de los 75 opositores pacíficos sancionados a largas condenas.
Las Damas de Blanco, el Movimiento San Isidro y los presos del 11J tienen un denominador común: determinadas circunstancias los forzó a protestar contra la dictadura.
Otero y ‘Osorbo’ nacieron en barriadas marginales a pocos kilómetros una de la otra. Otero, 33 años, en El Pilar, municipio Cerro, y ‘Osorbo’, 38 años, en San Isidro, municipio Habana Vieja. Se suponía que los dos, mulatos y pobres, debían ser ‘hijos de la revolución’. Futuros ‘hombres nuevos’ que habían recibido una educación gratuita, altamente doctrinaria y cuando eran niños, en las escuelas los hacían corear, gritar “pioneros por el comunismo, seremos cómo el Che”.
Nunca se les pidió su opinión a Luis Manuel y Maykel. Tampoco se la pedían al resto de los jóvenes de a pie. El régimen tomaba las decisiones por todos los cubanos. Si los planes fracasaban, la culpa recaía en el embargo comercial de Estados Unidos, ‘la escoria’ [cubanos desertores o quienes se van del país] o los llamados mercenarios y contrarrevolucionarios, supuestamente pagados por el imperio.
La revolución de Fidel Castro siempre fue una puesta en escena. Funcionaba en teoría y en los noticieros de televisión. Presentaba sólidos argumentos como la justicia social, afirmaba que los medios de producción eran del pueblo y que el sistema fue diseñado por los humildes y para los humildes. Pero la realidad es otra.
La otra cara
Mientras la familia Castro contaba con cuarenta residencias en Punto Cero, una zona militarizada, en un reparto exclusivo de la otrora burguesía cubana, al oeste de La Habana, y en la cual no faltaba desde un cine privado hasta una fábrica de helado, la madre de Luis Manuel o la abuela de Maykel debían hacer colas para comprar tres juguetes por la libreta de racionamiento o un par de zapatos plásticos, una vez año. Luisma, como le dicen sus allegados, ayudaba en su casa vendiendo ladrillos a tres pesos.
En la primera entrevista que concedió Otero a este reportero, el joven artista recordaba que durante el ‘Período Especial’ [etapa de escasez total y cortes de electricidad que sobrevino en Cuba tras la desaparición del socialismo en Europa del este], siempre estaba con hambre. “Los calderos estaban vacíos. La comida era muy poca. Tenía solo un par de zapatos horribles que utilizaba para ir a la escuela y para salir”.
Los opositores de hoy
Si las primeras generaciones de opositores cubanos estuvieron conformadas por profesionales ilustrados, la actual generación disidente la conforman personas humildes que alzan sus voces décadas después de sentirse estafados por la propaganda política de la dictadura. Ninguno se propuso ser opositor. Fueron empujados por determinados acontecimientos como la detención de sus esposos, padres, hijos o hermanos, en los casos de las Damas de Blanco y los familiares de manifestantes del 11 de julio.
Los que salieron a protestar el 11J estaban hartos de las penurias, los apagones, las colas, la falta de comida, la mala atención sanitaria y los pésimos servicios públicos, pero cuando espontáneamente salieron a las calles, sus demandas fueron más allá. Reclamaron Libertad y Democracia.
Luego de que, desde junio de 2014, el régimen permitió la navegación en internet, esta nueva ola de ciudadanos disidentes comenzó a contrastar las informaciones en la red de redes. Los cubanos han ido perdiendo el miedo y se han ido quitando la venda que los mantenía callados. En voz alta se quejan en las paradas de ómnibus, en las colas y en los taxis colectivos. Es un frente de resistencia en formación. Todavía no tienen un proyecto ni una estrategia. No han surgido líderes. Descargan sus frustraciones a través de directas de Facebook y comentarios críticos contra el régimen en las redes sociales.
Pero cuando usted conversa con manifestantes del 11 de julio, suelen mencionar a Luis Manuel Otero y a Maykel ‘Osorbo’. Son un símbolo. Luis Manuel por sus reiterados ‘performances’ artísticos contra el gobierno y Maykel por la sonada protesta callejera en abril de 2021 en San Isidro y su participación en la canción Patria y Vida, ganador de dos Grammy latinos y que se ha convertido en un auténtico himno.
Movimiento en ciernes
El castrismo y su policía política conocen la fuerza de lo pequeño. Fidel Castro comenzó la guerra de guerrillas contra Fulgencio Batista con 82 hombres. Los diferentes grupos clandestinos del Movimiento 26 julio, que utilizaron tácticas que hoy serían consideradas terroristas, como secuestros de aviones, ajusticiamientos o poner bombas en cines y lugares públicos, no superaban las 500 personas en todo el país.
Cuando Fidel Castro entró en La Habana el 8 de enero de 1959, sumando los combatientes del Ejército Rebelde, los pícaros de ocasión y la unión de otras fuerzas políticas como el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular, en su totalidad no llegaban a 5.000 personas.
La revolución cubana no fue una sublevación de masas, aunque posteriormente contó con un amplio apoyo popular. Según un funcionario municipal del partido comunista, en las manifestaciones callejeras del 11 de julio, en más de 50 localidades de la isla, participaron alrededor de 100.000 personas, jóvenes en su inmensa mayoría.
Las sanciones a los cerca de 1.000 arrestados por las protestas del 11J han sido ejemplarizante. Y es probable que las condenas contra Otero y ‘Osorbo’ también lo sean. La dictadura utiliza todas las herramientas intimidatorias posibles para quebrar a Luis Manuel y a Maykel: asesinar la reputación de ambos y presionarlos para que emigren.
No quieren símbolos que alienten el descontento de la población. Deben estar encarcelados. No importa que sean inocentes. Saben que todo empezó en San Isidro.
Fuente: Diario Las Américas