Se ha repetido hasta la saciedad que Pedro Sánchez ha convertido el PSOE en una suerte de Partido Sanchista. Desde su segunda toma del poder partitocrático en 2017, Sánchez ha conseguido eliminar (políticamente) a todo aquel que pudiera hacerle la más mínima sombra en el partido; especialmente Susana Díaz. Pero moldear el partido a su antojo es únicamente la punta de lanza de una forma de hacer política que, pese a sus circunstancias y características propias, no deja de ser una forma de socialismo.
La primera característica definitoria del sanchismo es su control de los medios de comunicación. No es que únicamente el Partido Socialista haya llegado a un punto de control sobre los medios de comunicación estatales (RTVE y Agencia EFE) que no tenga parangón en la historia del presente periodo democrático, sino que, además, ha llevado a la oposición a una situación de puro arrinconamiento en el sector privado. Encontrar un periodista que sostenga una opinión mínimamente contraria a cualquier política del gobierno en una televisión generalista resulta un ejercicio de enorme dificultad. Ahí tenemos a Albert Castillón, periodista de Antena 3 despedido del programa matinal por leer una declaración durante una manifestación conjunta de la oposición en la Plaza de Colón. Los medios de comunicación críticos con el gobierno han quedado en alguna radio, algún digital y podcast o canales de YouTube. Absolutamente nada parecido a un Tucker Carlson español.
La segunda característica del Partido Sanchista sería su ataque, por no hablar de claro menosprecio, a los derechos fundamentales de los ciudadanos. El gobierno de coalición ha pilotado durante 2020 el mayor ataque a la libertad individual en décadas, con la constatación de un ilegal arresto domiciliario contra cuarenta y siete millones de españoles. Este ataque a los derechos fundamentales se vio rápidamente contrarrestado por algunas autonomías, especialmente Galicia, Comunidad Valenciana y Andalucía, con la cooperación necesaria de las salas de lo contencioso-administrativo de sus correspondientes tribunales superiores de justicia. Posteriormente, repetidas sentencias del Tribunal Constitucional han determinado la ilegalidad de los confinamientos generalizados, así como de las medidas de acceso a establecimientos y no digamos ya de los toques de queda dictados por aprendices de dictadores en algunas regiones.
Un corolario de esto es la situación de la seguridad ciudadana. Algunas ciudades y barrios españoles, especialmente Barcelona, están experimentando problemas de seguridad ciudadana que ya hemos observado en Francia o Bélgica, por citas algunos casos más conocidos. La respuesta ha sido la táctica del avestruz: esconder la cabeza sin atacar el problema de frente. Mientras tanto, la degeneración de ciertas ciudades sigue su curso, aunque bien es cierto que la política municipal tiene más que ver.
En cuanto a la política exterior, el sanchismo pasa por la asunción de cualquier política contraria a los intereses españoles sin siquiera pasar por el legislativo. Ahí tenemos el ejemplo del Sahara Occidental. Medio siglo de política exterior que no ha variado con ningún gobierno cambia de un día para otro sin que siquiera el presidente del gobierno lo consulte con sus propios socios. Ni el más mínimo resquicio puede escapar a la acción del sanchismo. No puede dejarse alguna votación de tal envergadura a un legislativo en el que no cuenta con la mayoría. Esperemos que algún día sepamos todos los detalles de semejante cambio en algo tan fundamental y que choca de frente con el propio programa electoral socialista.
En educación, especialmente en el ámbito universitario, la situación se agrava con el tiempo. Frente a unas universidades privadas que están comiendo la tostada a pasos agigantados a las estatales, el gobierno reacciona aumentando los requisitos para la creación de nuevas universidades y la acreditación del profesorado. Esta labor se realiza con la convicción de que las universidades privadas no podrán admitir exenciones para investigación tan enormes debido a que sus ingresos provienen, casi de forma exclusiva, de las matrículas de sus estudiantes. No es posible para una universidad privada descuidar la docencia si quiere sobrevivir.
Por último, el que puede que sea el rasgo más distintivo del sanchismo pase por el control de todas las instituciones estatales. No se trata únicamente de ocupar de manera mayoritaria el ejecutivo, con sus carteras más importantes. Los medios de comunicación, el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional, el Bando de España, el Instituto Nacional de Estadística, el Consejo General del Poder Judicial y la Fiscalía tienen que ser correas de transmisión del partido. No puede existir la más mínima discrepancia o independencia. Bien es cierto que todos los gobiernos han intentado colonizar las instituciones en cierto grado, pero la característica fundamental del sanchismo es el nivel al que se ha llegado y la complacencia de los medios de comunicación para justificarlo.
En resumen, el poder del sanchismo va poco a poco acaparando medios e instituciones, no sólo durante el tiempo que estén en el gobierno, sino — y esto es lo más relevante— para las situaciones en las que no ostenten el poder. Habrán tejido para entonces una red de pleitesía y sumisión que será muy difícil desenredar. ¿Un gobierno presidido por Núñez-Feijóo capaz de deshacerlo? Permítanme que lo dude.
Fuente: Panampost