El fuego que envolvió esta semana a Jalisco y Guanajuato es una muestra de lo que le espera al gobierno cuando toma acciones para arrestar a un importante líder criminal.
México es gobernado por un pirómano. El fuego será uno de los símbolos más recordados de la actual administración federal. Andrés Manuel López Obrador ejecuta la destrucción como parte de lo que considera es una transformación, pero además están los numerosos incendios que causa tanto por su actuar como por una criminal pasividad.
El fuego también como símbolo de advertencia por parte del crimen organizado. La mejor prueba de que la respuesta que recibirá el Presidente, cuando haga algo que no guste a los capos, son las brasas, no los abrazos que tanto les ofrece el tabasqueño. Ese tigre del que tanto habló AMLO durante su eterna campaña no es el pueblo que se rebela, son los criminales a los que concedió inmenso poder.
Es el fuego que envolvió esta semana a Jalisco y Guanajuato, una muestra arrogante de lo que le espera al gobierno cuando toma acciones como es arrestar a un importante líder criminal. Fue una pequeña repetición del famoso ‘culiacanazo’ que doblegó en cuestión de horas al inquilino de Palacio Nacional.
Porque ha quedado fehacientemente demostrado: López Obrador se rinde, y rápido, ante quien percibe más fuerte, sea dentro o fuera del país. Como dijo Donald Trump en semanas recientes, “nunca había visto a nadie doblarse tan rápido”. El de Macuspana es rijoso, soberbio y retador ante el que percibe como débil. No se cansa de amenazar o burlarse cuando alguien puede ser dañado con el enorme poder que tiene. Las conferencias mañaneras son un ejercicio cotidiano en que despliega su rencor.
Pero existe otro López Obrador: el sumiso, obsecuente, respetuoso, el que habla de amor por el prójimo, quien declara que los delincuentes también son seres humanos y que por ello no merecen ser perseguidos. El que se disculpó en público con el líder de un cártel porque se refirió a su persona por su apodo. Es el de los abrazos, esperando que así apaciguará a aquellos con los que no quiere confrontarse. Por casi cuatro años ha ofrecido paz y obtenido muerte, pero no se cansa de decir que su estrategia requiere tiempo para funcionar.
El primer año de gobierno enseñó al presidente de la República que lo mejor, lo más rápido, era (como diría Trump) doblarse con celeridad. Fueron los meses iniciales de gobierno en que pretendió controlar el robo de combustibles, y lo que cosechó fue un desabasto de gasolinas que duró meses. Con rapidez sacó la bandera blanca y desde entonces proclama que ya no existe el huachicoleo.
La solución a muchos problemas para AMLO es simple: actuar como si no existiera, y así ha procedido con el saqueo de gasolinas. El costo humano más elevado de ese desastre también quedó expresado en llamas, en las 137 personas que fallecieron a raíz de las explosiones de Tlahuelilpan. Muertos que, por supuesto, no merecen mención alguna en las palabras presidenciales, ni que fueran mineros de Pasta de Conchos o estudiantes de Ayotzinapa. Los muertos del obradorismo, de los niños con cáncer a los miles de asesinados, son una mera estadística, un costo que es necesario pagar para que avance la cuarta transformación del país.
Un México envuelto en fuego por la ineptitud, corrupción y cobardía, mientras que el demagogo autoritario presume sobre su excepcional capacidad de administrar a la nación y su honestidad personal, porque gobernar no es ninguna ciencia cuando se tiene el apoyo del pueblo. Es un Nerón que toca el arpa cada mañana mientras entona loas a sí mismo en tanto que un voraz incendio consume al país.
Fuente: El financiero