Empieza a resultar cansino y también despótico que cada vez que hay elecciones en algún país de la Unión Europea, el imparable auge de las fuerzas conservadoras-reformistas “genere dudas y preocupación en Bruselas”.
¿Qué es exactamente lo que a los burócratas de Bruselas les genera dudas? Porque de lo que estamos hablando es de procesos electorales; del derecho al voto universal, libre, igual y directo, principal mecanismo de participación ciudadana y condición necesaria para que un sistema político pueda ser considerado democrático.
¿Y quién es la UE para mostrar semejante desprecio a partidos perfectamente legales que no son otra cosa que el soporte y representación de los legítimos intereses de los millones de ciudadanos que los respaldan?
La UE se muestra beligerante (cuando no represiva) con la conducta competitiva partidista, rasgo distintivo de los sistemas autoritarios
Sí, es cansino porque una vez más nos muestra la incapacidad de la UE para identificarse y compartir los sentimientos de esos ciudadanos a los que dice representar.
Y sí, es despótico porque de un tiempo a esta parte -ante el imparable auge de partidos conservadores-reformistas en Europa- la UE se muestra beligerante (cuando no represiva) con la conducta competitiva partidista, rasgo distintivo de los sistemas autoritarios.
Es demasiado evidente, preocupante y crónico el trauma de la UE ante las consultas ciudadanas, ante la posibilidad de recibir y tener que obedecer el mandato popular libremente expresado en las urnas.
Ejemplos de las instituciones de la UE —autoridades no elegidas y por lo tanto ilegítimas— ninguneando la base de la democracia, el sufragio universal directo, tenemos unos cuantos.
Los referendos legales de Francia y Países Bajos de 2005 pronunciándose sobre la desconocida “Constitución Europea” que culminó con el rechazo y su no entrada en vigor, además de un duro golpe en la línea de flotación a los oscuros planes de Bruselas abrió la espita a rehuir de las consultas.
De épico e insólito podemos calificar lo acontecido en Irlanda en 2008. El pueblo mirlandés, vía referéndum, rechazó el Tratado de Lisboa. La conmoción de la UE ante la posibilidad de ver truncada su entrada en vigor llevó a la repetición de la consulta.
Ya entonces, los tan democráticos y tan europeístas gobernantes de los entonces 27 restantes Estados miembros dispusieron no celebrar consultas ciudadanas, ergo nos endilgaron un texto —el Tratado de Lisboa— que refleja mayoritariamente las ideas alemanas. ¡Ooops! El día de la marmota.
No habían aún cicatrizado del todo las heridas entre las autoproclamadas élites «europeístas» cuando en 2016 el primer ministro Viktor Orbán sometió a votación popular la cuota de inmigrantes que Bruselas (y Berlín) querían imponer a los países miembros. Sobre el rechazo del pueblo húngaro, tanto la entonces canciller alemana, Angela Merkel, como un nutrido grupo de representantes de partidos pro federalistas y globalistas reprobaban a Orbán por defender la “cultura nacional cristiana de Europa contra la amenaza civilizatoria de una invasión musulmana” y desaprobaban su “pretensión de reforzar la visión de una UE de Estados-nación y pueblos soberanos que se atreven a hablar contra Bruselas”.
Ese mismo día, con ocasión de la repetición de las elecciones presidenciales en Austria, no pocos medios rotulaban “Muchos Gobiernos de la UE ven con preocupación que Hofer (FPÖ) pueda convertirse en primer jefe del Estado”.
El hecho de que los ciudadanos austriacos —los mismos que once años antes habían desbaratado los turbios planes de la UE rechazando la Constitución Europea— estuvieran a punto de otorgar la victoria a un partido que vincula la prosperidad de Austria a la preservación de su identidad europea ¡y cristiana!, suponía otro enorme revolcón para los propósitos del amplísimo consenso progre en Bruselas.
Una victoria del FPÖ en un país con uno de los mayores niveles de vida de la UE (y del mundo) podía suponer la normalización de un debate ideológico fuera de las lindes establecidas por la dictadura de lo políticamente correcto.
Los partidos políticos globalistas son más de una “Unión Europea para el pueblo, pero sin el pueblo”
Sobre la reciente burla de la UE a los ciudadanos con el intento de expolio por la puerta de atrás de competencias a los Estados, y sobre cómo la UE rehuyó de las saludables consultas ciudadanas, les invito a consultar los dos artículos sobre el asunto que me publicó este mismo medio.
Y es que a las instituciones europeas, a los partidos políticos globalistas y federalistas (esto es, a los viejos partidos que conforman el consenso progre) eso de que los ciudadanos opinen les causa pilo erección. Ellos son más de una “Unión Europea para el pueblo, pero sin el pueblo”. Más de castigar con el chantaje a los pueblos cuando votan por la opción equivocada.
Rotulen lo que rotulen, el auge de formaciones políticas que no ocultan las numerosas preocupaciones y sensibilidades de los ciudadanos, es un hecho.
Lo vimos en las elecciones europeas de 2019 en las que millones de ciudadanos decidieron acabar con el histórico y hegemónico pacto entre el Partido Popular Europeo y el Partido de los Socialistas Europeos. Devastador pacto fundamentado en la alternancia entre los tradicionales grandes partidos cada día más vinculados entre sí y más desvinculados de los ciudadanos.
También lo vimos en Hungría con la reelección de Viktor Orbán; en las legislativas en Francia con el contundente resultado del partido Agrupación Nacional; en España con la entrada de Vox en el gobierno de Castilla y León o con el incremento en un 25 por ciento de los votos en las elecciones de Andalucía, y lo vamos a volver a ver el 25 de septiembre en Italia con la presumible victoria del bloque de centro-derecha que apunta a que la líder del partido Fratelli d’Italia, la romana Giorgia Meloni, se convierta en la primera mujer al frente de un Gobierno de Italia.
El instinto de supervivencia de los Estados-nación europeos es más fuerte que nunca y va consolidando posiciones
Giorgia forma parte de esos líderes que proponen una Europa alternativa a la UE de hoy. Una Europa de ciudadanos pro-europeos, pero no federalistas; una Europa respetuosa de la subsidiariedad y de la soberanía nacional en la que los ciudadanos y las familias estén en el centro; que realce las identidades de los pueblos; que respete las fronteras y distinga entre amigos, socios, competidores y enemigos; en definitiva, una Unión de Estados europeos soberanos que intervenga en menos cosas, y que las que haga, sea mejor, con y para los ciudadanos.
Y es que, pese a la profunda crisis en la que nos ha sumido a los ciudadanos de Europa el colapso de la UE, hay motivos de esperanza para los patriotas europeos.
Lo cierto y verdad es que no hay nada que resetear. Sólo hay que dejar que los pueblos sigan siendo ellos mismos. El instinto de supervivencia de los Estados-nación europeos es más fuerte que nunca y va consolidando posiciones.