lunes, diciembre 23, 2024
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Romper (históricamente) con España

Los caminos de la secesión, siempre acompañados de la rapacidad propiciada por el apaciguamiento gubernamental, que conducen hacia una hipotética república catalana, son, a diferencia de los divinos, perfectamente previsibles. Todos ellos pasan por la búsqueda de una fractura entre la parte y el todo, es decir, entre la región catalana y la nación española.

Dentro de esta estrategia, la fractura lingüística, es decir, el cercenamiento de los derechos de millones de catalanes, es, sin duda, la más empleada. Y los resultados están ahí. Aunque la mayoría de los habitantes de la Comunidad Autónoma de Cataluña usan habitualmente el español, las multas y la coacción, unidas a un complejo de inferioridad en el que se apoya el supremacismo y la colaboración de muchos de los beneficiarios de estas barreras lingüísticas, han conseguido prácticamente erradicar la lengua de Cervantes del mundo oficial.

Los resabios racistas y clasistas no han desaparecido del todo del ideario de los secesionistas

La cuestión lingüística es, en efecto, el principal frente en el que se mueve la política, toleradamente frentista, de las facciones secesionistas a las que se permite, de manera absolutamente suicida, operar dentro de la legalidad. Sin embargo, flanqueando el asunto idiomático, aparecen habitualmente otros, principalmente aquellos relacionados con la cultura, entendiéndose esta como unas arcanas y particularísimas señas de identidad, muchas de ellas confeccionadas ad hoc, y la histórica.

Es precisamente en este último terreno donde los poderes políticos pretenden ahondar, a la búsqueda de nuevas fallas. El nuevo currículo de Bachillerato confeccionado por la Generalidad de Cataluña busca adoctrinar a los alumnos en la idea de que Cataluña y España siguieron rutas históricas separadas. Una divergencia que se haría evidente, o eso pretenden los constructores de un renovado conjunto de favorables electores, si se atiende a los dos últimos siglos, o incluso si el alumno es capaz de asumir la fantasiosa interpretación que el catalanismo hace de lo ocurrido a partir del 11 de septiembre de 1714. Pese a la importancia que se le sigue dando a tal fecha, repare el lector en la solemne actitud de los mandatarios catalanes ante la tumba de un patriota español como Casanova; la idea es actualizar el punto de partida de un camino que conduce a una independencia siempre integrada en el seno europeo, pues los resabios racistas y clasistas no han desaparecido del todo del ideario de los secesionistas. Dentro de esta particular lógica, el año clave es 1931, en el cual se proclamó la II República (española), en cuyo consulto seno surgió un Estado Catalán que duró unas horas, las suficientes para que un catalán plantara unos cañones ante la sede de la Generalidad que hicieron huir a los golpistas por las alcantarillas. Casi un siglo después, la república catalana fue aún más efímera, de apenas unos segundos, y ofreció la imagen de un presidente huyendo en un maletero.

La privilegiada región catalana, que nutrió al franquismo de numerosos ministros, se presenta a los escolares como oprimida por una España esencialmente intolerante y represiva

El nuevo currículum, tal y como era de prever, no se mueve de las habituales posiciones del catalanismo, esas que pretenden hacer pasar a Cataluña como lo contrario de lo que fue durante un franquismo que sucedió a una Guerra Civil en cuya retaguardia catalana se produjo una sanguinaria y cristianófoba represión realizada por gentes nacidas en esa tierra. Poco importa esta realidad al Gobierno de Aragonés. La privilegiada región catalana, que nutrió al franquismo de numerosos ministros, y que vio fortalecida su industria y su economía, se presenta a los escolares como oprimida por una España esencialmente intolerante y represiva.

Ante este abuso de la llamada Memoria Democrática, pergeñada por el PSOE para dividir a los españoles y soldarse a los secesionistas, deberían activarse los mecanismos estatales oportunos, esa Alta Inspección que permanece inerme, y que mucho nos tememos, permanecerá inmutable una vez más. Al cabo, Sánchez debe sus pernoctaciones en La Moncloa, desde la que trata de saltar a organismos internacionales, a los redactores de semejante currículum.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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