La primera vuelta en Brasil de este domingo ha ratificado que, al igual que ocurre en España, las empresas demoscópicas no tratan de reflejar la realidad en un momento concreto, sino de orientar el voto y confundir a los votantes, una anomalía antidemocrática que atenta contra el proceso electoral y condiciona el resultado.
Cada encuesta publicada en el país iberoamericano daba una ventaja a Lula de un mínimo de 9 puntos sobre el presidente Jair Bolsonaro. Las más optimistas, incluso, le otorgaban 10, 11 y hasta 17 puntos más. A estos sondeos dirigidos se sumó la campaña de blanqueamiento de la prensa internacional al candidato del Foro de Sao Paulo, esa red que fundó junto a Fidel Castro y que busca dinamitar las democracias y acabar con la libertad en la Iberosfera. Pero no sirvió. La diferencia entre él y Bolsonaro, que logró casi dos millones de votos más que en la primera ronda de 2018, se quedó en cinco puntos… y habrá segunda vuelta el 30 de octubre.
Millones de brasileños tienen, por tanto, menos de un mes para reflexionar sobre el futuro que quieren para su nación, si el camino de prosperidad, de seguridad, y de defensa de la familia y del derecho a la vida del mandato de Bolsonaro, o virar hacia el modelo de corrupción y ruina que abandera Lula, y que es el mismo de Gustavo Petro en Colombia y de Nicolás Maduro en Venezuela.