domingo, noviembre 17, 2024
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El perdón de deudas estudiantiles y la ética capitalista

Si tuviésemos que caracterizar el Plan de Perdón de Deudas Estudiantiles de la administración Biden, decir “electoralista, demagógico, intrascendente y ahistórico” quizá pueda sonar despiadado, pero también resulta ser la más precisa formulación adjetiva para encuadrar el desesperado esfuerzo Demócrata por cambiar sobre la recta final el curso de las elecciones de Medio Término.
Pese a la fanfarria previa de la media y la laudatoria posterior al anuncio del presidente Biden, su plan de “perdón” de deudas universitarias resulta una hipérbole falaz desde el nombre mismo, pues la condonación selectiva de entre 10 y 20 por ciento de deudas educativas a 45 millones de estudiantes importará un déficit de 300 billones de dólares en el Departamento del Tesoro que deberán ser eventualmente cubiertos con el tributo de los contribuyentes, así que el “perdón” de la deuda termina siendo una pieza de retórica electoral para incautos.
Es aquí que la medida revela además ser demagógica, en tanto es inconsistente con la retórica oficial de la frágil alianza bipartidista que da gobernabilidad a Biden pues después de haberse esforzado por mostrar responsabilidad fiscal y tratar de llenar el hoyo negro de deuda pública generado por el controvertido “cierre de la economía” en pandemia, mediante la reciente aprobación del Inflation Reduction Act, la objetada subvención llevará a suma-cero el ahorro en el presupuesto federal que se pretendía con la Ley de Reducción de la Inflación.
Como efecto de lo anterior, y en una paradoja muy propia de toda medida asistencialista, el millonario costo de la condonación concentra su efecto en la microeconomía, diluyéndose hasta la intrascendencia en la macroeconomía. El impacto de la medida en el Producto Interno Bruto (GDP), así como en la reducción del desempleo o la reducción de la inflación es de menos de un punto porcentual. Conclusión: En términos de impacto en la economía de estado, la cancelación de la deuda es sencillamente insignificante.
Pero la caracterización de la medida no se debe limitar a sus aspectos económicos.
Partiendo de la premisa de la Comunicación Política de que “toda decisión de estado es electoral en un año electoral”, es innegable que la naturaleza de la medida tiene una intención en esencia electoralista: Generar un giro de 180 grados en la tendencia del comportamiento electoral de los americanos de cara a los comicios de noviembre, que todos los estudios serios de opinión pública a lo largo del año 2022 anticipan será adverso al partido Demócrata.
La formación de la preferencia electoral es un proceso psicosocial que se sedimenta en el largo plazo y que cambia escasamente en los 90 días previos a una elección. La teoría es taxativa en que los golpes de efecto en época de campaña tiene impacto mínimo pues la mayor parte de los electores asumen decisión electoral antes, basados en criterios de identidad colectiva, militancia partidaria y empatía moral (Lazarsfield, 1954; Campbell, 1960; Bartels, 2000).
Finalmente, y desde el ámbito de la cultura y la historia, la mentada medida es un ensayo de asistencialismo populista que difícilmente tendrá el mismo efecto en EEUU – un país de emergencia post-colonial en que el ejercicio de la ciudadanía se forja en mitos de independencia económica y autosuficiencia del ciudadano respecto del estado –, que en países bajo regímenes populistas como Venezuela o Bolivia, donde el estado ha construido una ciudadanía-cliente y una cultura de dependencia de los subsidios públicos.
El pragmatismo americano hará que su clase media en ascenso social acepte agradecida cualquier condonación, sin que esto signifique renunciar a valores medulares de su identidad como sociedad, entre ellos el del orgullo de ser capaz de levantar su propio peso, que en eso se resume al fin y al cabo el bucle entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo que según Max Weber otorgó su singular identidad cultural y política al pueblo estadounidense.
Una condonación del 10 por ciento de su deuda estudiantil no es un argumento ni una medida social lo suficientemente contundente para tornar en rehén adicta al asistencialismo a una sociedad que no se concibe como dependiente, sino como custodia de sus gobernantes; pero bien podría ser el argumento con el que el partido Demócrata tratase de explicar un desenlace electoral inédito y discordante con la secuencia de sociometrías que anticipan su derrota.
Pero ese es otro debate: El de la integridad electoral.
Fuente: Diario Las Américas 

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