lunes, diciembre 23, 2024
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El avispero demográfico

El columnista de El País Daniel Bernabé ha arremetido en un hilo de Twitter contra el conservadurismo por achacar el hundimiento demográfico a la crisis de valores y al desconcierto cultural en vez de a las razones económicas. Con ese movimiento, el conservadurismo se convierte —alega el inteligente y equivocado Bernabé— en cómplice del neoliberalismo. Le ofrece, afirma, una coartada para salir impune de haber hundido las condiciones materiales que de verdad permitirían la formación de familias fértiles. Pocas acusaciones peores se pueden hacer al conservadurismo, que ha sido enemigo secular del liberalismo, hasta que la erupción socialista les hizo unir fuerzas para defender juntos los esenciales de la libertad y la propiedad. Con el hundimiento del marxismo clásico, los caminos de conservadores y liberales vuelven a divergir, como se ve en todos los países occidentales.

Si alguna corriente de pensamiento se opone hoy al mantra de la Agenda 2030: «No tendrás nada y serás feliz» es el conservadurismo

Bernabé peca, por tanto, de cierta precipitación. O de una susceptibilidad —que le podemos entender— a que le hablen de principios y de la civilización occidental. Porque el conservadurismo no niega la importancia de la economía. En absoluto. Pocas posiciones defienden tanto la importancia casi sacra de la propiedad privada y, mejor aún, de la familiar. El acceso de todos a la propiedad es el eje, precisamente, del pensamiento de autores axiales del conservadurismo actual como Chesterton y Belloc, que no hacen sino seguir la Doctrina Social de la Iglesia Católica, que fue tan original como combativa contra unos y contra otros, y que no se merece el olvido en que la tienen unos y otros. Si alguna corriente de pensamiento se opone hoy al mantra de la Agenda 2030: «No tendrás nada y serás feliz» es el conservadurismo. Desde luego, no lo hace el neoliberalismo ni el socialismo ni Podemos ni Más País ni la línea editorial de El País. La conciliación y las ayudas a la maternidad están en los programas de todos los partidos conservadores. Y allí donde gobiernan, se aplican. Con éxito.
Bernabé acierta, en cambio, al denunciar que para el conservadurismo la crisis de valores es un factor que explica también la baja natalidad. Una viral carta al director en el ABC de Sevilla caricaturizaba (quizá voluntariamente, o tal vez no) esa postura. Pero no nos quedemos con la caricatura, lo sea de carambola o a tiro hecho. Los datos que demuestran la importancia de la mentalidad antinatalista son apabullantes, aunque Bernabé no tendrá que ir muy lejos para comprobarlos. En los comentarios a su propio tuit varias personas afirman que no tienen hijos porque nos les da la gana o, más finamente, porque tienen otra jerarquía de intereses, no por motivos económicos. Se les agradece la claridad que aportan. Que, por otra parte, no nos sorprende: el mismo hecho de que las sociedades más ricas tiendan a tener menos hijos demuestra que no existe una relación directamente proporcional entre la seguridad económica y el acceso a la vivienda y una mayor tasa de natalidad. Lo inversamente proporcional parece más frecuente.

El conservador admirará del tradicionalismo el sistema firme de principios y creencias que pone o ponía antaño a la familia en el corazón de la comunidad política

Lo que el conservadurismo propone siempre es no dejarse abducir por análisis simplistas de la realidad, y asumirla con sus aristas, sus requiebros y sus complejidades. En la importancia de corregir un sistema económico que aboca a los jóvenes a la precariedad y que pone los precios de la vivienda por las nubes, Daniel Bernabé siempre encontrará al conservador a su lado. Lo explica muy bien sir Roger Scruton en su manual Cómo ser un conservador (HomoLegens, 2014). Rechazar una ideología equivocada no impide ni mucho menos conservar las ideas buenas que sostenga o aprovechar la confluencia con las que ya tenía el conservadurismo de antes.

El modelo antropológico que propone la postmodernidad no favorece la maternidad ni la familia

Por ese mismo modus operandi intelectual, el conservador admirará del tradicionalismo el sistema firme de principios y creencias que pone o ponía antaño a la familia en el corazón de la comunidad política y que anima y prepara a los jóvenes a fundar una contra viento y marea. Para la mayoría, la familia ofrece una fuente segura de realización personal y lo mejor que se puede hacer, además, por el bien común; sin contar con el bien particular de los hijos que se tienen, y que no existirían, siquiera, en otro caso.

Se puede estar en contra de las ideas conservadoras (…). Pero no se puede decir que su análisis del hundimiento demográfico sea simplista o precipitado o incompleto o que no esté preocupado por la economía

También —lo cortés no quita lo valiente— el buen conservador reconocerá al reaccionario que sus denuncias sobre ciertas derivas de la mentalidad actual dan en la diana. El modelo antropológico que propone la postmodernidad (esa mezcla indistinguible, por cierto, de liberalismo y socialdemocracia) no favorece la maternidad ni la familia ni —dado su nihilismo— casi nada. Ese modelo contemporáneo te puede gustar muchísimo o menos, pero negar que apunta sus misiles culturales contra la línea de flotación de la familia y de la misma vida es un ejercicio o poco crítico o algo cínico. Más claro: no se puede ser partidario del aborto y acusar de distraer del precio de la vivienda a los que defendemos que las causas del hundimiento demográfico son múltiples.
Se puede estar en contra de las ideas conservadoras, como lo están tantísimos. Pero no se puede decir que su análisis del hundimiento demográfico, uno de los más graves problemas actuales, sea simplista o precipitado o incompleto o —desde luego— que no esté preocupado por la economía. «Dégénération», la obsesiva e hímnica canción del grupo francocanadiense «Mes aïeux» hace un repaso exhaustivo de la cuestión, sin olvidarse del problema de la propiedad, que pone el primero.
Fuente: La Gaceta de la Iberosfera.

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