El gobernante cubano, Miguel Díaz-Canel, en medio de la tragedia del siniestro de los tanques petroleros en Matanzas, hizo unas declaraciones triunfalistas calcadas de los discursos del Líder Máximo. Las declaraciones casi coincidieron con el natalicio de Fidel Castro, cuyo régimen se mantiene todavía en el poder, sobre la base de la represión, la propaganda y el control férreo de la información.
Lamentablemente, muchos hechos importantes de su vida no son conocidos por millones de cubanos y nunca han sido publicados en las páginas de Granma.
Por ejemplo: Fidel no entró en el Cuartel Moncada. Iba en un automóvil que lo llevaba al lugar para asumir la jefatura del ataque. Lo acompañaban varios revolucionarios, incluyendo Gustavo Arcos, quien, al llegar al cuartel donde ya se oía el tiroteo, se apresuró a incorporarse al combate y resultó herido. Arcos fue años después embajador del gobierno revolucionario en Bélgica y más tarde enviado al presidio político por disentir de los nuevos derroteros de Fidel.
Aquel 26 de julio de 1953, inexplicablemente, el futuro Comandante en Jefe no se apeó del automóvil y no entró en la fortaleza.
Allí murieron, obedeciendo sus órdenes, muchos de aquellos hombres, mientras él huía para esconderse bajo la sotana del arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Enrique Pérez Serantes, quien le salvó la vida.
No fue la única vez que Castro efectuó una “retirada táctica,” abandonando a otros.
En 1947, durante la expedición de Cayo Confites para derrocar al dictador dominicano, Rafael Leónidas Trujillo, Fidel puso pies en polvorosa. Mejor dicho: huyó a nado, dejando allí a sus compañeros que luego fueron capturados por la Marina cubana.
Muchos años después en Washington, cené con el ex embajador cubano en Colombia, Guillermo Belt, y su esposa Cuquita. El Dr. Belt me relató los sucesos del “bogotazo”, la insurrección en Colombia a la muerte del líder liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán. Según Belt, Fidel alentó con sus discursos altisonantes a los jóvenes en Bogotá a asaltar las estaciones de policía, pero ante la ofensiva de las Fuerzas Armadas colombianas y temeroso por su vida, se refugió en la embajada cubana. En medio de la crisis, no había vuelos a la isla, pero Fidel insistía en que lo matarían si salía de la sede diplomática. Al fin, el embajador pudo conseguir ponerlo en el único vuelo disponible: un avión de carga de ganado. Allí, entre los mugidos de las vacas, partió para Cuba el futuro comandante-en-jefe.
Quizás aquel trauma explique el peculiar apego del comandante por Ubre Blanca, su vaca favorita.
De acuerdo con la propaganda oficial, la valentía de Fidel Castro era legendaria. Pero no lo suficiente para que se acercase a las tropas de Batista. Escondido en su guarida de la Sierra Maestra, mataba a los “casquitos” – jóvenes campesinos alistados en el ejército de la República-, desde muy lejos, con un rifle de mirilla telescópica. Ahí están las fotos, en el Museo de la Revolución, si alguien lo duda.
En cuanto al desdichado argentino Ernesto Guevara de la Serna, cuando estaba rodeado por efectivos del ejército boliviano y sin el apoyo de los campesinos o de los comunistas bolivianos, Fidel lo dejó morir, sin que hiciera nada para salvarlo.
En el otoño de 1958, Fidel envió a los comandantes Guevara y Camilo Cienfuegos a cientos de kilómetros a capturar la ciudad de Santa Clara, mientras aguardaba el resultado de la batalla en la Sierra Maestra, donde la huida de Batista el primero de enero de 1959 lo sorprendió durmiendo. Se demoró una semana en una marcha victoriosa hacia La Habana muy parecida a la de Benito Mussolini a Roma. Aclamado por las multitudes, incluyendo monjas que lo vitoreaban, llegó a la capital, con una medalla de la Virgen de la Caridad al cuello, acompañado por el comandante Huber Matos, a quien más tarde condenaría a 20 años de prisión por atreverse a renunciar debido a la infiltración comunista del Ejército Rebelde.
En Angola, y Etiopía, ni de casualidad se le ocurrió a Fidel visitar a sus tropas, como lo hicieron los presidentes norteamericanos que fueron a fraternizar con sus soldados en Vietnam.
En el caso de Granada, Castro ordenó a su ejército a no rendirse, a luchar hasta la muerte. La prensa castrista divulgó cómo aquellos cubanos, obedeciéndole, “con las armas en la mano, morían abrazados a la bandera de la estrella solitaria.”
No fue hasta después que, ante el empuje abrumador de las fuerzas norteamericanas que invadieron la isla caribeña donde se pretendía replicar la revolución cubana, se supo que el jefe de las fuerzas cubanas, el coronel Pedro Tortoló, decidió salvar las vidas de sus hombres y ordenó su rendición. Al ser repatriado, el coronel Tortoló fue amonestado por Fidel, degradado al rango de soldado raso, y enviado a África a pelear, por haber usado su sentido común e ignorado los caprichos del líder revolucionario. Nunca más apareció su nombre en las páginas de Granma.
Quizás la calidad humana del Líder Máximo, puede juzgarse por su reacción, cuando en medio de una comparecencia televisada, en la primera etapa de la revolución, le pasaron una nota informándole que a su hijo Fidelito lo habían llevado a un hospital después de un accidente, y continuó en el programa, en una de sus tradicionales peroratas.
Pienso en el caso de otros personajes, como Mussolini, Mao, Stalin, Hitler, Franco, también objeto del endiosamiento de la propaganda. Como en esos casos, la historia de Fidel Castro la conocerán un día las nuevas generaciones en la isla.
Fuente: Diario las Américas.