Mientras las encuestas presentan una alta favorabilidad hacia Gustavo Petro cerca de completar su primer mes de gobierno, anuncios y actuaciones de sus subalternos siguen encendiendo las alarmas. Por un lado, la encuestadora Invamer le otorga 56 % de aceptación a su gestión; entretanto, el Centro Nacional de Consultoría lo eleva hasta un imprevisto 69 %.
Si creemos en esas encuestas, habría que concluir que los colombianos no están consumiendo noticias en los medios de comunicación y no se están enterando de las cosas tan graves que están pasando. Podría ser también que el país haya caído en un letargo del que aún no ha despertado, pero del que saldrá abruptamente cuando pasemos de las promesas a las desilusiones.
Por el momento, podría afirmarse que si la imagen de Petro se ha fortalecido se debe en gran parte a que se ha mostrado como un gobernante políticamente correcto que se ha alejado, en buena medida, de su talante disruptor por lo menos en apariencia. Es cierto que Petro ha tomado decisiones que han causado cuando menos sorpresa, como la salida de más de 60 generales de las FF. AA. y de Policía, y algunos de los nombramientos que ha hecho en ministerios y en otras entidades, pero en general se ha mostrado como alguien conciliador y respetuoso de la Constitución y la ley.
También se ha notado un esfuerzo por pedirles a sus subalternos que envíen mensajes tranquilizadores como el de la vicepresidente Francia Márquez sobre las invasiones de tierras, acompañada del MinDefensa Velásquez, la MinAgricultura López y otros funcionarios. Y si bien el ultimátum de 48 horas no se cumplió y hasta ahora no se han dado los desalojos a los que obliga la ley ni será fácil que se cumplan, el Gobierno deja la señal de que está empecinado en respetar la propiedad privada y que no hay razones para temer. También envió una señal de tranquilidad firmando ocho extradiciones.
Sin embargo, las salidas en falso no faltan. Primero fue la del canciller Leyva Durán, por quien no hay que hacer mucho esfuerzo para matricularlo con las FARC. Decir frente al presidente español, Pedro Sánchez, que el narcoterrorista Santrich fue entrampado y asesinado es una demasía inaceptable. Por menos, muchos funcionarios han tenido que renunciar a sus cargos.
Pero, tal vez, eso carezca de gravedad ante barbaridades como la del MinInterior Alfonso Prada, quien se atrevió a hacerles un llamado a las hordas petristas, como la denominada Primera Línea, para que se tomen las calles con el fin de presionar la aprobación de la reforma tributaria, a pesar de los perjuicios que conlleva para las clases menos favorecidas. Prada después trató de enmendarse pero, como él mismo lo dijo, «el que lo entendió, lo entendió».
No obstante, la tapa de las insensateces la puso la MinMinas, filósofa Irene Vélez. Como si no fueran demasiado graves ya las declaraciones dadas hace unos días sobre abandonar la exploración del gas y comprárselo a Venezuela cuando se acaben nuestras reservas, ahora esta inepta salió con el cuento de que se debe «exigir» a los demás países que apelen al decrecimiento económico para que nosotros podamos abandonar el extractivismo y aportar en algo a la solución del cambio climático.
Claro que eso no debería sorprender a nadie porque el «decrecimiento» —que es sinónimo de «empobrecimiento»— ha sido una característica primordial del comunismo que hoy se promueve de la mano de la causa medioambiental. Es lo mismo que ha venido proponiendo otra desquiciada como la activista Greta Thunberg: volver a vivir como en las cavernas para no contaminar el ambiente.
Basta mirar a países como Cuba o Venezuela para ver las consecuencias del decrecimiento: el primero ya no produce azúcar, del que era despensa mundial; el segundo dejó de ser un gran productor de petróleo a pesar de tener las mayores reservas del planeta. Una cosa es abogar por un capitalismo consciente y otra, anhelar la destrucción del sistema, como lo pretenden Petro y su gobierno. Ahí van destapando sus cartas: empobrecernos como a los vecinos para hacernos dependientes y dominarnos.